El primer cólico biliar me dio cuando el director Antonio Serrano nos ofrece a DemiánBichir en el papel de un cura Hidalgo dicharachero y de chacota, muy al estilo de Pedro Infante en Dos tipos de cuidado. Como si una parte de la biografía del padre de la patria fuera la misma que la de Juan Charrasqueado, o sea, la de un patán borracho, parrandero y jugador, que además, es sacerdote. Sin embargo, eso nada tiene que ver con lo de “jamás contada”. Con ese título, el que firma el presente pensaba que la cinta nos iba a mostrar cómo Miguel Hidalgo y Costilla, indignado ante lo que Napoleón Bonaparte le está haciendo a Fernando VII, convoca a la parroquia del pueblecito perdido llamado Dolores para manifestar su apoyo al rey apresado y de cómo ese movimiento de lealtad, luego va degenerando en un meneo insurgente gracias a las cosas tergiversadas que siempre pasan en este país. Pero, no. El director se pasa por la bisectriz el lado profundo del asunto y en lugar de abordar el tema con bravura se pierde en bravuconadas, con lo que el filme se queda en puras mentecaterías, por cierto, de pésimo gusto.

Otro derrame de bilis me vino cuando con el fin de recalcar que el libertador era aficionado a los toros, Serrano presenta a un personaje secundario que es torero. Por cierto, en una lidia muy del siglo veintiuno, lo que deja en entredicho la nula documentación histórica del director y su guionista, porque a finales del siglo dieciocho, en la Nueva España las corridas debieron darse sin ningún orden de lidia. Los Romero apenas estarían inventándolo. Asimismo, ni el capote, ni la muleta eran de ningún modo lo que son ahora y faltaba mucho para que Cúchares agraciara con sentido artístico a los lances y a los pases. En la centuria dieciochesca la trama consistía en darle aire al morlaco de dos mantazos y una estocada. Lo que quiere decir, que los adornos eran considerados como meras negligencias y poca efectividad del matador. Antonio Serrano no se entera de eso, tampoco de que Hidalgo fue criador de ganado bravo en sus haciendas de Santa Rosa y San Nicolás. Hasta ahí las cosas no se han salido de contexto y la peli es una más de las centenas de malísimas cintas mexicanas. Es decir, todo va dentro de las manifestaciones pluriculturales y de avanzada de un instituto donde todo disparate y estupidez tienen cabida.

El plato fuerte apenas viene. Lo que me aflojó los empastes de las muelas de tanto apretarlas, fue que ese matador, además, divertido apuntilla prisioneros como si estuviera descabellando toros. Una ordinariez gratuita que por su parte, Antonio Serrano sin cortarse el pelo hurta, plagia, remeda y calca –dijera la Micha- de una atrocidad que se ha inventado sobre Manolete, a quien algunos bárbaros lo calumnian arteramente de que por ser franquista, se divertía descabellando rojos en las plazas de toros instituidas como prisiones.

En esta producción muy a la mexicana, es decir, en este churrazo de paga y vámonos, no todo se carga a la columna de las pérdidas. Anima un poco el petardo la belleza de Ana de la Reguera, que es el bombón de la nariz fea más bonita del mundo y que tiene unos ojazos y unas pestañas para dejarse acornear a cuerpo limpio y quedarse colgado de ellas toda la tarde. Después, como detrás de cada romántico siempre se oculta un embustero, yo le propondría quedito al oído: amor, si tanto te gustan los churros, te invito a unos con chocolate, ¿qué tal en Madrid después de una tarde de toros?