Informa desde México. José Antonio Luna Alarcón. Profesor Cultura y Arte Taurino. UPAEP

Un lector de los asiduos, inquirió por mi recelo taurino: mi disgusto por las ganaderías blandonas, el escepticismo respecto a las figuras del toreo mundial, la falta de fe en el futuro de la fiesta mexicana, el desprecio por los públicos tolerantes, que corean largos oles a lances y pases insulsos pegados a utreros afeitados.

Siempre afirmé, porque soy un convencido y además, me dedico a ello, que el conocimiento, la cultura y el pensamiento crítico, son los martillos para romper las cadenas de la estupidez, la manipulación  y la mediocridad. Que ni contando con un reglamento y una autoridad decente -la decencia casi siempre es obstaculizada por los niveles superiores-, por más apego a la ley, nunca hay verdad en el ruedo sin una afición culta y exigente. Desprotegidos de conocimientos y apabullados por el conformismo, los espectadores se convierten en una manada borreguil que en vez de balar, grita ole y aplaude cuando el diestro arrima los muslos a los despojos de pitones.

Leyendo Toreo clásico contemporáneo, antología de artículos escritos por mi amigo José Campos Cañizares, me encuentro con unas verdaderas joyas. Entre textos muy bien escritos y por demás interesantes, el libro contiene un trabajo llamado “De intrahistoria y filosofías taurinas”, en él comenta la obra Metafísica taurina, escrita por Cecilio Muñoz Fillol, un intelectual que estudió Filosofía y Letras, además de Veterinaria, buena combinación para entender la tauromaquia a fondo, y que largó fuerte contra los fraudes que en su tiempo afligían a la fiesta de toros y que hoy, se han agravado.

El tratado fue escrito en 1950. Luego, fue editado de manera póstuma en el año 2009. En su estudio, el profesor Muñoz sostiene que la fiesta sufre, entre otras cosas: “La industrialización más descarada y la comercialización más abyecta […]” (Cfr. Campos, 90) Lo que nos señala Pepe Campos es que el filósofo se duele herido y avergonzado de las trampas.

El que esto firma ha visto a banderilleros, mozos de espadas y taurinos de cuarta, brincar como simios encima de los cajones en que transportan los toros, ponerles una soga en los pitones y colgarlos con la garrucha. El toro con las manos sin tocar piso, se queda quieto y así, es muy fácil cortar las puntas. Lo hacen con el afán de que su  matador consiga lo que Pepe Campos llama “estéticas superfluas”. Por eso, me conmueve tanto lo que leo en el contenido. Esta vez, cito a Antonio Díaz-Cañabate relatando el desarrollo: “La última vez que vi un afeitado me situé frente a los ojos del infeliz torturado. Estaban sanguinolentos. Terrible su mirada. Patética también. Mezcla de ira y tristeza. De pronto los cerró. En aquel momento el barbero mutilaba su pitón derecho. Cuando nuevamente se abrieron, parecía que una neblina los velaba. En los ojos de los toros, ¿pueden nacer lágrimas? No. Sin embargo, aquel lloraba. Estoy seguro. Se quedó quieto. Se oía un chirrido desagradable. Era la lima, que actuaba para disimular la mutilación.” (Cfr. Campos, 92) Si algunas tardes percibo pasmado la grandeza del toreo, otras, la mayoría, salgo de la plaza indignado por la vileza con la que se trata al toro.

Pepe Campos es un hombre de letras muy bien documentado. En la nota a pie de página, también cita a Gregorio Corrochano en Teoría de las corridas de toros: “El que torea toros con los cuernos cortados no es un torero, aunque se vista de torero, aunque toree muy bien, aunque haga muchas monerías con el toro “afeitado”; también la mona se vistió de seda y no pasó de mona.” (Cfr. Campos, 92)

Después de leer a mi amigo, con mayor firmeza reitero a ese buen lector que me cuestiona: Sostengo lo dicho y continuo en la misma línea: Sí, mi recelo y mi desencanto son crónicos y se agudizan. Es que estoy seguro de que, cada vez que un matador manda dar serrucho a los pitones –y lo ordena casi siempre- lo que realmente está mutilando, es mi moral. Si soy consecuente, me convierto en su cómplice y en un integrante más de la pandilla. Así de vergonzoso, así de triste.