Para cuando el peso de la cordura agota y lo cotidiano se vuelve insoportable, tenemos el delirio de los encierros de Pamplona. La gran fiesta anual rebosante de pasión y bañada en vino, cada mañana termina con la liturgia fugaz y atropellada que llamamos “el encierro”. Digo bien, termina, porque en los sanfermines, correr los toros es la última actividad en las andanzas diarias de muchos turistas atolondrados, los que después de la sobredosis de adrenalina, se irán a dormir, y luego, se levantarán a las tres o cuatro de la tarde para continuar la fiesta. Es que lo de correr el encierro tiene varias vertientes. Una, la profana de los turistas y otra, la solemne de los corredores expertos, que la han convertido en un oficio divino carente de validez, si no se consigue ponerse delante de un toro bravo.

Los sanfermines son la apoteosis de los excesos y ello incluye la exuberancia brutal de atreverse a derrochar la vida en la apuesta de una carrera incomprensible. Correr por las calles de Pamplona llevando tras de sí media docena de toros bravos, se ha convertido en un ritual que para cientos de personas de todo el mundo da sentido a sus vidas. La fiesta cada vez es más cosmopolita. Por otra parte, a los encierros no se opone nadie y por esa causa, navegan viento en popa. Lo de la pamplonada es el lado expansivo de una tauromaquia que en la corrida, se contrae y se achica cada vez más de prisa, gracias a las trampas y supercherías por parte de los actores que le restan la emoción y hacen ver al toro como un rival en completa desventaja. El auge de las fiestas sanfermineras es tal, que el estadounidense Bill Hillman, escritor y corredor de encierros, ha publicado un libro en colaboración con  otros autores, entre ellos, John Hemingway, nieto del Hemingway que ganó el premio Nobel. En el volumen dan consejos a los turistas para correr los encierros y salir lo mejor librados de ellos.

How to survive the Bulls of Pamplona, es el título de una guía de autoayuda para emprender la fascinante, rauda y peligrosísima aventura conservando la integridad. El texto hace un detallado análisis de cada tramo del recorrido, ponderando las ventajas y resaltando las desventajas de correr en las calles de Santo Domingo, Ayuntamiento, Estafeta y Telefónica. En la edición han colaborado, a su vez, corredores famosos y fotógrafos destacados. La obra también incluye un artículo referente a José Tomás y una breve memoria sobre Orson Welles – aquel otro norteamericano enamorado de los encierros- escrito por su hija Beatrice Welles.

Estamos en la mañana del nueve de julio. El gringo Hillman que en los tiempos malos ha sido boxeador y pandillero, y que por ello, en peleas callejeras lo han apuñaleado y le han roto los cuernos, ahora es un clásico de la mañana pamplonica en sanfermines. Pantalón y camisa blancos, la faja y la pañoleta rojas, gallardo y varonil se pierde entre la multitud. Ya es un corredor de colmillo retorcido. Va nervioso, pero lleva los ojos fascinados del que emprende una gran aventura. Arranca su carrera cuando presiente que los toros se acercan. Veloz aprieta delante de los pitones. Va haciendo una buena carrera, faltan escasos metros para entrar al callejón de la plaza de La Misericordia y conseguir la gloria personal, entonces, tropieza con otro corredor derribado y rueda por el suelo. El toro de Victoriano del Río que lo persigue no desperdicia la oportunidad de ponerle una paliza. Repartiendo derrotes se ensaña con él y lo ensarta en una pierna. La cornada es de las que atraviesan de lado a lado. Bill Hillman siente la herida caliente y mira escurrir la sangre. Le han pegado un gran tabaco. Sin embargo, guerrero de mil batallas sonríe sereno a la cámara que perpetua sus atrevimientos.

Son las reglas del juego. Correr el encierro no tiene ningún fin práctico. Es un ejercicio recreativo en el que se gana o se pierde, sólo que aquí la postura se paga con sangre, o en el peor de los casos, con la vida. Juego o hazaña, el encierro es, ante todo, un canto de libertad que se alza en medio de carreras, cornadas y un carajal del demonio. Hillman ahora lo sabe, su libro es una guía, aunque -de hecho- con la cornada le ha quedado claro que los consejos que da, como todas las cosas realmente emocionantes e intensas de la existencia, no ofrecen ninguna garantía.

 

ProfesorCultura y Arte Taurino
UPAEP
Puebla, México