“No se ha logrado saber en que lugar, o de que forma o manera practicó su aprendizaje taurino, aunque si se sabe que su vida corrió pareja con el as de la tauromaquia de su época, llamado Bernardo Alcalde y conocido con el sobrenombre taurino de “El Licenciado de Falces”  que pudo ser sacerdote-torero o quizás torero y después presbítero; no se nos aclara que fue primero, por lo tanto la duda continúa.”

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 Corrida de los Toricantanos en Salamanca

 

 

 

Entrando en materia, el testimonio que nos da idea del arte taurino de Babil Locen, corresponde a José de la Tixera, escritor prestigioso y biógrafo de los toreros de la época de Carlos IV. Aunque en esa época todavía no existían las crónicas taurinas, si hay un documento veraz que lo constituyen “las partidas de cuentas”, documento que tenia como finalidad anotar los gastos pormenorizados para la contabilización y posterior control ejercido habitualmente por la corporación municipal correspondiente. Por medio de ese documento, se sabe que se celebraron dos corridas de  toros en Pamplona, los años  1738 y 1740. En la tarde del 2 de Octubre de 1738 tras el protocolario despeje de plaza y  la petición de permiso  a la presidencia, salió el primer toro «vomitando furias y respirando fuego, abriendo calle entre los toreros…», parece que después de ponerle banderillas, no ocurrió ninguna cosa importante. Nada de particular en el “segundo toro” aunque no da buenos detalles de su bravura parece que fue manso. Seguidamente hace referencia el documento a «dos briosos jóvenes en traje de Estudiantes con chupas y calzón de terciopelo negro, toneletes de brocado, sombrero chambergo y zapatillas blancas», por lo que parece que fue la indumentaria taurina con la que lidiaron los diestros Babin Locen y Bernardo  Alcalde que fueron los intervinientes.

 

El texto  es muy extenso, y de la lectura se intuye que  los toros no fueron lidiados, mas bien sirvieron para jugar y divertirse con ellos según costumbre de la época. Nos sigue diciendo que se les hacia mofa y se les trataba de engañar con mojigangas, para lo cual los toreros precisaban, y por lo tanto poseían, facultades físicas extraordinarias y un conocimiento exhaustivo del comportamiento de los toros. El citado documento da muchos mas detalles del festejo, y entre otro,  que les echaron a los toros unos valientes “dominguillos” que constaron 40 reales, aunque lo más sobresaliente para remarcar de esa fiesta de toros, fue que Bernardo Alcalde “El Licenciado de Falces”, resultó empitonado y herido.

 

Otro  de los festejos  taurinos  del que se tiene información documental, se celebró en el año 1740 con la participación de ambos curas-toreros. Parece ser que era tanta la habilidad y destreza que estos curas-toreros tenían, que “colocaban parches de pez en la cara del toro, incluso tendidos en el suelo, que saltaban limpiamente por encima del cornúpeta y en ocasiones al trascuerno,  y apoyando un pie en el testuz para adquirir mayor impulso, y en el aire, realizaban mojigangas y clavaban banderillas, que se arriesgaban en ceñidos recortes o cuarteos y mataban a la fiera a cuchilladas o con estoque, clavando en cualquier parte del animal, sin cánones debidamente estipulados, y en ocasiones, ayudados por perros que sujetaban al bóvido furibundo”.

 

Otro cura del que se tienen curiosas noticias, fue de Martín de Iriarte para el que el Fiscal del Obispado, planteó causa criminal, clérigo de epístola y beneficiado de la Iglesia de Santa Catalina de Cirauqui (Navarra) por hechos sucedidos el 16 de Agosto de 1638. Ese día la Iglesia conmemora a San Roque y con este festero motivo, se celebró corrida de toros. Los hechos imputados fueron, que el citado cura acompañado de otros individuos se dirigió a la Iglesia y subiéndose a la torre cogieron «las cuerdas de todas las campanas» y se trasladaron con ellas, al «corral donde estaba la vacada de la Villa, y en ella había un toro que tienen comprado para padre». Continúa diciendo que «Arreglándose la sotana y poniéndose en grave peligro» intentaron diversas maniobras para separar el toro y ensogarlo para divertirse, cuando en esas maniobras, llegó un señor llamado Juan Portal. Les recriminó los hechos y se enzarzaron en discusión en tono airado, continuando en bronca colectiva para terminar en autentica pelea, «se dieron de golpes y se arrancaron pelos de la cabeza», algunos «sangraron por la boca». Todo ello sin que lograran «echar la cuerda al toro», ni darse el espectáculo de ensogar al toro ni correrlo según parece tenían como intención «para honrar a San Roque». La sentencia condena a Martín de Iriarte a un mes de reclusión en la Iglesia de la que es beneficiado. Dice que solamente podrá salir de su recinto tres horas por la mañana y otras tres por la tarde, salvo por urgentes obligaciones de su ministerio, sabiendo que ante la menor infracción, se le llevará preso a la torre episcopal de la Catedral. 

 

Me parece oportuno aclarar que cuando el sacerdote mediante la preceptiva sentencia se convertía  en reo de prisión, para evitar el contacto con los presos comunes, se les encerraba en lo que se conocía como la «torre episcopal».  Se trataba de un lugar dedicado exclusivamente a religiosos  donde  la justicia ordinaria carecía de jurisdicción. En aquellos casos interpretados por los tribunales eclesiásticos de sanciones menores, se les asignaba «una determinada ciudad por cárcel», o bien se establecía la permanencia de determinado número de horas en la iglesia parroquial del pueblo o lugar donde se cometió la falta. En los presentes casos citados, se juzgó y condenó por cosa tan nimia  como la demostración de su vocación taurina. Hay otros procedimientos en los que se entremezclan  y juzgan, además de las pretendidas habilidades taurinas, otros temas   más delicados, como jugar a las cartas estando prohibido, e incluso asuntos de faldas, pero eso se aparta de la intención de este trabajo que es la de demostrar que hubo curas toreros.

 

Ya para terminar, creo que aquí  encaja bien, dados los  intervinientes, la conocida frase aplicada  al mundillo taurino “que Dios reparta suerte”.