Ahora, leyendo las verdades que dice Ricardo Bada a propósito de Hemingway, me viene a la memoria el ejemplar que tengo de Muerte en la tarde, Death in the afternoon, primera edición publicada por Charles Scribner’s sons, Nueva York, 1932. Un magnífico volumen, que casi parece una Biblia, encuadernado en negro con incrustaciones doradas, con un único grabado en color en su interior, una pintura cubista de un torero rodeado de letras, de las que las únicas inteligibles son ‘Plaza de’, y con unas magníficas fotografías a toda página de grandes toreros a pie y a caballo: Gallito, La Serna, Pastor, Chicuelo, Villalta, Manolo Bienvenida, Sánchez Mejías, Maera, Marcial,Rafael, Zurito, Veneno…

El libro tiene su ínfima historia, pues esta espléndida edición llegó a mis manos de manera totalmente fortuita. Junto a otros volúmenes en inglés de temas poco interesantes, un par de novelas, un diccionario y algunos paperbacks, estaba depositado al pie de un contenedor de esos de papel y cartón que hay situado en la esquina de las calles de Doctor Esquerdo y Hermosilla. Al pasar llamó mi atención aquel severo volumen encuadernado en negro, como los antiguos devocionarios. Estaba el libro de espaldas y colocado encima de los otros libros. Pensé que sería era un libro de culto o acaso alguna hagiografía, me incliné y lo recogí del suelo. Al abrir el libro por una de las páginas centrales, saltó la sorpresa, pues la página era ésa que muestra a Gallito, citando de rodillas, en que ha arrojado su pañuelo al toro para provocar su embestida; luego ojeé otras páginas con fotos, la de Sánchez Mejías poniendo un par imposible por los adentros, la de la verónica por el lado derecho de Gitanillo de Triana, la de Chicuelo brindando con un caballo muerto a los pies, y luego a las letras, en inglés, y encima de ellas el título.

Entre medias de aquellas páginas, en la 212, había dos entradas de la Plaza de Toros de San Sebastián de los Reyes, 12 de octubre de 1967, gran corrida de toros a beneficio de El Bala, ocho orejas, tres rabos y una pata para Palomo Linares. Dejé el libro con cuidado sobre el contenedor de los cartones y revisé los demás… si estaba aquél, ¿por qué no podían estar también los Anales del Toreo, de Bedoya, o la Ganadería Brava, de Areva, o el volumen que me falta de El Toreo, de Sánchez de Neira? Pero ya no había más que libros sin interés, bastante era que al menos había hallado un tesoro.

Recogí el libro y lo llevé a casa. Lo coloqué entre la biografía de Lagartijo de Enrique Vila y España: El Arte, El Vicio, La Muerte de El Duende de la Colegiata, donde permanece.

Aquella noche llovió fuertemente en Madrid.