Fuente: Víctor José López «El Vito», A los Toros

Cuando el doctor François Zumbielh, admirado amigo y destacado aficionado y representante de  las naciones taurinas como defensor de la Tauromaquia ante la UNESCO corrigió al Embajador de la República Argentina, en equivocada insistencia que,  en Argentina nunca hubo toros, el doctor Zumbielh estaba en lo cierto porque sabe lo que ignora el plenipotenciario argentino que desde el siglo XII se realizaban festejos taurinos en la plaza de Buenos Aires.

Plaza del Retiro que fue construida en 1799 en Buenos Aires según diseño morisco por el alarife y maestro carpintero Francisco Cañete.

 Buenos Aires y otras arenas argentinas en ciudades, consideradas “despejadas y embanderadas para tal efecto”. 

Igual que ocurrió en las despejadas ciudades de Caracas, Bogotá, Quito y Lima ciudades del Virreinato de La Plata, “despejadas y embanderadas” para tal efecto para que los dí­as de solemne festejo se autorizaban habitualmente con «juegos de cañas» como ocurrió en Cubagua, y también en Caracas y otras ciudades al oficiar el Capitán Diego de Lozada como fundador de Caracas. Se festejaba con toros y con otras destrezas ecuestres, los caballeros y personajes linajudos, en reemplazo de los profesionales peninsulares, cuyo arribo a estas costas -por distancia y por falta de ruedos estables- era fenómeno curioso.

 Argentina no alcanzó en los festejos del Río de la Plata brillantez de los virreinatos de México y del Perú, plazas que en América lograron con frecuencia puntos más encumbrados que en la propia España.

La plaza de toros de Buenos Aires, la plaza de Monserrat, construida en 1791 fue reemplazada en 1799 por la Plaza del Retiro que fue construida según diseño morisco por el alarife y maestro carpintero Francisco Cañete.

 Al margen del toreo clásico, con sus «suertes» a pie y a caballo, se practicaban modalidades como el llamado «toreo a la americana», que consistí­a en montar en pelo a los toros bravos, las «mojigangas», parodias de la corrida clásica que gozaban de gran aceptación, y las suertes del «Dominguillo», un muñeco de cuero con pies de plomo que se colocaba en medio del ruedo y que se incorporaba por si mismo al ser embestido por el toro.

Pero desde los albores de la etapa independentista el interés por las corridas fue decayendo paulatinamente, La última corrida se celebró en el ya caduco Retiro en 1819, hasta que en 1822 el gobernador Martí­n Rodrí­guez prohibió su realización, sin el consiguiente permiso policial, que solo podí­a autorizar la faena de animales descornados. Esta circunstancia, que quitaba al espectáculo los estimulantes del riesgo mortal, concluyó por alejar a los ya dispersos aficionados, y las corridas se hicieron cada vez más raras, hasta cesar por completo con la que se realizó «a beneficio» en 1899, ocho años después del dictado de la Ley 2786, de protección de animales.

 Andado un buen camino del SigloXIX, aparecen en el retrovisor de la Historia, los archivos peruanos con los carteles de la plaza de Acho anunciando espectáculos taurinos, y aflora y emerge el nombre de Francisco Montes “Paquiro”. Aquel chiclanero que subordinó con el aporte de su estilo, y detallada explicación de la técnica del toreo en su época, aportando consejos en el ejercicio de sus artes.

 Son los consejos y las observaciones que inspiraron a Santos López Pelegrín “Abenamar” en sus tertulias y discusiones para reunir y escribir su famosa Tauromaquia Completa.

La fecha de inauguración de la Plaza de Toros de Lima “Plaza de Acho” tenía una serie de vacíos históricos, ya que las fuentes de principios de siglo, y las diversas publicaciones sobre el tema, no daban una fecha exacta, pero gracias a las investigaciones realizadas por el doctor Aurelio Miro Quesada Sosa, se llegó a determinar que la primera corrida se celebró el 30 de enero de 1766 en la que se lidiaron 16 reses destinadas para diestros de a pie y a caballo.

 En el cartel de esta corrida inaugural figuraban los espadas “Pizi”, “Maestro de España” y “Gallipavo”, los tres peruanos. Y el primer toro que pisó el ruedo de Acho para ser lidiado se llamó “Albañil Blanco”, procedente de la hacienda Gómez, ubicada en la  localidad de Cañete (sur de Lima), y que según don José Emilio Calmell en uno de sus libros publicados cuyo título es “Diccionario Taurino del Perú”, los ejemplares de esta hacienda llevaban sobre sus lomos la divisa rosa y caña.

 En la otra mitad de este siglo ocurrió el desarrollo del primer torero peruano en la historia, como relatamos en el libro de nuestra autoría “Garfias, el toro de México” al referirnos a Ángel Valdéz, limeño de arrabal, estimulado por la actividad taurina que se desarrollaba en Acho y por ser atento escucha a las enseñanzas y consejos del torero mexicano José María Vazquez.

Valdez figuró en los carteles como “capa del país”, convirtiendo las banderillas en lo más atractivo de sus actuaciones. Su primer paso importante lo dio “El Negro” Valdés cuando en el festejo celebrado el 7 de agosto de 1859 con los espadas Antonio Marín y José Ortega, españoles, que durante la lidia del quinto toro que se distinguía por el nombre “Ají Mirasol” de la ganadería de Toribio Zavala se vieron en apuros teniendo de abandonar el espectáculo porque el tal Ají le puso mucho picante a la corrida y provocó pánico. Antonio Marín cagado de miedo se negó matar al toro aterrador. Le suplantó en la obligación de estoqueador José Ortega, que fue cogido y herido de siete cornadas.

 Una de las cornadas fue muy grave, la herida en una pierna fue tan grave que casi le provoca la amputación del miembro inferior corneado.  Aquí es donde aparece Ángel Valdéz en la historia taurina del Perú. “Ají Mirasol” fue toreado y muerto a estoque por Ángel Valdez, quien adquirió la categoría  de matador de torosEn medio del pavor comenzó la carrera del valiente limeño. Ángel Valdez “El Maestro”, fue el primer peruano en torear en Madrid y el primer ídolo taurino del Perú.

Le anunciaban como “El Negro” Valdéz” o como Ángel Valdéz “El Maestro”.  El Negro Valdéz fue el primer torero en encerrarse en solitario en la arena de Acho, en 1860 cuando toreó, banderilleo y mató 11 toros. En 1872 hizo campaña en el Uruguay con Mariano Soria “El Chancavano” y el banderillero Tomás Alvarado.  Valdéz toreó 16 corridas en Montevideo, asombrando a los uruguayos quienes fueron los que le bautizaron como “El Maestro”.

Plaza de Toros de Montevideo en la República Oriental del Uruguay. En este ruedo Joselito El Gallo lidió y mató el último astado que lidiara en suelo americano, antes escribió páginas muy importantes en el Perú en la plaza de Acho.

La República Oriental le distinguió con medalla de oro y diploma de honor por sus éxitos taurinos. Toreó hasta el 19 de septiembre de 1909, cuando con 71 años de edad mató su último toro, “Rompe Tablas”, sardo, capirote, botinero bien armado, un toro de Agustín Miranda de Mala, al que fulminó de una estocada.

Luego de independizarse de la corona española, uruguayos y argentinos procedieron a acciones genocidas exterminando las poblaciones originarias para abrir caminos a la explotación de  las riquezas sudamericanas, a las tropas  militares para el exterminio de los pueblos de sudamérica.