Con el Maestro Alameda y las cosas de Madrid
Fuente: VíctorJosé López «EL VITO». A los Toros

Aquel año de 1974 fui a  la feria de San Isidro. El abono de mayo anunciaba carteles y acontecimientos interesantes como la confirmación de la alternativa de varios espadas que ingresarían a la historia importante en Las Ventas: el torero de La Viga, el charro Mariano Ramos, el jerezano Rafael de Paula y el precoz maestro Pedro Gutiérrez Moya «Niño de la Capea». Además del gusto que da siempre ir en primavera a Madrid, y tener contacto con el toreo en España que es la expresión más acabada de lo que un aficionado pueda esperar de la fiesta de los toros.

Con sus contrastes, como los claroscuros de Goya, con su polémica, como la  discusión permanente de Cánovas del Castillo, con su sentencia definitiva sobre el destino histórico de los toreros como si de un Castelar se tratara.

Madrid, como dice Ramón Gómez de la Serna, el último de los abrumadores cronistas de Madrid, “es la capital del mundo más difícil de comprender”; y, agrego yo, si las plazas de toros son el espejo de las ciudades, la plaza de Madrid será “la más difícil de comprender”.

Escribe Juan Antonio Cabezas que “de Madrid no puede decirse que ‘le sale el sol por Antequera’. Le sale y le entra cada día por su calle de Alcalá”…Y por la calle de Alcalá, en Madrid, entra y sale el toreo. Para comprender el toreo hay que entender  a Madrid, y luego hay que ver toros de Las Ventas de Madrid.

De aquel San Isidro recuerdo tres tardes, como tres grandes joyas del toreo. La confirmación de la alternativa de Pedro Gutiérrez Moya “Niño de la Capea”, el retrato de la ambición profesional; la faena de Antonio José Galán a un toro de Alonso Moreno, como lección bravía; y los lances de Rafael de Paula, como pinceladas de un inacabado arte que aunque breves y escasas satisfacen a su incondicional grey.

Asistí en compañía de Efraín Girón a Las Ventas la tarde de la confirmación de la alternativa de “Niño de la Capea”. Un jovencísimo torero que comparaban con Camino, cuando en realidad casi nada tenían en común. Tal vez la precocidad sabia de los elegidos. La corrida de Atanasio Fernández muy bien presentada, hermosa, con trapío, agradable, brava y sin bobaliconería, tuvo mucha movilidad y entre sus toros no existió la igualdad de comportamiento: los hubo desde el toro noble y franco, hasta el marrajo que se acunó en tablas, en la puerta de chiqueros, escarbando y defendiéndose.

Recuerdo un instante de la corrida, cuando el toro se aquerenció en chiqueros y un Paquirri muy decidido se fue a por él. En ese preciso momento Efraín comentó que «allí, en ese sitio, “Pies de Búfalo” del duque de Pinohermoso, abrió en canal a César…»

 Francisco Rivera escalaba con una temeraria entrega la cuesta de la fama, y allí en ese sitio le cortó la oreja al manso de Atanasio. La actuación de Palomo fue soberbia. Le recuerdo fulgurante, embutido en blanco y plata. Y lo de “El Capea” fue inolvidable. La plaza enloquecida, confirmándole como figura del toreo, subrayando aquello que demostró la tarde del mano a mano con Julio Robles y los novillos de Juan Pedro Domecq, aquí mismo en Madrid. Todos los presentes estábamos conscientes de presenciar el nacimiento de una gran figura del toreo.

Salí de la plaza emocionado. Fui hasta el Hotel Emperador, en Gran Vía, donde se alojaba Pedro en compañía de sus apoderados los hermanos Javier y José Luis Martínez Uranga, primos hermanos de Manolo Chopera y conocidos por los taurinos con el nombre de “choperitas”. Allí encontré al maestro José Alameda, el gran periodista de la radio y de la televisión mexicanas, fuimos, junto a José Manuel Rodríguez, representante de Paco Camino a tomarnos un café y una copa en Callao a unas cuadras más arriba en la calle de Alcalá.

Sólo faltaba Olga Ramos, porque de Madrid al cielo como sentenciaba Manolo Lozano que discutía con Paco Gil el tema de no acabar entre trufas y orchatas.

Cosas de Madrid.