– Los taurinos, don, son toda esa raza de víboras que siempre cargan los dados. Que se conocen las trampas y los atajos. Que cierran puertas y se saben de todas, todas, menos ser gente. Que les gotea el colmillo ante los cuellos de los que no somos nadie, pero que se tienden de tapete frente a los poderosos.

Con esta magnífica disertación sobre el significado de los dos vocablos, calculen el interés que le puse al asunto. A fin de cuentas, reparé, si hay quien sepa de rabias es al que lo ha mordido la perra.

– No, también los hay respetabilísimos. Solté mi objeción.

– Por eso, pero ellos son aficionados, no taurinos. Me refutó y se quedó muy campante, satisfecho de su afirmación.

El tío ya me dictó el artículo de la semana, pensé. Así que entrando a casa le llegue directo al tumba burros. Desde luego, la percepción era particular. La RAE define como “taurino” al que es aficionado a los toros y como “aficionado” al que cultiva o practica, sin ser profesional, un arte, ciencia o deporte…

Sin embargo, con su parte de lógica popular, tiene razón el moreno. Los taurinos hemos dejado patas arriba al toreo. Es desolador el panorama, si no, échenle un vistazo: La más pobre baraja de novilleros sin nombres para la esperanza. Matadores buenos que se quedan con los triunfos en la Plaza México guardados en la espuerta. Encierros de toros bravos, con movilidad y trapío que los patrones tienen que mandar al carnicero, porque nadie quiere torearlos. Tendidos ocupados por espectadores conformistas e incompetentes que celebran cualquier mediocridad. Novilladas anunciadas como corridas de toros. Malandrines que venden con descaro sus bajonazos infamantes como la mejor de las estocadas. Tolerancia a figuras que prefieren el indulto forzado que tirarse a matar jugándose el todo por el todo. Apoderados que distribuyen comunicados de prensa, participando los grandes éxitos de sus poderdantes en pueblos donde Juan amarra la mula. Indultos a toritos bobalicones e inválidos. Manejos empresariales que rondan la delincuencia. Plumas que ponderan la estulticia o se hacen de la vista gorda sin plantarle cara al bicho. Pasividad de la autoridad cómplice. En una palabra: taurinos.

No sólo para un artículo, don, me digo yo mismo, la conversación de este espada lingüista da para un propósito de Año Nuevo. Y aquí estoy, dejándolo por escrito: Ser cada día menos taurino y más aficionado a los toros. Pero, que quede muy claro no a las figuras, ni a las orejas, ni a las patochadas, sino a los toros.