Hasta ese primer encuentro con Lupe Sino, la experiencia amorosa de Manuel Rodríguez Manolete puede considerarse muy gris. Siempre que se había dirigido a una mujer las palabras salían con tropiezos. Pero esa noche en el bar Chicote de Madrid, el torero cordobés sin poder explicárselo a sí mismo, se expresaba con gran soltura, y aunque en la misma mesa departían su apoderado José Flores Camará, la bailadora Pastora Imperio y Rafael Vega de los Reyes Gitanillo de Triana, la pareja se hallaba a años luz de sus amigos. El enganche entre ellos fue fulminante y para siempre. Por lo menos, hasta la fatídica tarde en que el cara de santo se tiró a matar a “Islero” de Miura.

Los que han relatado el hecho dicen que Lupe Sino era una actriz mediocre. De hecho, la leyenda urbana narraba que cuando Manolete la vio entrar al local en compañía de Pastora y de Gitanillo, preguntó a Camará que quién era la que venía con los amigos. A lo que el apoderado contestó desdeñoso: una actriz de segunda. Refutando el matador: para mí, de primera. La trama es falsa. Lupe era una actriz incipiente, es cierto, pero con un futuro brillante. Ya se había estrenado su primera película y la requerían los directores de cine más importantes del momento. Se le consideraba la Ava Gadner española. Su carrera sólo se detuvo cuando rodó sin puntilla, hechizada de amor, en los brazos del inigualable diestro.

Cuando los allegados al Monstruo de Córdoba, agoreros daban por descontado que gracias a Lupe Sino empezaba el declive del matador, por la puerta de toriles de la Plaza de las Ventas del Espíritu Santo, apareció “Ratón”. Sexto de la tarde, un sobrero de la ganadería de Pinto Barreiros. Estamos en el 6 de julio de 1944. Desde que el toro toma el primer capotazo Manolete lo entiende a la perfección. Las verónicas se mecen cadenciosamente y cada recorte es un dechado de arte. Al punto de desplegar la muleta, las series enhiladas de derechazos y naturales se van superando unas a otras. Los espectadores jaleando jubilosos presienten que están frente a la faena más completa de toda la carrera del diestro. Manolete está cuajando su obra cumbre, la más exquisita y magistral. La afición y los críticos la reconocen como clímax y remate. Lupe Sino era el ángel inspirador, ella que había renunciado a todo por seguirle a él.

Luego, lo que no pudieron hacer los allegados a la pareja que querían separarlos a toda costa, incluida doña Angustias la madre del torero, lo hizo el destino. Manolete acudió a la cita brutal de la tarde de Linares y Antonia Bronchalo Lopesinos, nombre verdadero de la actriz, se quedó llorándole sin que le permitieran acercarse al lecho de muerte. La vida que se gasta bromas muy pesadas la trajo a México. Dicen que en nuestro país se casó con otro Manuel Rodríguez. El mismo nombre y otra historia. Las mañanas irremediablemente ya no olían ni a azahares ni a claveles.

 

 

 

 

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Crónica de José Antonio Luna