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De lo dicho no hay nada

Cuando Juan Belmonte toreó por vez primera en Zaragoza, acudía a la capital maña precedido de una aureola de fama conseguida por las distintas plazas de toros de Es­paña, por lo cual los zaragozanos sentían una acusada curiosidad por conocerle. A verlo torear quiso asistir el diestro, ya retirado, Mariano Santos, «El Templao», quien al pasar por taquilla pidió una entrada de las más «baraticas».

Diéronle una de la andanada de sol, y como del duro que entregó sólo le devolvieron unos céntimos, preguntó con el mayor de los asombros:

– Diga, amigo. ¿Por un casual ha resucitau el mismísimo «Frascuelo», y torea esta tar­de?

– No, señor, el que torea es Belmonte, -contestó el taquillero-.

– ¡Rediez, qué tunantada! No me conviene. Así que, ¡hala, me devuelva los cuartos        y ahí va el «papelico! Pá Belmonte.

Cariño ortográfico

En cierta ocasión el simpático diestro Enrique Vargas, «Minuto» hubo de dedicar una fotografía al maestro que le había enseñado a leer y escribir, y la dedicatoria que puso en el retrato, decía lo siguiente:

«A mi querido y «» hadmirado «» maestro fulato de tal, a quien debo el saber leer y escribir».

El maestro al leer la dedicatoria, se indignó al ver lo mal que andaba de ortografia su antiguo discípulo.

– Pero, hombre -le dijo-, ¿yo te he enseñado a escribir admirado con hache?

Y «Minuto» le replicó de inmediato:

– Mire usted; es tanto el cariño que siento por usted, que todas las letras me pare­cen pocas para demostrárselo.

Padre y Espíritu Santo

Cuando «Lagartijo» se encontraba en Córdoba solía concurrir a una reunión de amigos en un típico establecimiento. Allí solía coincidir con «Pilindo», un piconero del barrio de Santa Marina, el cual se hacía acompañar siempre por un hijo suyo de corta edad. Aquella tertulia solía organizar anualmente una comida. Cuando fijaron la fecha, «Lagartijo» advirtió a «Pilindo» que no se hiciera acompañar por su hijo, cosa que el piconero, acaso por la fuerza de la costumbre, olvidó y llegó acompañado del mucha­cho. Más recordó de momento la advertencia de Rafael, y le dijo al chaval:

– Mira, tú vas a quedarte ahí, al lado del mostrador, hasta que nosotros acabemos de comer.

A punto de comenzar el almuerzo, «Lagartijo» invitó a «Pilindo» a que, como el de más edad de la reunión, bendijera la mesa. Y se dispuso a hacerlo:

– En nombre del Padre y del Espíritu Santo.

– ¡Te has olvidado del Hijo! -le atajó el torero-.

– ¡No, zeñó! -le replicó el piconero-; lo tengo aquí.

– ¡Niño, pasa, que te llama Rafaé       !