Como muchos aficionados no se me da muy bien vivir fuera del toro, pero la insensibilidad y el mamoneo de los que deberían estar más interesados en cuidar de la fiesta y su propio negocio, por necesidad espiritual o por su futuro profesional están consiguiendo que cambie de prioridades. No siempre las figuras son los únicos culpables, mucho del delito habría que achacárselo a la «tropa» por no dedicar todo su empeño e ilusión en desbancar el orden establecido en los despachos. Con demasiada frecuencia observamos el desinterés con que actúan los toreros llamados modestos cuando les surge una oportunidad.

 

En muchos se adivina que pretenden ser «clones» de sus admirados maestros. Naturalmente, la copia carece de profundidad, personalidad y falta de la esencia del toreo propio. Estos matadores que se propugnan como alternativa para derrocar a los agraciados con la fortuna y la fama, que se declaran indomables del toreo, en la primera oportunidad de importancia cambian de personalidad para convertirse en ese extraño que todos llevamos dentro. En el toro hay que ser conscientes, aprovechar cada minuto, no abandonarse en fantasías, ni confiar en la suerte. En el mundo profesional del toro, cada torero obtiene la parte de fortuna que se merece.

 

En los primeros años de la década de los 50 del pasado Siglo sucedió un acontecimiento que definiría e igualaría oportunidades, resultando decisivo para el futuro de la fiesta. Se había celebrado la Corrida del Montepío de Toreros, en la Plaza de Toros de Las Ventas. Antonio Bienvenida, Manolo Carmona y el mejicano, Juan Silveti, los toros fueron del Conde de la Corte. El triunfo fue de época, los tres matadores en hombros saliendo por la Puerta Grande, el público entusiasmado: – ¡Habían podido, sin reparos, a toros íntegros!. Ese día se rompía la creencia que era obligación de los aficionados aceptar del fraude del afeitado como cosa natural y permitido desde el final de la guerra. La prensa especializada propagaba, «al toro de hoy no se le puede hacer el toreo de antes sin estar afeitado». Curro Meloja, denuncia desde la radio el perjuicio para la fiesta que causan estas mañanas fraudulentas. Estaba solo, necesitaba una máxima figura del toreo que estuviera dispuesto a exigir el toro de verdad y dar el paso decisivo para que se suprimiera el denigrante afeitado generalizado en todas las corridas. Curro Meloja eligió a Antonio Bienvenida por sus grandiosas tardes, sobre todo en Madrid.

  

Antonio Bienvenida, a través de las ondas de Radio Madrid, comienza una campaña de denuncia pública del fraude:

 

«He sido el primero en haber toreado toros afeitados, como todos. Por el futuro de la fiesta y para mantener su grandeza debemos exigir a la autoridad que controle este infame fraude de la manipulación de los toros».

 

Los aficionados se pusieron al lado de Antonio Bienvenida, mientras que los taurinos y los profesionales, especialmente los toreros, atacaron ferozmente a Bienvenida. Todos se sintieron traicionados por descubrir el engaño y, algunos de los más importantes matadores se negaron a compartir cartel junto al «esquirol», Julio Aparicio, Miguel Baez «Litri», Antonio Ordóñez y muchos más que no querían pasar por el amargo trago de jugarse el pellejo ante pitones sin manipular. Eran tiempos de decisiones valientes que igualaban las posibilidades de triunfo a todos los matadores. Después la política, la falsedad, la promoción y el poder, han devuelto a cada cual al lugar que corresponde.