Informa desde México. José Antonio Luna Alarcón. Profesor Cultura y Arte Taurino. UPAEP

Les decía la semana pasada, que los aficionados a los toros somos ecologistas y ambientalistas de primera. Así lo expresé en el Segundo Coloquio Internacional Taurino que se llevó a cabo en Tlaxcala. Aquí, les comparto la segunda última parte, que también he adecuado para su publicación:

Los toros de lidia, al igual que las rosas, no son una creación de la naturaleza sino de la inteligencia humana, En particular, de los ganaderos andaluces y navarros, incluidos los sacerdotes jesuitas, dominicos y los monjes cartujos. Por esa manipulación genética de manera empírica se logró la bravura, la nobleza y el estilo que hoy admiramos. Y miren ustedes si la vida es coqueta: en la supervivencia del toro está la corrida como único punto de apoyo, el rito sacrificial en la arena. Por esta ironía, los que amamos la fiesta y los que viven de ella, todos juntos, debemos darle al toro un trato digno que nos honre como venerantes de esa especie.

Las infamias cometidas en contra del toro, han hecho ver a los toreros como carniceros, a los veedores como sicarios en la cadena de la mafia y a los ganaderos como cómplices y tratantes de carne –no a todos, desde luego, siempre hay justos en Sodoma- pero, es que están los que viven para el toro y los vividores del toro.

Hoy, -puede que tal vez siempre- los monopolios taurinos con su enorme poder económico y mediático, marcan la pauta de lo que es el arte, la verdad y la gloria del toreo, también dicen cómo debe ser el toro de lidia contemporáneo, por cierto, de una mansedumbre borreguil y de una debilidad desesperante. Además, los poderosos pretenden imponer los criterios de lo que debe ser la crónica y la crítica taurina, las plumas y los micrófonos se alinean y obedecen con la nobleza y la docilidad que ya quisiera tener el mejor de los teofilitos, no sé si capten la acidez. El colmo es que ya ni siquiera es necesario el sobre con el dinero, basta el saludo del matador, basta la autorización para ver la corrida desde la barrera, basta la invitación a una tienta y pegar dos trapazos.

La cuestión es que el toro ya no es el rey, sino la materia prima para la pantomima que es la fiesta mansa y el toreo de hoy se asemeja a un naufragio, en el que cada quien levanta lo que queda, en algo más parecido a un saqueo. He estado en corridas de las que salgo mascullando que tienen razón los antitaurinos. Sin embargo, he estado en otras, de las que me he marchado de la plaza agradecido con mi padre y mis abuelos, el materno y el paterno, por esta herencia que Álvaro Domecq llamó: una afición de gloria.

Las primeras son las que reclaman una solución, ustedes ya saben los males: novillos anunciados como toros, erales por novillos, afeitado, mansedumbre, puyas leonas y por si faltara, pinchazos y descabellos a mansalva. Cada día nos burlamos más del toro y los buenos aficionados debemos reprocharnos, que nuestra terrible falta se llama: silencio cómplice.

En su libro Viaje a los toros del sol, una obra que todos los aficionados y críticos deberíamos leer y releer, Alfonso Navalón, el más grande crítico taurino, escribió en el prólogo para una reedición de ese grandioso libro: “Este mundo fascinante de emociones y ensueños se ha convertido en un burdo negocio donde todos quieren vivir a costa de humillar al toro. Ya no es el Rey de la Fiesta. Es sólo una pobre víctima del egoísmo de los taurinos que le quitaron la casta, la fuerza y encima le asesinan en el peto, y luego unos presuntuosos toreros se hacen millonarios, practicando la trampa y no la arriesgada técnica del buen toreo. Para colmo, los cronistas corruptos ignoran su gloria en el triunfo de los toreros y lo difaman para justificar el fracaso de los incompetentes”. Asombra la coincidencia casi total en los argumentos esgrimidos por los antitaurinos y por el crítico taurino más grande de la historia del toreo. Viaje a los toros del sol fue declarado texto oficial del idioma español en la Universidad de París (La Sorbona).

Dijo alguna vez don Felipe de Pablo Romero: “Apuntillarlos antes que afeitarlos”, exclamación que le costó un largo veto gracias a Camará, y que nos deja una nueva perspectiva -que no es nueva- de Manolete. La verdad, la honestidad y la libertad se pagan a un precio muy alto. La lealtad a sus toros le costó al ganadero casi la desaparición de su ganadería y a nosotros los aficionados, la casi extinción de uno de los encastes más bravos y señeros de la cabaña brava mundial.

Concluyo, si el toro bravo cumple un papel tan relevante en su entorno ecológico, si la corrida es la razón de su existencia, ya es tiempo de que exijamos que se respete su dignidad.

La defensa de la tauromaquia no se hace gritando consignas por las calles en marchas folcloristas del clavel y el paliacate anudado al cuello, en las que si se mira bien, sólo se defienden los intereses económicos de los dueños del negocio, o sea, de los que están acabando con la tauromaquia, de los que se forran y que, por cierto, jamás acudirán a una marcha de estas. La defensa de la tauromaquia no está tampoco en el hecho de tocarnos con una gorra cordobesa e ir a pegar lances y pases a un centro comercial, mostrando a los desafortunados que por allí pasan, lo buenos que somos para torear sin toro y para hablar como si fuéramos andaluces. La auténtica defensa de la tauromaquia está en cumplir con nuestro papel dentro de ese ámbito, ya sea como torero, ganadero, apoderado, veterinario, cronista, crítico y aficionado, respetando a ultranza la dignidad del toro.

Por lo tanto, si respetamos al toro, si somos leales en el encuentro en la arena, podrán decir que la corrida es cruenta, pero no cruel, y nosotros podremos replicar que jamás es bárbara y siempre edificante.  En igualdad de condiciones de respeto, entonces, sí, demostraremos la supremacía del espíritu y del intelecto, sobre la fiereza y la fuerza. Con una fiesta limpia de corruptelas, una fiesta diamantina y vigorosa, seguros de lo que decimos, podremos argumentar en defensa de los valores que el toreo nos ha enseñado y en los que creemos firmemente, sin que nos tiemble la voz y sin bajar la mirada: ¡somos aficionados a los toros, somos ecologistas y también ambientalistas!