Así no. La neta que no. Ustedes, espadas, hacen que uno se sienta cómplice, en vez de compañero de lucha pro defensa de las corridas de toros. Con esas trampas tan arteras, el que firma este artículo se mira reducido de defensor de la cultura taurina, a ñero de pandilla, brodi de la flota, cuaderno de banda, o a alguien al que se le puede nombrar  “El Chaquetas” o “El Simio”  o “El Pelos”.

 

Para defender la pantomima, de verdad, conmigo no cuenten. Demasiada ordinariez en una sola corrida. ¿Cuál de todas?. En este país de los nopales, casi la que quieran. Sin embargo, me refiero en concreto a la del domingo en Texcoco. Fermín Espínola, Arturo Macías y José Mauricio fueron anunciados para matar una novillada de Piedras Negras. Al regresar de vacaciones, asistiré a un debate universitario al que me invitaron para defender la fiesta y por ello, estoy repasando el texto de Francis Wolff: La filosofía de las corridas de toros. Me dan cólicos cuando me acuerdo del encierrito y lo relaciono con el párrafo en que habla -palabras más, palabras menos- de que la corrida es en sí misma portadora de una ética coherente y respetuosa de los animales. Entonces, ¿cómo defender esto? Si a los pobres piedrenegrinos les han faltado el respeto al mayoreo. El arreglo de pitacos fue escandaloso, tanto que se notaba a muy larga distancia. La inocencia juvenil debida a su tierna edad, les impidió comportarse con la fiereza de un toro, esa que dicen los matadores que con la mirada advierte sentencias tan acojonantes como: donde te coja te mato.

 

También, afirma el filósofo galo, que lo de la tauromaquia no es inmoral ni amoral en correspondencia con las especies animales y que el toro al saltar al ruedo para su último combate, da pie al ser humano de brindar un ejemplo de ética general. Pues, trago paquete nada más de imaginarme ante mis oponentes de mesa, con lo crecidos que andan ahora, tanto que se salen de la bolsa, y yo juntando los arrestos necesarios para sostener con voz firme el argumento del sabio francés sobre la ética y en ese instante, como un calambre, acordarme, por ejemplo, de los puyazos tapando la salida con que los del castoreño se aplicaron tan afanosamente. Me entusiasman con esas alegrías y esas sobadas.

 

La tesis de Wolff habla de la corrida como un combate en el que es correcto que el hombre tenga la ventaja. Si no fuera así, sería tan bárbara como el circo romano. Sin embargo, esa ventaja debe ser leal afirma -y quijotesca agrego yo-. No como la del domingo, tan llena de argucias y ventajas socarronas. Al caso, pasitos saliéndose de la suerte, toreo apurado y de divorcio, es decir, cada vez más distanciado.

 

Ya saben como llegan los antis, ahora con mucha fuerza apoyados por demagogos y oportunistas, capaces de colgar a su madre por un voto, dándoles su respaldo. Frustra tener que plantar jeta de a grapas, mientras los que viven de las corridas siguen pensando que dándola con queso las van a salvar. En esa función texcocana, hasta el puntillero, que tiene un papel mínimo, estuvo mal. Por cierto, un día habrá que hablar de esa manera ruin y traicionera -llegando por atrás- en vez de hacerlo a la española, o sea, de frente, dándole la oportunidad al cornúpeta de levantarse y con el último aliento, arreglarle su asunto al osado.

 

En la del cartel juvenil, todavía y por si faltara, hubo un premio que obtuvieron compartido El Cejas y José Mauricio, no me acuerdo si fue la Oreja de Bobo donada por una concurrencia por demás incompetente, presea entregada después de que se las vieron –la oreja- toda la tarde, o el escapulario de Santa Pocavergüenza.

 

Todos felices, Espínola y José Mauricio olvidándose de lo que hicieron en la ciudad de México y Macías dejando en claro que lo suyo es esto, sumados a los allí presentes que aplaudían  dando su consentimiento expreso a los timadores y su apoyo tácito a los que luego, con razón, nos restriegan el victimismo de los animales, se fueron a cenar cada quien a su mesa. Unos celebrando que la habían espolvoreado con parmesano o de Cotija y otros creyendo que habían desquitado el boleto. Pero lo único verdadero que se dijo en las sobremesas fue que había llovido durante la tarde.

 

 

 

José Antonio Luna Alarcón

Profesor Cultura y Arte Taurino

UPAEP

                                                                            Puebla, México