Toreaba "Lagartijo" en Sevilla una brava corrida de Saltillo en unión de Frascuelo, haciendo las delicias del público sevillano. Ocupaba una barrera un buen amigo y admirador de "Lagarti­jo", el actor Rafael Calvo, que por aquellas fechas actuaba con su Compañía en un teatro de la capital andaluza.

 

La muerte del quinto toro de la tarde la brindó el diestro cordobés a tan insigne actor con es­tas palabras:

 

Brindo la muerte de este toro al más grande de los Rafaeles de la escena española.

 

La faena fue antológica, coronándola "Lagartijo" con su clásica "media lagartijera". Entre una clamorosa ovación fue a recoger la montera, que Rafael Calvo le devolvió con una tarjeta que decía:

 

– "Vale por un palco para la función de la noche, que brindó al más grande de los Rafaeles  del arte taurino".

 

Aquella noche el diestro cordobés acudió al teatro acompañado de su mozo de espadas. Iba el torero pulcramente vestido con traje oscuro; anudado al cuello un pañuelo blanco de seda, por­tando al propio tiempo, una cajita con un obsequio para el actor: una corona de plata con unas cintas y una expresiva dedicatoria:

 

"Don Álvaro o la fuerza del sino", obra a representar, fue un dechado de buena interpreta­ción, pues sabido era el arte declamatorio del que hacía gala Rafael Calvo.

 

Terminó la obra cuando el "Don Álvaro" se arroja al abismo desde una roca, en cuyo mo­mento "Lagartijo" se puso en pie y dijo al mozo de espadas:

 

– ¡Vámonos!

 

– ¿S’acabao esto ya, maestro? -inquirió el mozo de espadas que había seguido la interpre­tación de la obra un tanto sobrecogido.

 

– ¡Claro, hombre! ¿No ves que se ha suicidao "Don Álvaro "?

 

– ¿Usted sabía que se mataba en esta funsión?

 

– Naturalmente.

 

Ahora me explico que me haya usted tenío cargao con esta corona toa la noche. Supongo que iremos a dejarla en la capilla ardiente.