Por Plá Ventura – Del Toro al Infinito
Las declaraciones que días pasados nos hizo el filósofo finlandés, señor Karlsson y su respeto y sabiduría respecto a la fiesta de los toros es lo que me ha hecho reflexionar en que, posiblemente, desde fuera de nuestras fronteras existen personas capaces de valorar muchísimo más que nosotros nuestra entrañable y antiquísima fiesta de los toros que, para gloria de la misma, se trata de un espectáculo tan conmovedor que, hasta se muere de verdad, nada que ver con el cine o el teatro que, se simulan miles de muertes pero todo queda en la fantasía del guionista y, en la sagacidad de los actores que saben “morir” para que la cinta tenga mayor realce ante los espectadores.

En nuestra Fiesta tan ancestral como mágica, nuestros “actores” tienen la oportunidad de morir, y no es que nadie lo desee pero, esa posibilidad siempre existe de ahí que, a lo largo de la historia, son innumerables los hombres que han caído en acto de servicio por aquello de darle gloria a la profesión en la que se entregaron y que, al final, hasta dieron su vida en aquel loable empeño. Es cierto que, para desdicha nuestra, los aficionados, los propios organizadores son los que han parodiado una y mil veces este evento tan singular al que conocemos como una corrida de toros que, como es notorio, muchos hombres han entregado su alma a Dios en el ejercicio de su profesión.

Para los profanos en materia digamos que, la lista de caídos por asta de toro en los ruedos, la misma sería interminable.

Ellos, los caídos, son los que le han dado caché de autenticidad a una fiesta que, en ocasiones, como explico, han querido parodiar desde sus entrañas, tarea criminal la que muchos han llevado a cabo puesto que, con sus acciones lo único que han logrado ha sido ensombrecer la figura de José Gómez Ortega, Manolo Granero, Pascual Márquez, Ignacio Sánchez Mejías, Manuel Rodríguez Manolete, Francisco Rivera Paquirri, José Cubero Yiyo, Pepe Cáceres, Rodolfo Rodríguez El Pana, Iván Fandiño, Víctor Barrio y una inmensa lista interminable de hombres, toreros todos, de menor relevancia pero que todos dieron su vida en el ejercicio de su arte y valor.

Es conmovedor recordar la grandeza de un torero que, en el momento de su muerte jamás podría sospechar que, en ese instante sería el último suspiro de su existencia puesto que, todos, en honor a la verdad saben que se juegan la vida, pero ni por asomo es nadie capaz de pensar que una tarde determinada será la última. Ese es el gran misterio de esta fiesta excelsa puesto que, en ese juego entre la vida y la muerte, en ocasiones, ha sido la muerte la gran vencedora en el envite entre el hombre y la fiera.

Este valor que estamos comentando creo que no está lo suficientemente ponderado para que sea entendido por todo el mundo; aficionados y profanos que asisten por vez primera a este espectáculo tan singular como mágico. Es por ello que, pese a todo, enfatizamos en ello para que todos comprendamos que, en los toros, un hombre se juega la vida y, muchos, hasta la perdieron en su momento. Es cierto que, la lacra que lacera al propio espectáculo viene desde dentro de su propia organización, hasta el punto de endulzar al toro para que no tenga peligro y, en sus memeces, no son capaces de pensar que, a don Antonio Bienvenida lo mató una vaca que estaba tentando en El Escorial junto a su sobrino, el que en aquellos momentos quería ser torero, nada más y nada menos que Miguel Bienvenida, el hijo de Ángel Luis Bienvenida, por tanto, sobrino del torero más amado en Madrid.

El toro no mata por ser más grande o más chico; mata porque es su obligación y, dada la fuerza que tiene el animal, un pequeño descuido puede ser fatal para encontrar la muerte y, otra prueba que tenemos de ello es que, a El Pana lo mató un torete que más parecía un novillo que un toro pero, el dramatismo de su cogida es la que le llevó a la muerte.

Explicado el asunto, digámosles a los que quieren eliminar el peligro del toro que, en lo sucesivo, para ello, habrá que contratar a Alberto Álvarez, el torero maño  para que nos preste para todas las plazas de toros de España su toro mecánico en el que puedes expresar tu arte y no corres peligro alguno. Queda claro que, un toro por pequeño que sea puede llevarte a la tumba, pero no es menos cierto es que la fiesta de los toros ha perdido gran parte de su identidad por la parodia que supone ese toro amorfo y aborregado que, teniendo su peligro, lo triste del asunto es que nadie perciba ese peligro sordo que puede existir porque, recordemos, la Fiesta sin la emoción del toro no es nada, absolutamente nada, la prueba es la desertización que ha habido en los últimos años en que, las gentes, hastiados por la burla, en una inmensa mayoría han decidido no acudir a los toros. Cuidado que, el dato mencionado es de una importancia vital. Si hasta ahora ha traído consecuencias desdichadas para el devenir del espectáculo, en lo sucesivo, ese mal irá empeorando hasta el punto de que, la Fiesta, por culpa de sus protagonistas morirá lentamente.