Vas a aprender que, pase lo que pase, la vida vale la pena, y que no se trata de ganar o perder, gozar o sufrir, llegar o quedarte hasta donde buenamente lo consigas, sólo se trata de vivirla. Eres joven, pero ya sabes que las circunstancias no las crean los otros sino uno mismo. Conoces también que no hay nada de malo en el chico silencioso y tímido que con el lío al hombro y el cordobés calado pedía oportunidades y aunque demostró su valía, muchas veces se las negaron. A veces, aún los amigos se hicieron de la vista gorda y prefirieron cumplir compromisos para ellos más importantes. Así mismo, otros te abandonaron a tu suerte, sin embargo, resolviste la papeleta en solitario y con muy pocos conocimientos, pero con una voluntad a toda prueba y poniendo el corazón enorme delante de la muleta. También, soportaste cretinos de saliva espesa y comentarios ácidos. Ahora sabes que cada vez que alguien murmuró o te cerró una puerta o te dejó sólo, no hizo sino impulsarte un escalón arriba.

Estás preparado en los adentros, por lo tanto, no es preocupante que salgas al mundo en el que continuarás encontrando muchos Sancho Panzas, mantente alerta. Sin embargo, de vez en cuando reconocerás quijotes, ellos son pan que alimenta el espíritu. Al momento en que topes con uno, saca la libreta y toma nota.

Cuando se es joven uno espera la gran felicidad, esa nunca llega. Las que siempre están ahí son las pequeñas felicidades, las que conforman el día a día, esmérate en reconocerlas y gozarlas. La felicidad está en la conversación de un buen amigo, en el vuelo de las golondrinas, en una tarde de cielo transparentemente azul, en la mañana en que revientan los botones de las rosas, en el fondo de los ojos de una mujer y en cada acontecimiento si vas con la mirada atenta. Nunca olvides que el éxito no se mide por la posición alcanzada en la vida, sino por lo que hayas podido disfrutar en el camino para conseguir lo que has buscado.

Por último, desempeña tu oficio cabalmente, torear es glorioso y tremendo. Por mi parte, te deseo que siempre te cobije el amparo de Dios, que a pesar de osadías y atrevimientos los pitacos nunca te alcancen. Te deseo que tu toreo posea el sentido del tiempo que tienen las constelaciones, el temple de las águilas volando tras la presa, la dicha del que sin saber por qué hace lo que hace, se reconoce inmensamente pleno. Te deseo muchas tardes de claveles rojos y palomas blancas, el delirio de las multitudes, la fortuna inmensa de la puerta grande. Te deseo un futuro en el que como aseguras, lo mejor siempre esté por venir.