Lo dijo don Francisco de Quevedo: “Afición es todo lo que vence a la razón”. Y el que se empeña saca da la nada un mundo. Una mañana, Hilda Tenorio supo a ciencia cierta que un torero nunca olvida el revoloteo de mariposas en el vientre, que provocan los primeros muletazos bien logrados. Luego, aplicada aprendió a soñar con el capote. Cada intervención dejaba en claro que sería imaginativa a la hora de los quites. En banderillas ratificó un gran coraje para asomarse al balcón; y con la muleta convencía su pasmosa serenidad ante el peligro. El sueño se fue perfilando hasta hacerse realidad en aquello que tanto anhela un espada: ver su nombre impreso en un pedazo de papel pegado en las paredes.

 

Desde el recuerdo de la tarde de su presentación en las Calas del cortijo “El Mirador”, pasando por los triunfos importantes y sin descontar dolorosas cornadas, hasta su histórica alternativa el domingo en la Plaza México, Hilda Tenorio se ha entregado en cada lance, en cada par de gladiolos y en cada pase. No ha habido treguas. De un tornillazo certero por poco le arrancan media cara. Además, puede que lo de las mujeres toreras nos guste, o puede que no. Sin embargo, lo que en hembras y varones se reconoce sin reproche ni distinción son las ganas de ser, la fuerza de voluntad porfiada y esa actitud laudable que tienen algunos, la de trazar una línea imaginaria y después seguirla a ultranza, contra todo y contra todos. En el caso de la torera menuda, aún contra ella misma, las horas de pesadumbre cuando se preguntó si en verdad valía la pena lo que estaba pasando.

 

El cárdeno de Utrique fue el más cómodo del encierro, tamaño y cornamenta no tan aparatosos como los de sus hermanos, escogido gracias a las delicadezas de los alternantes. De todas maneras, era un toro con edad y más de quinientos kilos de furia. Hilda se va serenando y, poco a poco, se adueña de la embestida. Al hacerlo está acometiendo una hazaña y al mismo tiempo pasa a la historia. El toreo a fin de cuentas es eso, un relato de acontecimientos y proezas. Por los arrestos y lo vivido en las andanzas, la salida a hombros fue muy merecida. Era un homenaje a su carácter y empecinamiento. La niña siempre se ha sido fiel, ofrendándose sin mezquindades y con determinación estoica a costa aún de la propia sangre. Lo de la alternativa, en algunos casos, más que un peldaño en la carrera, se convierte en la metamorfosis de un ser en otro, lo que se era apenas hace unos minutos, queda muy distante después de que ha doblado el toro. Las frases que a continuación se escriben son con cargo a la que Santa Teresa llamó la loca de la casa: Era casi medianoche cuando se marcharon los últimos incondicionales. El murmullo de la enorme ciudad se hizo patente. Tras la ventana, los parpadeos de miles luces.  Entonces, la nueva Hilda en la soledad de un cuarto de hotel, los rasgos infantiles de su rostro dando paso a los trazos de mujer y los párpados caídos pintándole una melancolía que no se merece a sus años. Frente a frente, asombrada y circunspecta, se preguntaba en silencio quién era esa desconocida que la miraba al otro lado del espejo.

 

 

 

 

                                                                                                                        José Antonio Luna