A partir de mañana, los pianos deberán mantenerse en silencio absoluto y nadie está facultado para hacer sonar una sola nota. Reivindicándonos con los elefantes, se decreta pena capital para quien oprima la tecla de marfil de un Steinway o de un Petrov o de la marca que sea. De ahora en adelante, los artistas pintaran con los dedos. Dándonos golpes de pecho, imploraremos perdón a los camellos por los pelos arrancados para elaborar esos pinceles atroces. Queda terminantemente prohibido ensillar un caballo; es enfermizo humillarlos de tan fea manera trepando a sus lomos y haciéndolos ganar carreras o saltar obstáculos; obligarlos a que por nuestra linda cara nos lleven a pasear, o que arrastren una carreta son culpas imperdonables. Se suspende indefinidamente el uso de zapatos, evitemos a las reses la pesadilla grotesca que es un rastro. Cárcel para el que se atreva a freír un solo bistec. Ni revueltos, ni estrellados nadie tiene permitido comer un solo blanquillo –así dicen mis primos más cultivados para evitar la incorrección que supone la palabra huevo- indulto a esas hembras inocentes que por millares y de tres en tres, son enjauladas de por vida en esas prisiones multitudinarias que se llaman granjas.

 

En materia de poca vergüenza, nada de distraerse con abortos, tumbas clandestinas, asesinatos en serie, degollados que aparecen plena vía pública, padres que de la noche a la mañana se levantan desempleados y preguntándose con un nudo en los cojones qué van a hacer para dar el gasto y pagar las colegiaturas, niños de la calle hasta las orejas de cemento, inseguridad en la vía pública, mujeres acarreando al hombro cubetas llenas de agua por caminos polvorientos. Nada de dedicarse a las condiciones de vida infra humanas que se viven en los cinturones de miseria. Tampoco fijar la atención en los menores desaparecidos a causa de la prostitución. ¡Los toros, madre mía!, pero dónde teníamos la cabeza, ah corazones de piedra. Noble tarea diputeril será la de velar con el empeño de un ganadero –noten el doble filo- por el bien de los bovinos bravos. Por supuesto, nunca se volverá a abrir una puerta de toriles y la inutilidad de criarlos erradicará la raza de lidia de la tierra, porque, así como un herford produce carne y una holstein da leche, un bravo da cornadas y la cuestión será ¿para que sirve la agresividad instintiva del toro de lidia sin corridas?. Habrá quien argumente: Oiga, no sea tan radical, se pueden torear sin lastimarlos. Y después, qué se hace con ellos, será una pregunta que quedará flotando sin respuesta.

 

En la actualidad como nunca, los hilos sociales, culturales y económicos  han sido secuestrados por una panda de embusteros. Hoy, cualquier ideología puede ser un medio de vida muy rentable. Si no, denle un vistazo a la propaganda política. Los toros tienen sobre sí los reflectores y ahí está el dinero. No deja nada defender a cerdos y a ovinos que por miles y de manera cruel se pasan a cuchillo en los traspatios de las casas pueblerinas. Tampoco, es rentable sacar la cara por las decenas de perros que a diario son planchados en las carreteras nacionales. Por el fashion del toreo y lo que puede dejar en las arcas, los que tienen intereses personales envueltos en el rollo antitaurino hacen más piruetas que los animales de un circo. En este país abundan como plaga los campeones del despropósito.

Nos quedan pocos mitos. La vida ha ido finiquitando uno tras otro. Sin embargo, algunos nos aferramos a los nuestros. A mí, me gustan mucho los trajes de luces brillando al sol de la tarde y el valor que los toreros anteponen a las telas, como me gustan los toros cuando piden guerra engallados en medio del ruedo, o campean tirando cornadas en la soledad del potrero. Por ello, desde mi trinchera me sumo a la campaña. Voy a defender las corridas como gato panza arriba. Perdón, en los tiempos estúpidos que corren ¿será políticamente incorrecto faltarle a los gatos diciendo eso?.

 

  

José Antonio Luna Alarcón

Profesor Cultura y Arte Taurino

UPAEP

Puebla, México