Su determinación es tan inquebrantable que del día nefando en que agonizaba con las venas vacías y las alas de la paloma negra batiéndole en la frente, regresó en solitario a plantarse como el mejor torero de
Colgado el cartel mítico de no hay billetes, dicen que treinta minutos antes de que empezara la corrida los tendidos del coliseo romano que es la plaza de Nimes, estaban a reventar. Corrida de postín. En las barreras se sentaron embajadores, artistas, cantantes y un premio nobel de literatura. Mario Vargas Llosa, acudió a renovar sus votos matrimoniales con la tauromaquia: Yo te tomo a ti por esposa y prometo amarte todos los días de mi vida, en lo próspero y en lo adverso. Los aficionados, expectantes como niños radiantes y presintiendo lo que iban a testificar en las siguientes horas, celebraban jubilosos y por adelantado. Empezó
Desde que largó trapo, el diestro se puso a tono con el anfiteatro romano y su quehacer fue clásico. En la carátula del reloj para contar eternidades que era el ruedo, a verónicas y chicuelinas augustas inició las pausas y movimientos de las manecillas que acompasarían el decurso. Toro a toro, detuvo el Tiempo por un tiempo y escribió la Historia con su propia historia, pero fue en el cuarto, un bellísimo ejemplar de Parladé, cuando se encontró consigo mismo como si asistiera a una cita marcada por el destino, en la que los dioses del Panteón latino hubieran hecho hasta lo imposible para que aquel momento se cumpliera. Los gritos eran lejanos y el aire aguantaba con hilos sus muletazos alados. El toro fue bueno y alcanzó el indulto, sin embargo, más que bravo era noble. Los delantales sirvieron de recepción capotera y Gaona fue rememorado en los lances del quite. En el último tercio, sin prólogo citó de largo para el primer natural. Después, se expresó en seriales de redondos por las dos manos.
Cada muletazo era un símbolo, un fragmento de inmortalidad, una hoguera ardiendo, una demostración de fatalismo.
Bastaron tres comparecencias en toda
Los filósofos estoicos, Séneca, Marco Aurelio, Epicteto y Cicerón, ante la obra del torero de Galapagar, de nueva cuenta masticaban el acertijo: “la verdad es belleza y la belleza es verdad”, estupefactos, más que hace dos mil años.
Profesor Cultura y Arte Taurino
UPAEP
Puebla, México