Me voy a meter en camisa de once varas y la verdad no sé para qué echarse al respetable en contra. Pudiendo pegar una media verónica y tan, tan, hablarles de cosas como la enorme vergüenza torera que tiene Juan Pablo Sánchez que, disminuido y maltrecho, se quedó en el ruedo únicamente a que el luciferino morlaco de don Fernando de la Mora, le arreglara su asunto por segunda ocasión en una cogida espeluznante y de la que, merced a los gritos que dio la histérica mujer que se sentó a mis espaldas y también, a que “Barranqueño” no soltaba al joven diestro- me dejaron los pocos pelos como los de gato erizado en película de terror. Estremecido y suponiendo que el pitón había encarnado y que estaba matando a la joven promesa, por el susto y por el frío me quedó la mandíbula como castañuelas en manos de Emma Maleras.

 

O, por otra parte, podría yo echarle agua al vino con un ustedes han de perdonar que suavice mis palabras y salirles con besos fingidos, apuntando cosas como que es obligado meter el dedo en la herida por el propio bien de aquel al que le está doliendo. Recurrir a la trillada frase quien te ama, te hará llorar, estandarte de los entrometidos que gustan de mirar la pelusa en el ojo ajeno e ignoran la viga que llevan en el propio. O haciendo apostolado taurino, podría a su vez, enumerar lo malo, para luego, reconvenir en estilo sentencioso y hacer hilo con una punta de eufemismos, cosa que hoy en día nos encanta.

 

Sin embargo, no lo haré porque me hierve la sangre. Así, que vamos allá de una vez, en corto y por derecho. Me asombra lo pasmosamente descastada e incompetente que se ha vuelto la afición de la Plaza México. Se me aflojan los empastes de tanto apretar la boca. Aunque, para serles sincero, ni me crispo. Al menos, ya no como cuando era joven y tenía fe en que la estupidez, la mediocridad, la incultura, el conformismo y los hilos de baba que nos cuelgan de la boca, tenían arreglo. Los años y las canas ponen las cosas en su lugar: ahora, sé que lo nuestro no lo arregla ni la Santísima Trinidad.

 

Nos gusta que nos vean la oreja y ese es el verdadero deporte nacional. Díganme si no: Domingo por la tarde, la reventa descarada en apogeo. En primer turno, que salta a la arena un toro cárdeno que sí tenía apariencia de toro. Acometía con claridad y bravura.

 

Entonces, Zotoluco que se desprende de la tronera y una vez más, empezó a repartir el queso. La coba inicial la dio tardando en acomodarse una eternidad, pasitos para acá, pasecitos de tanteo para allá. Toreo intrascendente a pico de muleta, el cuerpo inclinado hacia adelante y la muñeca echando al toro para afuera, dieron al traste con la única posibilidad de la tarde. Si se mira bien, eso formaba parte del guión de la corrida. Lo incomprensible fue que el público estuviera satisfecho y en vez de abroncar el fandango, tolerantes hasta la desesperación, corearon la faena.

 

 

Por su parte, El Juli metió a la gente a la plaza, pero ya se sabe el amor enfermizo que tiene la afición mexicana a las figuras españolas. A pesar de un arrimón en el segundo robándole las contadas embestidas, desde el tendido gritaron cualquier cantidad de ordinarieces. Dirán algunos que se metieron con él por la presencia de los novillines, pero nadie chilló la colección de sardinas cuando una a una, aparecieron por la puerta de toriles. No esperarán, me digo, que ante las comodidades disfrutadas por nuestros diestros, lleguen las figuras ibéricas y salgan con un “sabeuté lo vamo a quere cuatreño, pesao y con mucha leña en la cabeza”. Si la gente disfruta y aplaude la baja estofa de su fiesta, entonces, que nos los sirvan iguales, pensarán los extranjeros.

 

Mansos, de mal estilo y nula casta, los de don Fernando fueron un cilicio en los cojones. En fin, la plaza de toros es un escaparate de la sociedad y refleja lo que pasa afuera. Ahora, vendrán las corridas del Aniversario y en la plenitud de lo que somos para todo, festivos, borricamente ingenuos y estúpidamente optimistas, sin un reclamo asistiremos al mismo disparate. Aunque pensándolo bien, no será idéntico. En la México el absurdo es inagotable y cada tarde, nos ofrecen una negligencia mayor y diferente.

 

 

José Antonio Luna Alarcón

Profesor Cultura y Arte Taurino

UPAEP

Puebla, México