Mientras Luís Enrique se disponía a volver a casa antes de empezar la temporada, «Delfos» mantenía una interesante conversación con su madre, la vaca «Hera». La enseñanza de los progenitores a sus hijos es una buena aliada para el aprendizaje de la vida.

 

Algunos padres piensan que se educa cuando los hijos son mayores, qué grave error. Desde que se es un niño se aprende. Aprendemos no sólo de los libros, sino de los que nos enseñan y del día a día que nos envuelve.

 

Aunque se puede decir que «Delfos» era muy travieso, todo lo que tenía de revoltoso lo tenía de oyente y de veedor. Le encantaba escuchar a su madre y saber su historia familiar. Eran sus antepasados y sentía verdadera admiración por ellos.

 

«Hera» le explicaba a su hijo como sería su futuro, sería un toro de lidia. «Delfos» le explicaba a su madre que tenía ganas de embestir como un tío suyo «Apolo» que había dado un gran triunfo a un gran torero… La madre le explicaba todo el trabajo que se realiza en el campo y de cómo estaba asustada por esos intentos de prohibir la Fiesta de los Toros, ya que esto lo percibía todo el ganado que era un gran riesgo. «Hera» exclamaba: «Hijo mío, eso sería el fin de nuestra existencia.

 Nosotros formamos parte de un ecosistema, junto a otros animales, la dehesa la habitamos todos y somos parte de la naturaleza. El toro de lidia tiene sentido gracias a la Fiesta de los Toros.

 

Hijo, aléjate de aquellos que hablen desde el desconocimiento, la ignorancia es mala, muy mala, hay mucho humano que presume de protegemos sin conocemos. La Fiesta de los Toros siempre será nuestro seguro de vida».

 

El becerro escuchaba muy atento a su madre mientras veía en la lejanía a los toros que estaban a punto de embarcarse para ser lidiados en una plaza. Aunque a él le encantaba corretear por el campo, soñaba con embestir y dar un triunfo a un torero y en una plaza importante. Sabía que eso le podía llevar a perder su vida, pero era el sentido de su existencia, ser toro de lidia.

 

 

Le gustaba más la noche que el día, ya que en la nocturnidad sus aventuras eran un gran aliciente para su día a día. Los otros becerros lo apodaban «vampirito» por esa afición- a estar con la luna. Existían rumores de que estaba enamorado de ella. Le encandilaban sus cambios de fases y era capaz de estar horas observándola. Por su puesto, la fase preferida era cuando estaba llena, ya que se convertía en cómplice de él para poder realizar todas sus travesuras.

 

Le gustaba el riesgo y le atraía lo desconocido. Si «Delfos» hubiese sido humano, se diría que era un amante de la incertidumbre y un evitador de la rutina. Era de los becerros que siempre se alejaba del resto, daba mucho trabajo a «Tobías», uno de los perros del ganadero.