Uno oye a los comentaristas, ve las imágenes y se queda patidifuso. Nimes de la Francia. Plaza de toros de Las Arenas. Un coliseo romano de hace dos mil años conservado y ahora instituido en plaza de toros. El edificio como tal, es el coso taurino más antiguo y bello del mundo. Piedras venerables cargadas de historia y de fantasmas que en la actualidad ven morir los toros y de vez en cuando, si el compadre no espabila, también miran caer heridos a los hombres que los lidian. Antes, en los tiempos de los césares, esas canteras fueron testigos de la muerte de fieras, de los infelices que eran echados a ellas y de los gladiadores que con mucha sutileza previamente se hacían tiritas las carnes merced a las armas grotescas, crueles y efectivas que utilizaban.

 

Hoy, el edificio acondicionado tiene los elementos necesarios para brindar el espectáculo taurómaco y se da de una manera envidiable. Dos ferias, la de Pentecostés a medio año y la de la Vendimia en septiembre. Ambas con una duración de alrededor de cinco días, ofreciéndose funciones en versión matinal y por la tarde. En uno y otro horario con carteles anunciando los nombres de las figuras más destacadas y con la plaza siempre llena a tope.

 

En Las Arenas todos los detalles son cuidados. Por ejemplo, el paseíllo se hace con las notas de El toreador, obertura de Carmen del compositor francés Georges Bizet.  Ópera a la que Nietzche se refería como la obra musical por excelencia. Otro de los pormenores es que el torero triunfador se va a lo romano, es decir,  por la Puerta de los Cónsules y para poder abrirla debe cortar tres orejas como mínimo.

 

Eso en sí, ya es admirable, pero, sólo viene a ser una muestra de lo bien que se puede aprovechar un espacio histórico. Lo de verdad importante, es la visión del empresario Simón Casas, que ha convertido a las dos ferias en un atractivo turístico de gran envergadura, que convoca en Nimes a alrededor de un millón de visitantes por evento. Casi nada. Además de lo taurino, el empresario ha pensado en todo. Buscando las alianzas necesarias, durante los dos seriales transforma el par de calles que confluyen en la plaza de toros en una feria llena de casetas con mucho ambiente que generan una enorme derrama económica para otros empresarios y para los empleados que trabajan con ellos. Restaurantes, bares, venta de recuerdos, libros, obras de arte, artículos taurinos y los indirectos, hoteles, líneas aéreas, taxis, gobierno y demás, obtienen grandes ganancias.

 

Por no faltar, Simón Casas se ha inventado y patrocina el Premio Hemingway, literatura y tauromaquia. En asociación con los del grupo Les Avocats du Diable, condecoran un relato corto inédito ambientado en el mundo de los toros. Al concurso convocan a escritores profesionales y han estipulado un premio de cuatro mil euros al ganador, además de un abono al serial de Pentecostés. También, el triunfador  pasa a ser jurado en el concurso del año entrante. Miren ustedes el colmo del sueño, los textos finalistas se leen después de la corrida vespertina, ¿en dónde creen?, en los chiqueros de la plaza. Es decir, en el laberinto que minutos antes recorrieron los seis condenados al rito trágico que es el toreo. Y para irse de espaldas, el señor empresario Don Simón Casas acude rigurosamente a esas lecturas en compañía del bloque de intelectuales que forman parte del jurado y del público que gusta de estas cosas. La obra ganadora y otros textos escogidos se publican en una antología. Qué maravilla, ¿no?.

 

Imagínense si en México se pretendiera hacer lo mismo. Primero, las autoridades otorgarían la concesión del inmueble al empresario sólo por tres corridas y luego, extenderían el permiso a cuenta gotas. Desde luego, el contrato se lo sellarían faltando diez minutos antes de empezar el primer paseíllo. Para seguir, lo de utilizar un monumento histórico como plaza de toros ni lo sueñes papá. Por si faltara, con la visión de Stevie Wonder, pocos aportarían algo al proyecto, argumentando lindezas como que por qué van a invertir para que uno se lleve la bolsa grande de la morralla. Dimes y diretes, pleitos cantineros y efecto cangrejo, o sea, jalón de patas al que vaya trepando las paredes de la olla con el noble fin de regresarlo al nivel de los otros miembros de la peña. Lo de las lecturas, el patrocinio a pedírselo al Conaculta y no manches, a esa perdedera de tiempo que vaya la madre que parió a los escritores. Por lo demás, perdónenme, pero tiene mucha gracia,  no puedo imaginarme al doctor Herrerías preocupado por un concurso literario. Estoy tirado en el suelo revolcándome de la risa.

 

 

José Antonio Luna Alarcón

Profesor Cultura y arte taurino

UPAEP

Puebla, México