Las despedidas involuntarias, ya sea el fallecimiento o alejamiento de una persona a la que se quiere están cargadas y llenas de emociones. Las otras despedidas, las voluntarias no son tampoco fáciles. Decir adiós puede significar decir adiós no sólo a la persona, profesión… sino a un proyecto o parte de un proyecto de vida. Los proyectos no suelen estar vacíos, sino lleno de significados emocionales, así que retirarse de una implicación emocional conlleva una despedida múltiple.

 

«Delfos» además de tener como amor platónico a la luna, estaba enamorado, pero nadie lo sabía, de «Venus», una becerra a la que siempre miraba pero nunca hablaba. Habían hablado poco, eso sí, muchas miradas entre los árboles que dificultaban su encuentro.

 

Los tres traviesos de la casa siempre observaban las miradas de ambos. Carmeta decía: «Ufff…, vaya par, estos dos no se atreven», Juamba decía «Cómo no se arrime el becerro, aquí no hay historia» y la peque Silvia comentaba «será como un cuento ya verás»… Ese «será cómo un cuento» hacía sonreír a sus dos hermanos… I

«Delfos» y «Venus» fueron creciendo, el tiempo pasaba y cada vez estaban más cerca y a la vez más alejados. El tiempo pasa muy rápido. De esos días de juegos infantiles de becerros, «Delfos» y «Venus» fueron creciendo. «Delfos” siempre se decía:

 

«Mañana mismo me acerco a «Venus» y ya está». Por otro lado sabía que «Venus», ya convertida en vaca, en basa se quedaría y que él se alejaría para ser lidiado en una plaza, el quería ese destino, deseaba dar un triunfo importante pero también sentía algo especial por esa vaca, totalmente diferente a cualquier otra vaca. «Delfos» y «Venus» siempre acercándose y a la vez alejándose. Y es que así es el amor, el amor acerca, aleja y es que el amor aunque enternece también se viste de miedo. El miedo de «Delfos» era dejar a «Venus» enamorada pero sin su presencia. Él ansiaba su destino pero no quería herida.

 

«Venus» por su parte, deseaba la presencia de «Delfos» y aunque sabía su destino, estaba dispuesta a aceptarlo y era consciente de su posible ausencia, lo conocía como toro de lidia. Pero aunque ella se acercaba, «Delfos» no se lo ponía fácil, por ello en más de una ocasión, pensaba «no puede ser» pero cuando se alejaba, él volvía a espiarla entre los árboles.

 

Los años fueron trascurriendo para «Delfos» y para «Venus» y también para Luís Enrique. El torero se fue consagrando como un gran torero. Esos toreros que realizan el toreo puro y bueno, sobre los riñones con los dos fundamentos, los pies, bien afincados en la arena cogiendo la embestida por delante, llevándolo hacia atrás lo más largo posible y girando sobre el propio eje, volviéndole a coger, echándole; el engaño delante y volviéndolo a llevar, sobre los riñones hacia atrás lo más largo posible. Y es que a Luís Enrique le gustaba mucho torear con la bamba de la muleta, y torear despacito, despacito… y es que torear es como el querer, poco a poco. ..

 

                          

Las temporadas fueron pasando y el diestro ocupaba uno de los primeros lugares del escalafón taurino. En plena temporada del mes de agosto, llegó una tarde muy importante. Toreaba en la plaza de Almería. Le encantaba dicha ciudad, sus aficionados le arrebataban su cariño cuando después del paseíllo daban una inmensa ovación a los toreros. Y es que así es Almería, alegre, altruista y acogedora. Esa plaza tan coqueta, vestida con sus mantones de Manila y tan dulce con su tradicional merienda, era una plaza talismán para su carrera como torero. Recordaba con gran ilusión sus triunfos y en especial varios trofeos otorgados por el Forum Cultural 3 Taurinos 3. Esa tarde de agosto, estaba muy nervioso. Sabía que iba a ser una tarde especial, de esas que quedan en el esportón de recuerdos, nuestra memoria.

 

Luís Enrique no solía acudir a los sorteos, esa mañana estuvo tentado en acudir a dicho sorteo, pero al final no fue. El diestro consideraba el sorteo como algo mágico ya que por la mañana, el azar inicia un coqueteo con la Puerta Grande, el sombrero lleno de papelillos en movimiento con el número de los toros enlatados, materia prima para pasar la Puerta Grande.

 

Su cuadrilla asistió como siempre a ese momento mágico y al regresar al hotel su peón de confianza le hizo un comentario que nunca le había hecho: «Torero, te ha tocado un toro con nombre de destino, «Delfos». Al oír «Delfos», Luís Enrique sintió algo muy intenso, pensó en que esa tarde lidiaba la ganadería de sus amigos Juan José y Mª Luisa, y estuvo seguro que era él. Y así fue. Era su segundo toro de la tarde. Esperó su salida, primero lo lanceó en varias ocasiones hasta instrumentarle unas chicuelinas con las manos muy bajas barriendo la arena, en ese preciso momento se produjo el reencuentro. Los dos sabían quiénes eran, el tiempo había pasado. Se conocieron cuando eran un becerro y un torero, ahora eran un toro y una figura del toreo.

 

La lidia se fue ejecutando de una manera muy cuidada y precisa. «Delfos» tuvo un gran son en el capote, en la suerte de varas se creció siendo muy bravo. En el tercio de banderillas fue pronto y noble. Luís Enrique sonreía a Alejandro, le gustaba ese toro. La plaza de toros de Almería estaba entregada y cuando llegó la faena de muleta, el público se puso en pie en varias ocasiones. «Delfos» no paraba de embestir, con nobleza, fijeza, prontitud y gran desplazamiento.

 

Luís Enrique realizó una lidia en la que lució a «Delfos». Su temple en la muleta le permitió ejecutar naturales que eran carteles de toros. Un trincherazo final puso al público en pie. Ese público fue el que pidió el indulto del toro. La plaza era un clamor, el presidente lo concedió… Luís Enrique lloraba, aunque recordaba muchas tardes de triunfo, esa tarde era especial. Había sentido el toreo desde lo más profundo de su ser y se había encontrado con ese becerro que un día en su vida se cruzó. Se cruzó cuando soñaba con el triunfo y en ese momento le ocasionaba uno de los éxitos más importantes de su vida…La ovación cuando los cabestros se llevaron a «Delfos» para dentro fue larga. Y más si cabe la ovación que recibió el torero en su salida en hombro por la plaza más coqueta de España.

 

Éxito para Luís Enrique, éxito para «Delfos» y éxito para el ganadero y en definitiva para la Fiesta de los Toros. «Delfos» fue curado y regresó a la dehesa. Ahí estaba llegando en el camión, cuando intuyó la presencia de «Venus», que ya conocía la noticia…ya se sabe que las noticias vuelan… y así fue…

 

Una mañana después de estar ya recuperado, «Delfos» se re encontró con «Venus», esta vez sin timidez, sin miedo, dejando expresar sus emociones. Con andadura elegante y gesto serio, la miró y le expresó: «Los dos siempre hemos intuido que acabaríamos estando juntos, yo siempre he sabido de ti y tu te has interesado desde el silencio por mi, así que… dejemos el miedo y embistamos juntos»

 

Y colorín colorado este cuento finalizó….»Delfos» encontró a «Venus» pero nunca se atrevió, Luís Enrique le permitió volver a cruzarse en su camino, y es que amigo lector el destino está ahí, pero nosotros somos los que embestimos…