Fuente: Carlos Bueno. Del Toro al Infinito
Por muy festiva que sea una feria, por muy generosa que sea una plaza, por muy predispuesto que esté el público a divertirse, el toro siempre sale sin dar tregua y cada festejo taurino encierra la verdad de una ceremonia de vida y muerte.
Llega agosto, mes denso en número de festejos, en kilómetros recorridos por los toreros y en emociones repartidas de punta a punta del mapa. Es tiempo de plazas que, si bien no compiten en severidad con Sevilla o Madrid, sí otorgan a la Fiesta un aire de popularidad, cercanía y júbilo que también es imprescindible.
Pontevedra, Huesca, San Sebastián, Málaga, Ciudad Real, Almería, Cuenca… son algunos de los nombres que suenan en este calendario agosteño, donde las ferias se suceden una tras otra. Citas habitualmente amables en las que el público acude con ganas de pasarlo bien, de aplaudir. El ambiente es distendido, festivo, triunfalista incluso. El clamor acompaña faenas que en otros ruedos podrían pasar más desapercibidas. Es parte del encanto del verano, cuando el toreo se convierte en espectáculo de masas y los matadores en ídolos populares.
Agosto es un mes necesario para las figuras, que encuentran en estas ferias un espacio propicio para reforzar su cartel, para expresarse con más libertad, para reconectar con la afición más allá de los exigentes exámenes de primavera. Son corridas en las que se espera el triunfo, y ese clima influye en la inspiración del artista. Pero eso no quiere decir que se relaje la tensión. Aunque el entorno sea festivo, el toro no da tregua. Y aunque las plazas no sean de primera, el peligro es siempre de categoría máxima.
En ese sentido, Bilbao rompe el molde. Su Aste Nagusia mantiene una personalidad única. Allí el toro sale serio, musculado y ofensivo. No es la violencia desbordada de Pamplona ni la seriedad descomunal de Las Ventas, pero exige verdad y talento.
Mientras tanto, los toreros enlazan fechas como como cuentas de un rosario. Recorren España con capotes, muletas y montera en el maletero. Es una carrera de fondo que se corre a esprint. Apenas hay tiempo para el descanso entre viaje y viaje, entre una tarde de gloria y otra de tensión. El cuerpo se resiente, el calor agota, los reflejos empiezan a jugar malas pasadas, pero el toro sigue saliendo con idéntica bravura, sin saber de calendarios ni de fatigas humanas.
En agosto aumentan los carteles y en muchos pueblos el festejo taurino sigue siendo el corazón de las fiestas patronales. Hay ilusión y también riesgo constante. Por eso, aunque todo parezca alegría, que nadie se confíe. La Fiesta en agosto es grande, es luminosa, es generosa, pero sigue siendo una ceremonia de vida y muerte. No hay enemigo pequeño en el ruedo. Baste recordar que a Antonio Bienvenida, figura cumbre del toreo clásico, se lo llevó una becerra.
El toreo en agosto es aire de verano, pero también compromiso y seriedad. Porque la verdadera grandeza de esta Fiesta no se mide solo por la exigencia del público o la categoría de las plazas, sino por la entrega de quienes cada tarde se juegan la vida, incluso cuando todo parece más fácil. En el toreo, como en la vida, la alegría verdadera nunca está reñida con el respeto. Y agosto, con su fragor y su fiesta, lo demuestra cada año.