Informa desde México. José Antonio Luna Alarcón. Profesor Cultura y Arte Taurino. UPAEP

Disfrutar del arte ensancha el horizonte personal. Por lo menos, la perspectiva que uno tiene de ese horizonte. Se agranda tanto que descubres que los caminos están entrelazados. El arte tiene una interdisciplinariedad que inspira a los artistas de otras ramas. En pocas palabras, la belleza aviva a la belleza.
El toreo, por ejemplo. Una corrida de toros, ya en sí misma, es una representación dramática, pero a diferencia de lo que sucede en el escenario de un teatro, en el  plató que es el ruedo las cosas suceden de verdad; la sangre que corre y la muerte son reales, la del toro y la del torero. El toreo es, también, una danza en la que los movimientos de los dos protagonistas deben ser acompasados y armónicos, con la singularidad de que los pasos se dan al filo de la existencia.
En muchas plazas la lidia se acompaña con música. Una mañana, en Nimes vi a Juan Bautista vestido de azul noche y oro, bordarle una faena muy clásica al “Juanpedro”, que le tocó en suerte. Las verónicas con que lo recibió fueron templadas, larguísimas, además, hizo un quite bello como una alhaja negra, dirían los revisteros de antes; luego, toreó por los dos lados como si fuera el mismísimo inventor de la lidia. Sin embargo, lo que me conmovió hasta las lágrimas fue que la banda acompañó el quehacer del diestro con la pieza “Vita nostra” de Ennio Morricone. Al comentar con mi vecino de localidad la belleza de la conjunción entre el toreo y la música, el francés me contestó contundente: “mosiu, venir a los toros en Nimes es como ir a la ópera” y tenía más razón que Aristóteles.
Hay que mencionar, además, que el toreo convoca a las otras artes y se convierte en su inspiración. Quien ha leído “El torero Caracho” de Ramón Gómez de la Serna, reconoce que está ante una obra literaria de lirismo desbordado, por demás ingeniosa e irónica. El que ha visto y escuchado la representación de la ópera “Carmen” de Georges Bizet, conoce lo que es un rito sensorial. Lo mismo pasa con la escultura “La estocada de la tarde” de Mariano Benlliure, o las fotografías taurinas de Sasha Gusov, entre muchas otras referencias.
Ayer, escudriñando información acerca de Salvador Dalí y debido a la lectura fragmentaria que se hace en Internet, es decir, el abrir ventanas según los derroteros por los que nos conducen los textos electrónicos y los apetitos de la imaginación -razón inexplicable por la que investigando, por ejemplo, acerca de la lingüística comparada, termino en la página de Mónica Belluci- aunque la investigación no era el tema de los toros, no resistí la tentación y busqué el cuadro “El torero alucinógeno”.
El mundo del subconsciente se materializa eufórico en esta pintura de Salvador Dalí tan cargada de símbolos: El rostro de Cristo que se confunde con la cara de Gala, la musa infaltable del pintor; el torero que les brinda una faena onírica y el tendido de la plaza de toros que parece más un coliseo romano. Sumen ustedes, la faz del matador enmonterado, que al fondo se difumina tras las sombras de la Venus de Milo repetida una y otra vez, el manto de la diosa es, al mismo tiempo, el corbatín del torero. Añadan a Dalí de niño frente a las moscas enhiladas, moscas y más moscas. El peñón que termina por ser un toro cuajado de banderillas que roza con el morro la arena. La obsesión por la rosa roja. Un mundo carmesí, verde, amarillo, blanco, azul, gris, naranja. Un mundo abigarrado, impreciso, caótico, que al producir alteraciones perceptivas cobra sentido develando la estampa taurina.
Es una de mis teorías personales y la defiendo a ultranza: Uno de los deberes más importantes de todo ser humano es el desarrollarse integralmente y con ello, alcanzar la plenitud. El perfeccionamiento de las dimensiones espiritual, intelectual y física se complementan entre sí. Al apreciar la belleza estética desplegamos el intelecto y el gusto por la vida. Observo pasmado la imagen electrónica de “El torero alucinógeno”. El arte encierra los misterios de la vida y de la muerte, los dos elementos que conforman el drama del ruedo. Tal vez, en busca de esas respuestas voy a las corridas de toros.