Fuente: Carlos Fernández Barallobre
Muy conocida fue la afición que la gran escritora coruñesa, Emilia Pardo Bazán, profesó a la fiesta de los toros. Decidida partidaria del toreo de Rafael Guerra Bejarano “El Guerra”, de quien le gustaba su “temeridad serena, su desprecio del peligro y la armonía y unidad del combate entre toro y torero”, destacando también la forma de como el segundo califa cordobés se movía en el ruedo: “Colear un toro bravo vestido de blanco y plata no es barbarie, sino aticismo”Doña Emilia defendió la fiesta Nacional, en todo cuanto lugar pudo, publicando numerosos artículos sobre ella, a la definió como “La luz, el color, el ruido, la animación mágica de este espectáculo, que Teófilo Gautier calificó de uno de los más bellos que puede imaginarse el hombre, son realmente más para ser vistos que para ser descritos”.
Emilia Pardo Bazán, tocada con la clásica mantilla española
De igual manera, mantuvo encendidas polémicas con aquellos que la intentaban denigrar. Sirva de ejemplo lo que relatamos de seguido.
El día 22 de junio de 1896, la revista La Ilustración Artística de Barcelona, insertaba en sus páginas, un artículo de Doña Emilia Pardo Bazán en defensa de la fiesta taurina, oponiéndose a otro publicado por la sufragista norteamericana Mary Lowell titulado “La bárbara y cruel España” en el que, la mencionada señora –que no debía tener otra cosa mejor que hacer-, vertía contra España y los españoles, acusaciones infundadas, con enorme odio y de tan poco estilo y rigor, como la de que “los españoles son casi todos analfabetos, huérfanos de literatura y que disfrutaban siendo proclives y aficionados al asesinato que se producía en esa fiesta inculta y bárbara que son las corridas de toros”Miss Lowell, era miembro de la Liga Universal de templanza de mujeres cristianas y apetecía, como otros muchos sectores de la sociedad yanqui, las posesiones españolas de Cuba y Puerto Rico. No podemos olvidar que la guerra Hispano-Cubana, entonces en plena ebullición, se decantaría, dos años más tarde, en contra de los intereses españoles, al entrar los Estados Unidos, -tras la explosión maliciosa del acorazado Maine en el puerto de La Habana, de la que se acusó a España si fundamento el grito de “¡Recordad el Maine, al infierno con España!»-, en la guerra en ayuda de los insurrectos cubanos.
En unos gravísimos momentos como los que vive la Fiesta Nacional, acosada con saña por los enemigos de todas las costumbres españolas, la izquierda montaraz, sectaria, los anti taurinos mentirosos, vividores y trincones de subvenciones. Recibiendo con inmensa alegría que las corridas de toros hayan vuelto a Vistalegre de Madrid, a varios lugares de Andalucía, a Toledo, pero suspendidas todavía la inmensa mayoría de las ferias taurinas, debido al maldito virus chino, es un deber salir en defensa de la Fiesta más española, para mantener viva su gran llama cultural, histórica, costumbrista, lúdica y artística.
Por ello, es tan de actualidad la contestación de Doña Emilia, publicada hace ciento veinticinco años, que bien podía trasladarse a día de hoy, a un lugar cualquiera de nuestra España, donde pueda darse una discusión entre un aficionado taurino y un impostado ignorante anti taurino o un estulto socialista o comunista. Que hable pues, a través de su pluma, Doña Emilia, silenciada e ignorada tantos años, sobre todo en Galicia, por el único delito de escribir maravillosamente en español y ahora redescubierta, en el centenario de su muerte, por la izquierda más recalcitrante y sectaria y los peperos de la Xunta de Galicia, con fines más que dudosos y espurios como los de expoliar, con la ayuda de una juez partidista, incompetente y con amplias dosis de maldad, el pazo de Meirás a la familia Franco y quererse quedar con todos su bienes.
 “Créame” escribía Doña Emilia, “la señora Lowell que habla de los toros como yo podía hablar del trato que se dan en Norteamérica a los indios sioux (acerca de los cuales he oído que son exterminados sin piedad); yo he asistido a bastantes corridas de toros y ni a la entrada ni a la salida he visto, no digo asesinatos, ni un mal navajazo siquiera. Otra cosa es la salida de las tabernas. Comprendo por ello que en Norteamérica haya sido necesario crear esa liga universal contra los devotos del dios Baco. Sigue escribiendo Doña Emilia: “Comparemos el “hurra” al ver saltar un ojo en el boxeo norteamericano con el “olé” al torero que arriesga su vida por salvar a un compañero, que a veces es un afortunado rival. En esos momentos la Fiesta Nacional adquiere carácter que no vacilo en calificar de noble e hidalgo”.
Rafael Guerra Bejarano “El Guerra”
Y continúa la Pardo Bazán: ”Tuvo El Guerra el refinado capricho de torear vestido de blanco y el aristocrático empeño que casi puede llamarse femenil, de sacar el traje sin una salpicadura de sangre, sin una mancha. Bien se comprende cuanta serenidad, que valor frío supone tal cuidado, tal preocupación de coquetería y de limpieza, cuando el toro amenaza la vida y hay que evitar la horrenda caricia de sus agudos cuernos. Pues bien: “Guerrita” se vio aquel día en el caso de colear a un toro para impedir que fuese recogido y destrozado un picador. Y el traje, la rica chaquetilla blanca abrumada de pasamanos de plata, el fino calzón, la faja de seda, la pechera, todo salió cual la nieve, igual que al entrar el diestro en el redondel. No sé cómo haría comprender a la señora Lowell que esto me parece, en vez de barbarie, helenismo”. “En ningún espectáculo el público español es más intransigente que en las corridas de toros. Lejos de complacerse como afecta cree la señora Lowell (la que trata de verdugos a nuestros generales) en el tormento de los caballos protesta indignado si después de gravemente heridos por aprovecharlos se les quiere volver a hacer entrar en la lidia. Las picas profundas, los pinchazos inútiles exasperan violentamente a la multitud. Si admite todos los elementos dramáticos, indispensables para la función, no quiere ver ninguna crueldad inútil. Ninguna mortificación que no sea estrictamente impuesta por la naturaleza de la lidia. Los toreros que se arriesgan a tontas y a locas, creyendo sustituir la destreza con el valor ciego y temerario, reciben mil muestras de desagrado, insultos mezclados con advertencias. Si fuésemos esos bárbaros sedientos de sangre, esa turba que pintan los amigos de nuestros enemigos de Cuba, estaríamos anhelando heridas, y muertes, agonías y horrores”. “Fíjese usted por donde Miss Lowell que la gente sedienta de sangre son precisamente los adversarios de las corridas pues creen que si cuantos toreros existen fuesen corneados de firme en un día, se acaba la fiesta. Son los que se ponen de parte del toro y celebran la caída siempre peligrosa del picador, además de otros “animalitos” que celebran la cogida del torero”.
Ni que decir tiene que el artículo fue comentadísimo y Doña Emilia recibió innumerables felicitaciones por su claridad y valentía en defensa de la fiesta taurina y de España.