Alvin y las ardillas es menos insulsa. La corrida del domingo en la Plaza México, fue algo así como el momento sublime de la juerga flamenca, cuando el surrealismo se apodera del entorno y en la borrachera cada quien hace lo que le sale de los cojones. Esta fue una traca, cosa que se traduce como la magna asamblea de petardos enhilados.

 

El Festival del cachondeo 2011, lo inició la empresa confeccionando un cartel con el que intentó romper el registro de la peor entrada en la historia. Lo consiguió. Para abrir plaza, le dieron la oportunidad de presentarse al rejoneador Emiliano Gamero. Cositas copiadas a Ventura y otras a Hermoso de Mendoza, sin embargo, su actuación fue más o menos aceptable hasta que clavó el rejón de muerte al toro de La Punta, dejándole un espadazo horripilante que quedó envainado.

 

Para los de a pie, los toros fueron de Campo Hermoso. El matador español recibió a su primero y el hola buenas, mucho gusto soy Eduardo Gallo, y de los finos, lo dio con unas verónicas de buena factura y completó el saludo con chicuelinas, para avisar a la concurrencia que había venido a por todas. El toro fue bueno y el torero también. Le pegó tandas de naturales y a la hora de matar, atacó decidido y acertado, por lo que recibió una oreja.

 

Hasta ahí la corrida prometía, pero que sale el segundo y que cambia el argumento. Los toros se caían con un soplido. Llegamos al punto de que un banderillero fue alcanzado por el cuernos y en lugar de arreglarle su asunto –cosa que nadie quiere que pase, pero que es lógica si de andar entre los toros se trata- el animal que pierde las manos salvándose milagrosamente el peón, que todavía tiene los ojos como platos del asombro ante su buena suerte.

 

Luego, que sale un merengue débil, pero bravo y encastado. Alfredo Gutiérrez desdibujado intentó torearlo con alguna trascendencia pero no pudo. Lo mató de forma por demás defectuosa y el juez Jorge Ramos, sumado al cachondeo, que aporta lo suyo. Olé mis huevos, señor autoridad. Esta es la primera oreja en la historia de la tauromaquia, que se entrega a un torero que ostensiblemente está por debajo de las condiciones del toro y además, corona su actuación con una estocada infame.

 

Cuando creíamos que ya habíamos visto todo, pues no. Que sale el penúltimo de la tarde y no dejó en mal el viejo adagio que asegura lo de que no hay quinto malo, porque este fue pésimo. Con la fiereza de una vaca Holstein sedada, “Pablito”, un manso que huía hasta de su sombra, se escupió del peto en la suerte de varas nada más sintiendo el hierro, no acometió a banderillas y a la hora de la muleta, la mansedumbre del toro se dio de frente con la del matador Alejandro Martínez Vertiz que sin recursos y más verde que una alcachofa, pasó las penas del infierno hasta que la vergüenza berrenda fue devuelta al corral. Como polos magnéticos iguales se repelen, el espada nunca pudo concretar la suerte de matar.

 

Finalmente y expiando lo que había pasado durante la tarde, Gallo se lió con el sexto que fue peligroso e intentaba cazarlo, pero el diestro se mantuvo firme y libró el trance con mucho decoro. Salvando con su vergüenza torera una corrida tan repelente como un villancico salsero de esos que canta Ninel Conde.

 

José Antonio Luna Alarcón

Profesor Cultura y Arte Taurino

UPAEP

Puebla, México