Pues nada. Que da mucho gusto y satisface, pero no para nombrarle triunfo incuestionable. Verdad es que nunca en la historia de la feria taurina más importante del mundo se había contratado a ese número de mal llamados diestros aztecas. Por cierto, este término compuesto utilizado para evitar repeticiones, tan del gusto de algunos cofrades de la tecla, sabe a penacho, a antropófagos y a guerras que no tenían nada de floridas y si mucho de corazones extirpados. Volviendo al punto, verdad es, también, que cada uno de los cinco espadas mexicanos generó el interés de la concurrencia venteña y que no la defraudaron. Las actuaciones fueron muy decorosas, ni duda cabe. Lo de que estuvieron a la altura de la cátedra, me van a perdonar, pero eso sí no es calificativo para aplicarlo a todos.

 

Imaginen lo qué hubiera pasado si en su primero, Ignacio Garibay se olvida del unipase y liga la serie. Que el pabloromero tenía jiribilla, se notaba. Sin embargo, los madrileños, durante el serial vieron muchos toros con guasa y también vieron a los toreros que los lidiaron, ligar los pases estoicamente. Después, con el pequeñín de la tarde, seiscientos setenta kilos y unos pitacos para adornar cantinas, Garibay se entregó a la cornada dando luz y embarcando al toro mal colocado, como alguna vez lo hizo en la Plaza México, error por el que pagó el mismo precio de sangre. Claro que en Insurgentes sin el tonelaje ni el armamento de este portaaviones que se lo llevo de corbata.

 

Asimismo, de palmarés y glorias estaríamos hablando si Joselito Adame le hubiera tomado el son al Alcurrucen que abrió plaza. El torero de Aguascalientes no terminó de acompasarse y aunque no se vio mal, tampoco sacó todo lo que el toro llevaba adentro. Miedo daba que el cornúpeta fuera a ser descubierto como el ejemplar de la feria. Sin embargo, días después a César Jiménez le salió uno mejor y también lo aprovechó a medias, o le desaprovechó la mitad, como ustedes gusten, con lo que habríamos librado el reproche. 

 

Sergio Flores estuvo a punto de cortar una oreja, pero la severidad del presidente se la negó. Luego, un berrinchito mirando al palco con ojos de pistola –reminiscencias de la más pura escuela cavacista- le hizo olvidar que estaba en la plaza más importante del mundo y que allí les valen gorro pataletas y soponcios de exigencia. Desairando a los espectadores que le pedían diera la vuelta al ruedo, se abstuvo de recoger la ovación circular que se merecía, este sí, por su triunfo.

 

Tema aparte, Arturo Saldivar quedó muy bien, sobre todo, hizo gala de una determinación a toda prueba, además, de su buena técnica. Diego Silveti no pudo desparramar la fineza de su arte, porque el par de mansurrones que le echaron de toriles no se lo permitió.

 

Es importante y trascendental que hayan ido a Madrid y el haberlo hecho con tanta dignidad, carácter y aplomo profesional, alienta la ilusión del rescate de nuestra fiesta. Pero, para calificarle como un gran éxito todavía falta y hacerlo es coba perjudicial que luego, de un mantazo nos devuelve al pozo. Por eso, que algunos colegas hablen de triunfo incuestionable y de diez con estrellita, es una pajarotada del tamaño de la noticia anunciando la muerte de Bin Laden.

 

 

José Antonio Luna Alarcón

Profesor Cultura y arte taurino

UPAEP

Puebla, México