Por Víctor José López «EL VITO»

José Falcón, el diestro lusitano fallecido en Barcelona a consecuencias de la mortal herida que le infiriera “Cuchareto” del Hoyo de la Gitana, vino a Venezuela para torear en Puerto Cabello. Fue una corrida de toros que organizó Federico Núñez. El portugués estuvo muy bien con toros duros y bravos de Bellavista. Aquella actuación le abrió las puertas de muchas plazas. Vino Falcón a Caracas. Fue a Maracay y, más tarde, participó en la feria de San Cristóbal.

Joao Falcón, le entregó su vida a la tauromaquia llegando a ocupar los puestos de Paco Mendes y de Manolo dos Santos, ases lusitanos, como un grande del toreo de Portugal

 En el momento del mortal percance su  carrera en España abría caminos. Falcón se arrimaba como un valiente. Era torero de casta, con esos bríos lusitanos que prodigaron Paco Mendes y  Manolo dos Santos, como más tarde exaltarían Víctor Mendes y Mario Cohelo.

 Fue la presentación de José Falcón en el Nuevo Circo su día más aciago. No hi justicia el destino, porque lamentablemente vivió en Caracas una experiencia que no se merecía este buen torero lusitano.

Fue aquella tarde cuando Luis Procuna, “el berrendito”,  le dio la alternativa a Joselito Álvarez.  Corrida que organizó Rafito Cedeño y que se recuerda por aquel toro de tamaño descomunal de la ganadería colombiana de “Clara Sierra” al que bautizaron “Betulio”,  en homenaje al campeón mundial de boxeo. Uno de los toros del lote de Falcón se le fue vivo a los corrales. Esa fue la última tarde que vimos en Venezuela a este gran torero, quien cayó mortalmente herido en la arena de la monumental catalana.

Al mes de la tragedia de José Falcón en Barcelona, tomó la alternativa de matador de toros en la Ciudad Condal el guariqueño Celestino Correa. Fue una ceremonia vistosa y una actuación destacada. El criollo cortó una oreja. Era el justo final de un brillante y muy sacrificado camino como novillero que tuvo momentos estelares, que llenaron de esperanza a la afición venezolana.

Celestino Correa, El Indio Grande, soportó temporadas llenas de pasión y de rivalidad en la época brilante de la fiesta de los toros en  Caracas.

Celestino Correa fue descubierto por los aficionados de Caracas en la temporada de 1969. Fue en una novillada nocturna,  organizada por  “El Brujo” Víctor Lucena  en la Temporada de los Jueves Taurinos. La afición se le entregó, encandilada por su luminoso capote. El periodista Rodolfo Serrada Reyes “Positivo” le alzó como “bandera” de una causa, la del “Indio Grande”. Rodolfo movió cielo y tierra para ayudarle. Sus contactos con Jerónimo Pimentel le abrieron las puertas en la Santamaría de Bogotá, donde triunfó y salió a hombros.

 Por aquellos días en la temporada venezolana  Celestino veía muy estrecho su futuro, y se fue a España.

Las expresiones laudatorias de Serradas eran exageradas.  Le comparaba con Rodolfo Gaona por lo que le llamaba “El indio grande”, por ser Celestino natural de Tucupido. Meses de penuria pasó en España. Sufrió del frio inclemente y pasó hambre, hasta que un día se topó con un torero retirado, dado al apoderamiento de toreros Octavio Martínez “Nacional”. Octavio administraba la plaza de toros de La Palma en Gran Canaria, fue Nacional un personaje que dejó huella en el toreo. De ello no me cabe la menor duda. Grandulón, voluminoso, pesado en carnes, se movía cual peso pluma para lograr sus propósitos. Nadie jamás ha exaltado tanto las dotes, reales y supuestas de un  torero como lo hizo Octavio Martínez  con Celestino Correa. En Madrid Octavio tenía un Mercedes Benz de color verde perico encendido. Cruzaba de banda a banda la geografía española, e igual estaba sentado en la mesa del despacho de Pedro Balañá hijo, lo mismo en un café con Manolo Chopera o en plena acera de La Gran Vía conversando con alguno de los hermanos Lozano. La temporada que hizo Celestino Correa como novillero fue importante, por las plazas y las ganaderías en las que lidió, y también por los alternantes.

Pocas veces un torero americano se había formado con tanta categoría y mimo como lo hizo Correa. Inolvidable su recuerdo cuando llegó a Venezuela, luego de la alternativa, presumiendo con su colección de bellísimos trajes aún sin estrenar. Capotes de brega y muletas nuevas. Completísimos juegos de estoques que hubiesen sido envidia de figuras del toreo.

La espuerta y el fundón, repujados en finísimos cueros.

El gran Vielma, el fotógrafo que ha escrito la historia del Nuevo Circo en sus fotografías, guarda este lance del torero de Tucupido, un artista con sabor rondeño.

Todo con categoría. Llegó Octavio con su poderdante al Caracas Hotel Hilton donde vivía con grandeza alrededor del torero, que recién había tomado la alternativa y que tenía firmadas las ferias de Maracaibo y de Valencia. Impresionante el movimiento de prensa provocado en Caracas por el apoderado.

A diario almorzaba en Cuchilleros, casa de los hermanos Juan y Pedro Campuzano, para la época el sitio de la tertulia taurina caraqueña más importante de América. A diario concurrían apoderados, periodistas, empresarios y ganaderos.  Todos los días se hablaba de Correa. En la radio le dedicaban programas completos, aparecía en televisión y las páginas de los taurinas de revistas y rotativos hacía referencia a que “Correa sí torea”, el slogan que lanzó al mercado publicitario este grandulón de Almería, al que muchos detestaban porque, sinceramente, era atrevido para decir las cosas, agresivo en su sinceridad, pero al que yo, lo digo aquí, admiré y admiro en el recuerdo porque le sentí amigo y sincero.

Octavio Martínez “Nacional” tuvo su estilo, y de su estilo, con aciertos y errores, convirtió a sus toreros –además llevó a Pedro González “El Venezolano” y a Paco Bautista–, nombres importantes que fueron tomados en cuenta.

No dejaba de ser Venezuela polo de atracción para la inversión taurina foránea. Antoñito García, el ganadero colombiano, insistía en hacerse criador en Venezuela. Trajo en sociedad con Oswaldo López una punta de vacas de Vistahermosa, la ganadería que fundara su padre en La Sabana de Bogotá, Mosquera, y fundó la ganadería de Los Samanes en la vecindad de Duaca, estado Lara. Breve vida la de esta divisa, fundada con ruido de charangas y de villamelonismo por los socios de la compañía. Lidió una sola corrida en su historia, en la plaza de Barquisimeto, y desapareció sin pena ni gloria.

En Caracas, José de Jesús Vallenilla se convirtió en Presidente de la Compañía Anónima Monumental de Caracas, un proyecto de Borges Villegas, el caraqueño que le dio a Barcelona, España, su parque de atracciones de Montjuich. Borges Villegas fue antes el creador y administrador del Coney Island de Caracas, situado en la avenida Francisco Miranda en Los Palos Grandes. Sucedió como suceden todas las cosas en Venezuela. Una gigantesca reunión en La Estancia. Cientos de promesas y al rato se esfumó la idea por muchas razones jamás explicadas. La única que supimos fue la de un penoso asunto que vivió el hijo de Borges Villegas, con la muerte de una muchacha en su casa. Este asunto le pegó muy fuerte a Borges Villegas y no volvimos a saber de él ni del asunto de la Monumental de Caracas ni siquiera por boca de su flamante presidente, José de Jesús Vallenilla Calcaño.

Mientras en Caracas, luego de destacadas actuaciones en el interior, se presentaba Manuel del Prado “El Triste” en la temporada de novilladas, en Marbella se transmitió para el mundo la Corrida Mundial, mano a mano Manolo Martínez y Paco Camino con toros de Carlos Núñez. Espectáculo que condujo con maestría Pepe Alameda, pero que fue duramente criticado por la prensa protagonista de aquella época. No sabían los aficionados del mundo, miopes ante lo que sucedía en ese momento que desde Marbella se daba el primer paso en la red comunicacional que más tarde uniría a los taurinos del mundo,  y que más tarde, 20 años después ,Televisión Española, con su programa “Tendido Cero”, bajo la conducción de Fernando Fernández Román, se convertiría en el centro de distribución de maravillosas imágenes de la fiesta por el mundo.

Hugo Domingo Molina desempolvó los avíos y se plantó en el campo de batalla: anunció la organización de dos ferias, las de Maracaibo y San Cristóbal. Con un sentido de la oportunidad y de imaginación que carece la gran mayoría de los organizadores taurinos venezolanos, Hugo Domingo contrató a Rafael Ponzo y a Celestino Correa, para Maracaibo. A Correa lo puso en un mano a mano, criticado en su momento, con Palomo Linares con seis toros de Javier Garfias; y a Rafael Ponzo lo anunció en su presentación con dos grandes figuras, Eloy Cavazos y Francisco Rivera “Paquirri”. Toros mexicanos de “Valparaíso”, propiedad de don Valentín Rivero, una ganadería que en esa época vivía gran momento. El tercer cartel de la feria de La Chinita fue con Curro Girón, Paco Alcalde y Antonio José Galán y  toros de Santacilia. Alcalde hacía su presentación en Venezuela. Se trata de un diestro manchego que llegó a emocionar sobremanera a los públicos por su entrega y espectacularidad, especialmente en banderillas.

Desde Maracaibo se proyectaron Correa y Rafael Ponzo. El primer beneficiado fue Luis Gandica, organizador de la Feria de la Naranja en Valencia, que anunciaba a los dos toreros en sus carteles. La venta de las entradas estuvo muy apaciguada, hasta que saltó en la prensa la noticia del éxito de Correa y de Ponzo en Maracaibo. Triunfo que parecía un parto de una vieja exigencia nacionalista, la de una pareja rival para sostener sobre sus hombros el negocio taurino venezolano. Celestino Correa toreó mano a mano con Palomo, una corrida de Garfias. Palomo cortó un rabo, en su mejor faena realizada en suelo venezolano. Un rabo que en nada valió para la habilidad de Octavio Martínez “Nacional”, quien peleó duramente con todos hasta conseguir que le otorgaran a Celestino Correa el premio de la feria, “El Rosario de oro de la Virgen de La Chiquinquirá”. Nadie lo creería: quitarle un trofeo a los hermanos Lozano. Pues bien, eso lo hizo Octavio Martínez, el mismo que hizo figura a Celestino. Lo que ocurriría luego la historia lo narra, pero Correa se sentó en el trono, y si lo hizo mucho tuvo que ver su apoderado. Rafael Ponzo presentó su tarjeta de visita en Maracaibo, con lances cadenciosos y templadísimos muletazos. Fue un torero distinto, la otra cara de Correa, y el toreo se dividió en Venezuela o se era “poncista” o se militaba en el bando “correista”. Se vivió con inusitada pasión la fiesta de los toros.

Si Maracaibo fue de Celestino, Ponzo se adueñó de Valencia. Su tarde de presentación con toros de Chafik, Paco Camino y Paco Bautista fue memorable. A Rafael Ponzo le apoderaba un gran taurino: José María Recondo, matador de toros que le había preparado con conciencia para que fuera torero para el mundo. Sabía de las desigualdades temperamentales de Rafael y le había creado cierto halo de gitano. En su San Sebastián natal le había recluido con su hermano, para que en el matadero practicara a diario la suerte del descabello. Hizo una campaña de novillero con Paco Rodríguez, gracias a Antonio José Galán que fue socio del empresario malagueño, por las plazas de la Costa del Sol. De mozo de espadas llevó Ponzo en sus inicios a Gonzalo Sánchez Conde, “Gonzalito”, que a la vez era mozo de espadas y hombre de confianza de Curro Romero.

Con “Gonzalito”, precisamente, se vivió una anécdota muy relevante en la plaza de Valencia. Era presidente de la Comisión Taurina el doctor Arnaldo Rincones, un aficionado a los toros que sentía gran gusto, y se lo daba, yendo todos los años a Sevilla, a la feria de Abril, y pregonando por todas partes su “currismo”. Ser partidario de Curro Romero ha sido una posición adquirida por un grueso sector de Sevilla, que va más allá de los propios confines del toreo. Se es “currista”, taurinamente hablando, en un sentido irracional, porque no hay que olvidar uno de esos aforismos populares, sabios como todo aquello decantado en el tiempo, que si a un torero se le mide en su grandeza por el mayor “número de toros que le quepan en la cabeza, a un buen aficionado también, por el mayor número de toreros que sea capaz de saber ver”.

Ponzo, volviendo al caso, tuvo una buena actuación, y luego de una estocada fulminante, aunque defectuosa, el público enardecido porque el diapasón de su pasión había templado la cuerda del nacionalismo, le pidió con fuerza dos orejas. Rincones, aferrándose a la letra del libro jamás escrito de las formas del toreo, no otorgó ni una oreja. Hubo tumulto en las gradas y la gente se tiró al ruedo, pues querían sacar al torero a hombros. En un descuido “Gonzalito”, con una afilada navaja que carga siempre para cortar los patanegras que trae para sus relaciones públicas, le cortó las dos orejas. Al doctor Rincones se le sube la sangre y ordena a la Guardia Nacional suspender la entrega de trofeos no ordenada por él y de la que el protagonista fue “Gonzalito”. Ya se imaginarán, el asunto rayó en el caos y al borde de una peligrosa alteración de orden público.

Las aguas llegarían a su nivel, y Arnaldo Rincones y “Gonzalito” unidos en su devoción por Curro Romero transitarían en el camino de la amistad una buena parte del camino de sus vidas. Sin embargo Rafael Ponzo no fue capaz de capitalizar aquel caudal de emociones que tuvo frente a sí.