Desde las primeras acometidas el morlaco demostró sus cualidades. En el caballo brindó un espectáculo de belleza incalculable al emplearse con prontitud y mucha casta. Ante el castigo recargó casi sentado en los cuartos traseros y metiendo los pitones bajo el estribo. Por si faltara algo, ondeaba el rabo en una lucha en la que el picador no estuvo a la altura del estupendo ejemplar. A la hora de embestir a la franela lo hizo con calidad a pesar de los trapazos, porque Humberto, desde que lo vio, echó a andar por la calle de en medio. La codicia del Barralva le pareció harto perversa y no hizo gala de su empaque, pero sí de sus ganas de acabar lo más pronto posible. Con un toro muy bueno, si bien de menor calificación, también a Víctor Mora le pasó lo mismo, sumando que por su poca experiencia el desdibujo fue mayor.

El encierro tuvo mucho mueble en la cabeza, aunque salió con pocas carnes. No poseía el trapío al que nos tienen acostumbrados los ganaderos don Luis y don Ramón Álvarez Bilbao. Faltó grano para rematar los toros. Aún así, disponían de presencia y más, la corrida fue enrazada, con movilidad y por tanto, muy emotiva. Duele, pero es una verdad como si Moisés bajara del monte con las tablas de la ley en la mano y la verdad revelada por montera: La mexicana es una fiesta de coletas entusiastas, pero sin escuela. Los diestros se preparan para toritos cómodos y muy bobos, si sale uno como “Gironcillo”, los hace pasar las penas del infierno.

Debe ser duro de cojones. Llega un día en que la película se pone interesante y hay que echarle todo lo que se tiene a mano. El que se la está jugando percibe que el bagaje con que se cuenta para resolver el trance, no va a alcanzar ni para las primeras de cambio. Con la desolación en los adentros, se percata que las enseñanzas de los apóstoles del consejo estrecho eran una trampa, no para los demás, sino para uno mismo. Sale el gran toro y los visionarios y los sinvergüenzas que tenían la varita mágica desaparecen. Entonces, solo con sus soledades, el matador desencajado se da de boca con eso que en otros sitios se llama nivel de incompetencia. En este naufragio, no hay arrestos, ni señales, ni referencias de donde asirse cuando todo se está yendo al carajo. No es una vergüenza con los muy pocos recursos con los que en México se hacen toreros humildes, honrados y duros como Humberto Flores o Víctor Mora. Simple y sencillamente, es cruel y desastroso para ellos y para nosotros, una tarde de sangre y sol enterarnos rigurosamente de quien es cada cual. Es una pena, aquí a los toros consagratorios casi siempre los arrastran las mulillas con todos los pases adentro.

 

 

                                                                                               

 

 

                                                                                                                                                                                José Antonio Luna