El ecuatoriano Carlos Yanez, torero de finos acabados, recibió al primero de la tarde. Un castaño chorreado que en el saludo capotero embestía protestando y salía suelto. Poco a poco fue revelando su mansedumbre y brusca embestida. La falta de sometimiento de Yánez provocó que el novillo descomponga aún más la embestida, y en la surte de muleta, terminó echando la cara arriba. Un aviso tuvo que escuchar el ecuatoriano antes de pasaportar al burel.

 

El segundo de la tarde, Retobado de Huagrahuasi, le correspondió en suerte al matador José Antonio Morante de la Puebla, quien se acomodó perfectamente con un novillo de feas hechuras y peligro sordo, y con el que estructuró una faena de ritmo, suavidad y temple sometiendo por completo al ejemplar. La paciencia que le tuvo el sevillano fue el cimiento de un toreo a gusto, agitanado, artístico pero de mucha técnica.

 

Julián López pechó con Esmerado de Vistahermosa. Novillo de comportamiento violento que no embestía sino que pegaba oleadas sin ritmo. El genio de Madrid lo entendió a la perfección y pudo arrancarle un par de derechazos y pases de pecho que gustaron al público. Lastimosamente tuvo que hacerse del descabello para deshacerse de su enemigo. El Juli se va de Quito aún con la espinita de no haberle arrancado dos orejas a por lo menos uno de los bureles que le tocó en suerte en esta edición de la Jesús del Gran Poder. ¡Será para el año que viene, Maestro!

 

El cuarto de la tarde fue Cazador, novillo probón de Triana, con el que Sebastián Castella consiguió un trasteo interesante, pulcro, con temple y profundidad que protegía las embestidas del toro. Fue una faena con muchos espacios muertos, precisamente porque el diestro le daba tiempo al animal para que se reestablezca. Fue una bonita faena que se vio infamemente alargada, lo que provocó que el francés pasara por algunos apuros el momento de entrar a matar. Público y diestro son los responsables de ello, pues ambos, con el afán de indultar un novillo que no gozaba de las cualidades necesarias, dejaron pasar, entre muletazo y muletazo, impunemente el tiempo, lo que provocó un bajón total de la faena y de la embestida del toro. A pesar de ello, el diestro francés le arrancó dos orejas al astado y dio la vuelta al ruedo.

 

Al mexicano Joselito Adame le correspondió la lidia del quinto de la tarde, al que salió a recibir de rodillas con mucha entrega. Después de hacerle un quite por chicuelinas y poner tres pares de banderillas no muy lucidos, decidió brindarlo al grupo de niños que representaba el Fondo Educativo. Su faena fue muy bien estructurada pero medida dado que el toro ya no tenía recorrido. Tras tres intentos toricidas cayó el burel.

 

Cerró la tarde el ecuatoriano Curro Rodríguez con un novillo de Trinidad al que recibió con unos lances variados de capa y al que puso los tres pares de banderillas con mucha elegancia. Al ritmo del pasodoble “Sangre Ecuatoriana”, Rodríguez demostró conocer el oficio; con buenos muletazos por la derecha  aprovechó a este novillo de interesante embestida pero que desgraciadamente no transmitió al público.

 

De este modo termina una tarde muy variada y rematada. Varios toreros, varias nacionalidades, varios trajes, pero fundamentalmente, una variedad de toreo del que desfrutó el público que se dio cita por quinto día consecutivo al albero de la Iñaquito.

 

 

 

 

 

Desde Quito, crónica de Adriana Rodríguez Vizcaíno