Eugenia profesa cultura de vida, me dijo un papanatas, refiriéndose a la mujer que me presentaba. Luego, concluyó muy ufano y muy bestia, así como tú eres devoto de la cultura de la muerte. Dándole detalles a ella de mi afición a los toros. Mientras el que firma alargaba la mano soltando un mucho gusto, al tiempo que de reojo veía al presentador con ganas de arrimarle una andanada de sopapos que le quitaran lo baboso y lo ignorante. Ese hombre no sabe, o no quiere saber -da lo mismo- que a los toros se va a observar la vida esplendorosa en tardes refulgentes. Los toreros -que representan la existencia- van vestidos con trajes de color vivo y destellan oro. Son hombres vigorosos y cuando la lidia ha terminado, lo que los espectadores celebramos es que la vida del hombre se haya impuesto sobre el gran peligro de muerte que es el toro. Por eso, me da mucho gusto lo que voy a contarles.

 

Aquel mediodía llegué al café por un expreso que me despabilara un poco después de una mañana entre libros, cuando mi primo Jesús que es el dueño del lugar, me recibió con la noticia: “Acabo de ver en internet como le han dado un cornadón a Juan José Padilla. Parece que el pitón le entró por la cavidad del ojo”. Sobrecogidos, empezamos a navegar con los artilugios de mano y las noticias fueron confusas, pero lo indudable era que la cosa había sido muy seria, pues las notas iban desde la suma gravedad hasta la agonía del torero gaditano. La tarde aciaga de Zaragoza en que salió su número de mala suerte, Juan José Padilla vestido de rosa y oro se había empeñado en ponerle banderillas al astifino cárdeno, que cortaba el terreno y apretaba con mucha velocidad. El cinqueño era un ejemplar de hechuras bonitas. Se llamaba “Marqués” y llevaba en los lomos la divisa de la ganadería de doña Ana Romero. Fue corrido en cuarto lugar. En el último par, que el matador planteó de adentro hacia afuera y acometiendo en dirección a la querencia de toriles, el cornúpeta le apretó enormidades, alcanzándolo para derribarlo. Ya en el suelo, con la precisión de un francotirador, le tiró el derrote que le vació el ojo y le dejó los nervios de la cara hechos un escabeche. Cuando vimos el video nos impresionó la fiereza del toro que acertaba en la cara, llevando enhiesto el rabo al instante que hundía el cuerno.

 

Eso sucedió hace meses, pero el domingo hubo una gran celebración, la del regreso a los ruedos del diestro andaluz. Para que el hombre consiga sus propósitos, es necesario que su inteligencia y su voluntad interactúen. Es decir, que se precisa hacer lo ineludible para conseguir el fin, además de creer firmemente que se logrará. Cuenta mucho querer el bien.

 

Es a partir de estos tres puntos donde inicia el esfuerzo titánico de Padilla, un torero duro entre los toreros duros, curtido en el infortunio y valiente a carta cabal. Su lucha por salir adelante y no quedarse en los pronósticos fatalistas que lo acompañaron durante aquellos primeros días de convalecencia, se dio sin tregua, inteligentemente, con una voluntad estoica y una fe sin una sola fisura. Viéndolo salir a hombros en la corrida de su reaparición en Olivenza, llevado en volandas por sus colegas, en medio de una alegría general sin precedentes, contagia ganas de vivir y de no dejarse ganar ninguna partida. Los logros del Ciclón de Jerez, como ya lo llaman,  nos hacen reflexionar sobre lo que los hombres somos capaces de hacer cuando no nos abatimos ni aún en las peores circunstancias y con todos los pronósticos en contra. Padilla venció al miedo, a la desesperanza y a la derrota, y me da un gusto enorme comprobar que el destino trata con respeto a los valientes y a los pocos quijotes que nos quedan. Su historia nos aterró hace meses y hoy, nos conmueve en lo más hondo. Que un superviviente se levante de la cama con más vitalidad que antes de ser herido, es una razón sobrada para hablar de una manifiesta cultura de la vida. No sé si lo escrito sea suficiente para aclarar mi punto de vista y si no, me importa un rábano.

 

 

 

José Antonio Luna Alarcón

Profesor Cultura y Arte Taurino

UPAEP

Puebla, México