La cuadrilla tiene la aureola que posee todo grupo de hombres que se juegan la vida por la tarde y en la noche se sientan a cenar a la misma mesa. Al otro día, nómadas recorren todo un país metidos en el coche, como una película que se repite decenas de veces.

 

En esta reciente Feria de San Isidro hemos visto el faenar de las cuadrillas y quedan cosas muy dignas guardadas en la memoria. Puyas en todo lo alto aguantando la reunión sin bombear. Capotazos extraordinarios que dejaron al morito puesto sin tocarle los lados. Un toro corrido a una mano de los medios a las tablas. Quites providenciales cuando la cornada era inminente. Pares de banderillas con mucho aroma, de los que los autores salían caminando como quien va a comprar el periódico. Varios toreros de plata dejaron patente su heroísmo, además arrebañado de un extenso dominio del oficio para superar cualquier adversidad. Actuaciones muy entonadas que hablan vibrantes de una enorme vergüenza torera. Derroches de casta. El listón más alto lo pusieron Carlos Casanova y Jesús Arruga.

 

Todo empezó en un segundo tercio pleno de torería y valor. Imagínense el cuadro. Tarde aburrida con la plaza llena hasta las banderas. El mayo de las Ventas del Espíritu Santo es de localidades saturadas en cada festejo. Rotundo éxito económico, si se toma en cuenta lo anterior y se le suma que los carteles conformados, la mayoría de las ocasiones, no colgaron los nombres de matadores caros. La corrida transcurre sin que pase nada realmente importante. El sol empieza a declinar y ese cielo transparente y brillante de Madrid se viste de azul con bordados en oro viejo. Precisamente, de azul y pasamanería en negro, Casanova cita para el primer par. El toro se arranca con fuerza y en el embroque, el rehiletero se asoma al balcón, tanto que sale tropezado en la cara y al alcance del derrote, librando la cornada de milagro. Acto seguido, Arruga hace lo propio. Enseña tan de cerca los tirantes que el pitón le roza el vestido verde, desgarrándolo como si fuera una navaja de afeitar. El recorrido de la cornada ha roto la taleguilla, de media pernera al chaleco. Finalmente, el tercio lo cierra Casanova con otro par rotundo en el que siente el puñal rozarle las carnes; libra el trance con muchas facultades y no poca gracia. Los seis gladiolos impecables quedan adornando el morrillo. Casanova y Arruga han dejado en claro que con los rehiletes son gente.

 

Si como sucede siempre, este par de esforzados alguna vez soñó con pasar a la historia y las fantasías nunca se cumplieron, la tarde del 28 de mayo del año 2010, con el Palha, escribieron un capítulo conmovedor y de gran valía que los cuela de lleno. Tercio de banderillas memorable, entero y saturado de valor, al que bien podrían titular: Cátedra Magistral que Versa sobre la Vergüenza Torera. No les faltó una coma. Miren que arriesgar la propia vida por cumplir inspirados. Con su entrega se filtraron hasta la entraña más íntima de los asistentes que los llamaron a un saludo en el tercio valioso como una vuelta al ruedo. Era que entre los dos habían logrado lo que ningún matador pudo hacer en toda la Feria, poner de acuerdo al intransigente y severo público madrileño. Casi nada.