Pérez Galdós y Machaquito

Benito María de los Dolores Galdós (Las Palmas, Gran Canaria, 1843-Madrid, 1920) fue el décimo hijo del matrimonio formado por Sebastián Pérez Macías, natural del municipio de Valsequillo (Las Palmas de Gran Canaria), teniente coronel del ejército y Dolores Galdós Medina, oriunda de Las Palmas de Gran Canaria, aunque de origen guipuzcoano. Algo más joven que la mayor parte de los escritores del realismo, sin embargo, debe considerarse a Pérez Galdós uno de sus más ilustres representantes. Licenciado en Derecho, desde muy joven, se sintió atraído por la música y la pintura, cultivó el teatro y la novela en la que merece ser considerado el primer novelista español de su época y uno de los maestros de la novela contemporánea en Europa. Diputado liberal, militó en el Partido Republicano, a las órdenes de Pablo Iglesias, con quien mantuvo una estrecha amistad. En 1912 su nombre sonaba como posible Premio Nobel de Literatura.

 

Manuel Herrera, académico correspondiente de la Real Academia Nacional de Medicina y especialista en Galdós, declaró: “No le dieron el galardón por su ideología liberal”. Otros muchos insignes escritores y prohombres de la cultura de la época propusieron el nombre de Galdós entre los 31 aspirantes al codiciado premio. También contó con el apoyo de medio millar de miembros del Ateneo de Madrid, que promovieron una campaña a su favor capitaneada por el escritor Ramón Pérez de Ayala, que fue quien redactó el escrito de petición. Según Ortíz-Armengol, Pérez de Ayala invocó a su favor su “fertilidad creadora, emoción misericordiosa, humanidad y universalidad”.

 

 

En la lista para el Premio Nobel de Literatura de aquel año, además de Galdós, sonaba con fuerza el canario Ángel Guimerá y Jorge (Santa Cruz de Tenerife, 1845-Barcelona, 1924); sin embargo, fue el dramaturgo y novelista alemán Gerhart Hauptmann (Obersalzbrunn, 1862-Agnetendorf, 1946) quien se hizo con él ansiado galardón. En 1913 los méritos de Galdós seguían en el punto de mira de la Academia que, en los informes de sus virtudes literarias señalaba, “los valores de sus novelas históricas y los tipos de idealismo quijotesco en obras como Nazarín o Ángel Guerra”; el premio, esta vez, fue a parar a manos de poeta bengalí Rabindranath Tagore (Calcuta, 1861- 1941). Galdós y Guimerá volvieron a presentarse en 1914 pero la Academia se vio obligada a suspender el premio por el estallido de la Primera Guerra Mundial.

 

En 1915 Galdós volvía a engrosar la nómina de candidatos al Nobel. La Academia puso en conocimiento del comité del premio la recepción de muchos telegramas de protesta en contra su elección; uno de los principios de la institución era “alejar cuestiones de índole política en sus valoraciones” y estas cartas disparaban contra el escritor por su ideología liberal y anticlerical. Galdós permaneció soltero hasta su muerte. Solo se le conoce una hija natural, María Galdós Cobián, fruto de su relación con Lorenza Cobián González (Bodes, Principado de Asturias, 1851-Madrid, 1906), una célebre modelo española. El 24 de julio de 1903, cerca de la Estación del Norte de Madrid, fue detenida una mujer de 46 años llamada Lorenza Cobián González que había intentado arrojarse a las vías del tren. Desde la estación del Norte fue trasladada al Gobierno Civil y de allí a la Casa de Socorro del distrito del Centro donde fue reconocida por los facultativos que dictaminaron que tenía perturbadas las facultades mentales. De dicho centro benéfico fue conducida de nuevo al Gobierno Civil para enviarla después al hospital provincial. Pero Lorenza, que sin duda había decidido suicidarse, utilizando una ancha cinta de terciopelo, que se anudó al cuello y sujetándola a la reja de una de las ventanas del Gobierno Civil, murió por estrangulación.

La turbulenta vida sentimental de Galdós

En la lista de los amoríos del eximio novelista aparecen varios nombres pero quienes lo conocieron bien hablan de su primer amor, una prima suya, cubana, llamada María Josefa Washington Galdós Tate, más conocida por Sisita, una pasión que lo marcaría de por vida y que fue bruscamente interrumpido por la madre del escritor. Es menos conocido su romance con Juana Lund Ugarte que, en 1876, veraneaba con su familia en el mismo hotel santanderino que lo hacían Galdós, Concha y Carmen, dos de sus hermanas. Entre sus conquistas amorosas figuran Concepción Ruth Morell Nicolau, “actriz y mujer de inteligencia destacada”, la novelista Emilia Pardo Bazán (apasionada, inteligente, trabajadora e impulsiva, conocida tanto por sus éxitos literarios como por su intensa vida amorosa, cuyas infidelidades le afectaron mucho), la actriz Carmen Cobeña, la poetisa y narradora Sofía Casanova, la actriz Anna Judic, la cantante Marcella Sembrich, la artista Elisa Cobun y la actriz Concha Catalá… A finales de 1906, en la vida de Galdós, aparece Teodosia Gandarias Landete, natural de Guernica, de cuarenta y cuatro años, viuda y sin hijos. La correspondencia de Galdós con Teodosia es un diario de su vida, de sus trabajos, de sus enfermedades, de su ceguera y de sus sufrimientos. Teodosia era una mujer culta y se convirtió en su consejera a la que el escritor daba leer sus guiones, manuscritos y pruebas de imprenta.

 

 La ruina económica

En 1897 el despilfarro de su fortuna y los muchos gastos ocasionados en la construcción de su quinta San Quintín en Santander (edificada en los terrenos que le compró a Felipe Quintana, marqués de Robrero) le llevaron a una situación económica próxima a la insolvencia. A todos estos dispendios habría que añadir el pleito que hubo de sostener con Miguel Honorio de Cámara y Cruz, impresor y editor de sus obras, para recuperar sus derechos de autor, que acabará el año siguiente con un laudo arbitral por el que Galdós sufrirá una importante pérdida económica. Se ha afirmado que Galdós tuvo otros hijos naturales, pero sólo a María, en 1908, después de morir su madre, la reconoció legalmente.

 

 Los últimos años

A pesar de sus muchos achaques, aún tuvo tiempo para compaginar sus actividades literarias con la actividad política; en 1907 salió elegido representante en las Cortes por Madrid por el Partido Republicano. En 1909, junto a Pablo Iglesias (fundador del Partido Socialista Obrero Español), presidió una coalición republicano-socialista, aunque al final Galdós, que «no se sentía político, se apartó pronto de las luchas por el acta y la farsa”. En 1914 fue diputado republicano por Las Palmas de Gran Canaria. Este hecho coincidió con la creación de la Junta Nacional Homenaje a Benito Pérez Galdós, integrada por escritores, políticos y aristócratas, entre ellos, Eduardo Dato, José de Echegaray, el conde de Romanones, Jacinto Benavente, Mariano de Cavia y otros, una iniciativa que tuvo como objetivo recaudar fondos para ayudar a su “maltrecha economía y para impedir, por dignidad nacional, que Galdós muera pobre”, lo que le sirvió para disfrutar de una pensión vitalicia. El 7 de junio de 1910 Benito Pérez Galdós otorgaba testamento ológrafo cumpliendo estrictamente todos los requisitos legales. En él se hacía un reconocimiento de paternidad y se adoptaban otras disposiciones respecto a su herencia. Este documento, expresión de su voluntad, se lo entregó a su hija, quien lo conservó y puso a disposición del albacea al ocurrir su muerte. 

 

Benito Pérez Galdós en la finca familiar «Los Lirios» (Monte Lentiscal), en su visita a Gran Canaria en 1894. La fotografía pertenece a la Familia Pérez Galdós. Casa-Museo Pérez Galdós. Cabildo de Gran Canaria.

El 14 de marzo de 1919, Galdós otorgaba testamento abierto ante el notario don Félix Rodríguez Valdés dejando a su hija María única heredera de todos sus bienes, en él, reproducía y ratificaba el reconocimiento que había hecho en el testamento ológrafo. Don José Alcaín y López de Hontanar, abogado del Estado, que le había asesorado últimamente, presentó el testamento ológrafo al juzgado y solicitó su protocolización.

La muerte

El doctor Gregorio Marañón, que era su médico de cabecera, el 3 de enero de 1920, le recetó por última vez unas inyecciones de alcanfor, y seguidamente se marchó a su casa para aliviar el cansancio de tantas noches al cuidado del ilustre enfermo. Se quedaron de acompañantes José Hurtado de Mendoza y Rafael Mesa. En Madrid, a las tres y media de la madrugada del día 4 de enero de 1920, fallecía Benito Pérez Galdós. Había sido operado de cataratas en 1911 y en 1912 y, un año después, a consecuencia de una sífilis terciaria, se había quedado ciego. Alrededor de la cama del difunto estaban José Alcaín, su albacea, su hija María y su marido Juan Verde Rodríguez, su sobrino José Hurtado de Mendoza, ingeniero agrónomo, hijo de su hermana Carmen, a la que profesaba un gran cariño y que había prohijado a la joven cordobesa, Rafaela González Muñoz, hija natural de Machaquito, estaban también Rafaela Muñoz de la Rosa, Rafael de Mesa, que era entonces su secretario, Victoriano Moreno, Carmen Lobo, Eusebio Feito, hijo del asistente de su hermano el general Ignacio Pérez Galdós y su fidelísimo criado Paco Menéndez García.

Rafaela González Muñoz

José Hurtado de Mendoza se ocupó de la educación de aquella niña, que llegó a posar para Julio Romero de Torres, costeando su carrera de música dirigida por el insigne pianista, profesor y compositor Manuel Fernández Alberdi (Madrid, 1882-1937). En 1922 Rafaelita comienza su carrera de concertista llegando a obtener el Premio Extraordinario del Conservatorio de Música de Madrid. En 1926 contrajo matrimonio con el doctor José Lobo Rodríguez; en 1928 tuvieron un hijo al que pusieron por nombre Rafael. Rafaela González Muñoz falleció en 1996 y su hijo, en el año 2005. En la Casa-Museo de Pérez Galdós hay una copia de la certificación del acta de nacimiento de una niña nacida en Santander el 12 de enero de 1891. En el Registro Civil de Santander, Folio 76, consta que: “dicha niña nació en la casa número 24, piso tercero de la Cuesta del Hospital, a las diez de la mañana del día 12 del corriente. Que es hija ilegítima de Lorenza Cobián González, natural de Bodes, provincia de Oviedo, mayor de edad, soltera, dedicada a las ocupaciones de su casa; que es nieta por línea materna de Tomás Cobián y de Josefa González, casados, labradores, naturales y vecinos de dicho Bodes, y que a la expresada niña se le había de poner el nombre de María”.

El inventario de sus bienes

En valor de los bienes relictos (hereditarios) y los de carácter mueble estaban descritos de modo convencional. En cuentas corrientes se consignaron 100 pts. y el valor del mobiliario en 400, mientras que la biblioteca y los numerosos manuscritos se valoraban en 15.000. Allí estaban todos los Episodios Nacionales y las primeras novelas, menos Marianela, que Galdós se la había regalado al doctor Marañón y Gloria, con la que había obsequiado a Tomás de Lara. La finca de San Quintín fue valorada en 125.000 pts, los derechos de autor, de un centenar de novelas y obras teatrales, quedaron tasados en una cifra estimativa a las 65.000 pts. Las deudas en el testamento se fijaban en 34.325 pts. Galdós no olvidó a Francisco Menéndez García “Paco”, que además de criado y lazarillo, tal vez fuera su hijo, al que dejaba un legado de 5.000 pts y a Teodosia Gandarias Landete, el gran amor de sus últimos años, 250 pts. mensuales de pensión vitalicia. El día 13 de junio de 1920 la Sala primera falló la apelación sostenida por el letrado Sr. Alcaín, en el juicio relativo a la disposición testamentaria de Galdós. Se revocó el auto del Juzgado y se declaró por la Sala que procedía protocolizar el testamento ológrafo otorgado por el gran escritor. El cuatro de enero de 1920, al mediodía, se procedió a la apertura del testamento. El 14 de febrero, María Pérez Galdós Cobián envió una nota al diario La Provincia que la reprodujo con el título Al pueblo español:

«Apenas repuesta en lo que es posible humanamente, del abatimiento producido en mi espíritu por el doloroso trance que acabo de pasar con la pérdida de mi llorado padre, el gran Galdós, el primer impulso de ánimo y de mi pensamiento ha sido el de la más profunda gratitud al nobilísimo pueblo español, gratitud que me impone el sagrado deber de ofrendar modesta y sumisa, ante el altar de la patria, mi más fervoroso agradecimiento por el conmovedor homenaje rendido en toda España a quien supo glorificarla en sus obras. Una hija amantísima jamás puede olvidar los testimonios de respeto y alta consideración a su padre, y menos aún si estos son ofrecidos por impulsos del alma nacional, como tributo a su poderoso entendimiento. ¿Cómo olvidar los infinitos homenajes rendidos a mi querido padre por los Ayuntamientos y demás Corporaciones, organismos, entidades, Prensa y los individuos de toda la Nación? La vida humana es corta para estimarlos en todo su valor. Sirva, por tanto, este mensaje, humildísimo como mío, para expresar los sentimientos más intensos de mi corazón agradecido, ya que por imposibilidad material no puedo contestar, como quisiera hacerlo especialmente, a la multitud de cartas y telefonemas recibidos de todas las provincias de España.

María Pérez Galdós de Verde.

Madrid, enero 1920

El controvertido taurinísimo de Pérez Galdós

A nadie debiera extrañar –enfatiza Cossío- que el excepcional novelista canario, amigo personal de Machaquito, no fuera aficionado a los toros y aún creo que, en lo más íntimo de su sentimiento, debía ser adversario de la fiesta. No suelen ser benévolas sus alusiones, si bien en estas novelas históricas se reduce a dejar hablar a sus personajes que en general lo hacen como aficionados y solo alguno como entusiasta de los toros. En referencia a Los Episodios Nacionales, aunque reconoce que no faltan alusiones o paisajes de la fiesta taurina, se duele que sean “menos numerosos y hasta circunstanciados de lo que les debía corresponder, dentro de las preocupaciones y preferencias del siglo XIX a que se ciñe la famosa serie”. Las alusiones de Cossío y otros escritores al antitaurinismo de Galdós (González Troyano estima que de su obra puede desprenderse una versión negativa del espectáculo) son constantes. La extraordinaria afición que el hidalgo de la Casona sentía por lo taurino, le hubiese gustado verla reflejada en la obra galdosiana por la que sintió verdadera admiración. El único consuelo que el polígrafo vallisoletano encuentra en la ingente obra de Galdós es en el capítulo Si el tiempo lo permite de La familia de León Roch: “Cuyo único pasaje taurino extenso y certerísimo (…) es un episodio introducido por mero placer virtuosista de escritor descriptivo, en el que se relata y describe una corrida de toros suspendida por la lluvia (…) Pero ha sido una fortuna que disputara una fiesta taurina, pues ello da ocasión a las descripciones quizá más felices que del público de una plaza de toros posee la literatura castellana”. Su controvertida taurofobia, en la que no todos los críticos están de acuerdo, no fue obstáculo para que fuera plenamente consciente del arraigo y afición que la mayoría de los españoles sentían por las corridas de toros: “Los que gastan tinta y saliva en abominar de la Tauromaquia, están tocando el violín a toda orquesta, como se suele decir, porque declaman estérilmente contra un apetito, contra una pasión que está en el fondo mismo del carácter nacional”.


Galdós y Machaquito

Acudía raramente a las corridas porque sufría al ver el riesgo de los toreros pero leyendo a Fernando Claramunt, sabemos “que le llenaba de orgullo y preocupación que le brindasen un toro”, cosa que sucedió varias veces; el citado Claramunt en su libro Aromas de Torería se muestra taxativo: “Don Benito fue defensor por escrito de las corridas de toros en la revista taurina Ziz-Zag, allá por los años veinte”.

 

                                 Machaquito con su esposa Ángeles Clementson

Una curiosa biografía de Machaquito: (El torero de la emoción. Rafael González Machaquito, Fernando Gilis “Claridades”, Renacimiento, Madrid, 1912), con prólogo de Pérez Galdós, revalida anteriores afirmaciones sobre la escasa afición taurina del novelista canario: “Procedí muy de ligero comprometiéndome a exhornar la fachada de este edificio literario con un prólogo florido y risueño. Buena voluntad me sobra; más, ¿qué puede decir de toros en un libro a ellos dedicado, quien no siente afición por la fiesta y desconoce el sentido y el léxico de un arte en que la destreza supone tanto como la valentía? No quiero incurrir en la flaqueza española de hablar de lo que no se conoce por el gusto de aparecer entendido en todos los aspectos de la vida nacional. No; no acometería tal aventura por mucho que me fuercen a ello la tiranía de la amistad y las exigencias de un compromiso contraído ex abundantia cordis. Mas ya que nada puedo expresar tocante a los méritos de Machaquito en su brava y azarosa profesión, sí quiero y debo hablar de Rafael, considerándolo en el aspecto amistoso, pues con su trato me honro. Por él, afable, cortés, caballeroso y modesto, sé que el torero no es, por regla general, fuera de la plaza, lo que tantos imaginan rindiendo culto a una leyenda superficial y mentirosa.

Y a fe que tengo por felicísimo hallazgo el de un hombre como Machaquito, de alma ingenua y corazón grande. Si con estas líneas quiere usted sustituir el prólogo que se me ha quedado en el tintero, sirvan ellas para expresar a Rafaelito mi ferviente afán de que abandone pronto los terribles riesgos de su peligrosísima profesión, dando con ello tranquilidad a su familia y a los que, cual yo, sienten por él amistad sincera y profunda. Sabe usted que le quiere de veras su muy adicto. Benito Pérez Galdós”. Nuevos argumentos ponen en entredicho la pretendida taurofobia de Galdós. Benito Madariaga de la Campa (Valladolid, 1931, Santander, 2019), establecía una duda histórica: “Sospechamos que Pérez Galdós asistió con frecuencia a las corridas santanderinas, durante el verano, estimulado por su amigo el periodista José Estrañi. Sobre el tema publicó varios artículos en los que demuestra el alcance y significado del espectáculo en el pueblo español. Pues bien -escribía Galdós- “siendo los toros malos, los toreros peores y el espectáculo infinitamente más caro la afición del público aumenta de año en año”. A su juicio, a la emoción proporcionada por la lidia, se une la que emana del propio espectáculo con especiales encantos para españoles y extranjeros.

Excepto la suerte de varas, para la que pedía una modificación, consideraba nuestras corridas de toros como una fiesta típicamente española, original y sin réplica en otras partes del mundo, aparte de ser inspiradora de artistas y escritores, y hacía esta advertencia a los impugnadores de la fiesta: «El día en que, por degeneración de la raza bovina, no haya ningún individuo de ella que quiera embestir, se inventarán las corridas de carneros, machos cabríos o algún otro bicho más o menos cornúpeto».

 Machaquito

En 1903 Machaquito estaba sentado en un palco del teatro de la ciudad de Lorca. Tiene 23 años cumplidos. Una gentil muchacha lo ha mirado curiosa. Y en Córdoba, en Sevilla, en Madrid, a donde quiera que va, los ojos de aquella dama le persiguen. Al año siguiente torea en Cartagena. La noche de la primera corrida sus amigos, Santamaría y Rafael Barrionuevo, van por él al hotel y se lo llevan a la “kermesse”. En uno de los kioscos está la hermosa mujer que vio en Lorca. Es la misma, no se le ha despintado. A su vuelta al hotel Machaquito le dice al mozo de espadas: “He visto a la joven de Lorca y he hablado con ella; es hija de un ingeniero inglés muy famoso, se llama Ángeles Clementson y vive en Los Molinos (Cartagena), me caso con ella”. El 4 de noviembre de 1906 la boda se celebra en Cartagena, en la residencia de los padres de la novia. Ángeles Clementson Palma, nieta recibió del novio un estuche con una cruz de rubíes, brillantes, perlas y esmeraldas, un broche de brillantes y esmeraldas, un “sprit” de brillantes, perlas y esmeraldas, dos sortijas lanzaderas, dos solitarios y un imperdible de brillantes.

La abuela de la desposada, viuda del general Clementson, le regaló un traje bordado en oro. Fruto del matrimonio de Machaquito con Ángeles Clementson, nacieron cuatro hembras y dos varones: Ángeles, Soledad, María, Rafael, María Luisa y Carlos.

 

 La estocada de la tarde

El 9 de mayo de 1907, el III Califa de Córdoba, realizó un extraordinario volapié al toro Barbero de la Ganadería de Miura que cayó fulminado a sus pies. Mariano Benlliure Gil (Valencia, 1862, Madrid 1947), un extraordinario escultor, considerado como el último gran maestro del realismo decimonónico, a instancias de José de la Loma «Don Modesto», el primer cronista taurino oficial que aparece en el periodismo taurino, la inmortalizó en una escultura, en la que la presencia del matador se evoca en el jirón desgarrado de su pechera que cuelga del asta del toro, hecho bastante frecuente en su carrera por el ímpetu con que ejecutaba sus majestuosos volapiés tirándose encima de los morrillos. Benlliure, en una carta al anteriormente citado “Claridades”, recordaba aquella fulminante estocada: “Podría incluso reproducir con todo detalle aquel momento sublime: el toro era grande, largo, bien armado, con mucha bravura y con un cuello… Machaco cogió los trastos de matar, se metió entre los pitones y solo al salir rodando el toro se le vio fuera de ellos. Tanto se agrupó el torero, que al separarse tan bruscamente el toro no tenía más remedio que arrancar el trozo que los unía en aquel momento, afortunadamente fue un trozo de pechera”

El 16 de octubre de 1913, en la plaza de toros de Madrid, en la que le dio la alternativa a Juan Belmonte, Machaquito torea su última corrida. El 21 de octubre, a las 15, 40 horas, en la habitación número 182 del Palace Hotel, decide cortarse la coleta. El encargado de hacerlo es su íntimo amigo Clemente Peláez, ante la mirada de su esposa y dos de sus hijas. De esta forma tan inesperada y silenciosa concluyó la carrera taurina de Machaquito, un camino que “estuvo marcado por la honradez, la vergüenza torera y por su contundencia en el manejo del estoque”. En 1955, a la edad de 75 años, muere Machaquito, dejando treinta y cinco descendientes entre hijos, hijos políticos y nietos y una aseada fortuna. El diestro cordobés estaba en posesión de la Gran Cruz de Beneficencia, había sido concejal del Ayuntamiento de Córdoba y Diputado provincial.

 

 Carlos Clementson Cerezo. Córdoba 1944. El gran protagonista de esta historia

Alejandro Clementson Palma, el abuelo de Carlos Clementson era cuñado de Machaquito.

El padre de Carlos Clementos, Carlos Clementson Arderius, de ascendencia inglesa, era natural de Lorca (Murcia) y su madre, Estrella Cerezo Prieto, de Villa del Río (Córdoba). Cursó estudios de Filología Románica en la Universidad de Murcia obteniendo, en 1968, la licenciatura con una tesis sobre sobre Le cimetière marin de Paul Valèry: análisis estilístico y una nueva traducción. Ese mismo año comienza su actividad docente universitaria como adjunto interino de Literatura Románica y profesor de Estilística Francesa en la Facultad de Filosofía y Letras de Murcia. Desde 1973 es profesor titular de Literatura Española en la Universidad de Córdoba y a partir de 1986, y por oposición, de Lengua y Literatura Catalanas. Es doctor en Filología Románica, con una tesis sobre La revista Cántico y sus poetas, Es doctor en Filología Románica por la Universidad de Murcia con una tesis sobre La revista Cántico y sus poetas. Ha vertido en verso castellano más de diez mil versos de Ronsard y otros poetas franceses; es autor de una antología de poetas portugueses y catalanes y ha hecho algunas incursiones en la lírica inglesa, como su traducción en verso de En una orilla desierta de Kathleen Raine, y Lamentos y añoranzas de Joachin Du Bellay. Es miembro correspondiente de la Real Academia de Córdoba y la de Alfonso X el Sabio de Murcia.

 Salvador Arias Nieto

4 octubre 2020

 

 Rafael Contreras Zamora

Colaborador histórico-grafico

Jose Luis Cuevas

Montaje y Editor

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