Muy respetado y querido Don Manuel, admirado «Papa Negro» cabeza del noble linaje de los Mejias «Bienvenida”:
Sé que, por fortuna, hasta su tertulia de los espacios celestiales no llegan los ecos del vocerío infernal que a estas horas se congrega en lo que queda de nuestra España para gritar de vez en cuando una palabra que no ha nacido en nuestra patria: «Gol”.
Los hijos de
Algunos, quizá demasiados, compatriotas nuestros se dejan arrastrar por lo que hoy les mandan creer y gritar. Se sienten representados por ese conjunto de individuos que corren en calzoncillos tras una pelota. No conformes con ello, se autodenominan «fans» y usan trapos arrugados con los colores de nuestra bandera para cubrir sus partes pudendas y el resto del cuerpo a modo de chubasquero, gabardina o, con perdón, taparrabos. Nunca se nos hubiera ocurrido hacerlo a usted ni a mí. Hemos tenido el honor de hacer el Servicio Militar y besar la sagrada bandera en el momento solemne de
El pasodoble «Suspiros de España» esta primavera ha sonado con respetuosa unción en la plaza de toros de Sevilla, como en los tiempos en que usted vestía de luces, lo mismo que cuando lo han hecho sus hijos que ahora le acompañan en el Cielo. La vida, y su símbolo el toreo, se nos pasa en un suspiro. Alguna vez ha sonado el mismo pasodoble en honor de su nieto Miguel, hijo de Ángel Luis.
Con este Miguel, su nieto, he visto salir a toda prisa un tropel de gente. Han abandonado la tertulia para llegar a tiempo de ver la retransmisión de un partido de fútbol contra otro país, quizás Polonia, mejor que Irlanda, lugar que los ingleses consideran habitado por gentes de ultramar. Polonia es nación de refinada cultura. ¿Desearían la derrota de España como energúmenos? No puedo imaginar tal cosa. He vivido entre ellos. No pierden la compostura cuando brindan como aristócratas de verdad con su copa de wodka. En España vienen a los toros bien vestidos y muestran su buena educación en todas partes. Aman tanto la música que les encantará escuchar «Suspiros de España». Quizás los de este año sean los últimos que broten del alma española. El suspiro, por demasiado fino, se sustituye en las masas falsamente deportivas por el vulgar regüeldo sanchopancesco, el eructo y quizás por las nauseabundas ventosidades que ofendían tanto a la nariz de Quevedo. Y no porque debido al fútbol y a los políticos se acerque el fin de las corridas de
Querido y respetado don Manuel Mejías:
Como no nos dejan decir ¡Arriba España! diremos al menos ¡Viva España» y ¡Viva nuestra Fiesta Nacional!