No podríamos referirnos al toreo en la Argentina sin remontarnos a la época colonial.  Las corridas de toros son esencialmente patrimonio hispano, transmitido a América en la época de la conquista, especialmente en México, Colombia, Venezuela, Perú, Ecuador y en menor escala, los paises de la América Central: Guatemala, Cuba, Costa Rica y también Argentina, Bolivia, Chile, Paraguay, Brasil…

 

De este último grupo ha sido la Argentina la que, de alguna manera,  ha tenido  épocas en que pudo realizar muchos espectáculos taurinos, a pesar de la prohibición existente.

 

Medio centenar de argentinos han incursionado en el arte de Cúchares, aunque sólo dos llegaron a ser matadores de toros: Manuel Diez “Torerito de Málaga” y Raúl  Ochoa “Rovira”.  El primer diestro argentino que lidió en España fue Mariano Ceballos “El Indio”.  Su principal atracción era torear a caballo y montar toros.  Goya lo inmortalizó en sus grabados y pinturas.  Ceballos muere corneado en 1778 en la plaza de Tudela.

 

La primera Plaza de Toros habilitada en Buenos Aires, en el barrio de Monserrat con capacidad para 2.000 personas fue en 1793 y  demolida en 1799 por disposición del Virrey Avilés cuando ya se habían celebrado  110 espectáculos.  La construcción era de madera y aunque tenía barrera, carecía de burladeros.  El lugar tampoco era el apropiado, ya la zona era refugio de maleantes, vagabundos y prostitutas.  Por ello era que los vecinos preferían que las corridas se continuaran celebrando en la vieja Plaza Mayor.  Es así como en 1799 se procedió a su demolición

 

El 14 de octubre de 1801se inauguró una nueva Plaza de Toros, construida al estilo moresco-español, con gradas y palcos y capacidad para  10.000 espectadores.

 

Estuvo emplazada en la zona de Retiro, lo que hoy es Plaza San Martín.   A raíz de la muerte de un picador por un toro dejaron de celebrarse las corridas en enero de 1819.  Ya en esta última época se había proclamado la Independencia de la República Argentina, aunque recién en 1822 fueron prohibidas por Ley.

 

En los años  1928 al 30 se solían organizar espectáculos taurinos con novilleros que  llegaban a Buenos Aires, en los que no se sacrificaban a los toros, siendo una exhibición y para ello se adecuaban las instalaciones de estadios de fútbol  y lugares similares.  Mi padre era un madrileño, gran aficionado taurino y tenía un comercio en el centro de la ciudad.  En nuestra casa convergían invariablemente esos toreros.  Por eso mi padre, junto a otros españoles, era el promotor de esos espectáculos, en los que recuerdo la actuación de Bartolomé del Valle “Pajarero”, de Cádiz; Antonio Fuentes ; “El Titi”;  “Valencina”; Manuel Escudero “Barquerito” y Emeterio Arreba “Corchaito”…Así yo me crié entre trajes de luces y capotes, acudiendo a esos espectáculos y era natural que me aficionase, pretendiendo ser torero.

 

En el año 1931 mis padres regresaron a España, llevándome cuando yo tenía diez años.  En Madrid mi padre me llevaba consigo a ver las corridas y yo revolucionaba al barrio toreando en la calle, cuando algún amigo hacia de “·toro”.

 

A los trece años me fui a Salamanca y me entrenaba en el ruedo de la Plaza de Toros.  No había entonces Escuela Taurina, pero uno aprendía de lo que hacian los más experimentados. A veces concurría el hijo de don Antonio Pérez Tabernero,  Juan Mary que después fué matador de toros y éramos buenos amigos, a pesar de la diferencia de edad.

 

 Salamanca era una ciudad de estudiantes, ganaderos y toreros.  Me estoy refiriendo a los años treinta.  Yo, aunque era un niño frecuentaba esas tertulias.  Los cafés “Novelty” y “La Granja” y las aceras de la Plaza Mayor eran los lugares de reunión. Un novillero llamado Jesús Salvador había toreado en la Plaza de Salamanca cuatro corridas, saliendo en hombros en todas ellas. A mí me apreciaba mucho y cuando llegó la época de los tentaderos, Salamanca se llenaba de toreros y torerillos, ávidos de entrenarse. Como Jesús Salvador estaba muy bien conceptuado hizo que yo ¡por fin! Pudiera hacer lo que sabía ante una res y me llevo a un tentadero en la ganadería de don Antonio Pérez Tabernero, en la que estaba llena de toreros de distintas categorías.  Los principales eran los maestros Manolo y Pepe “Bienvenida” .  No sé si Jesús Salvador le habló a don Antonio o fue su propio hijo, Juan Mary Pérez Tabernero, el caso es que me llamaron para entrar al ruedo y ese día, anterior al de Reyes (5 de enero de 1935),  vestido con pantalón corto y gabán cubriéndome hasta las orejas por el intenso frío, le di media docena de pases  a la brava becerra.  Tal vez estaría ridículo con esa vestimenta pero me retiré entre aplausos . Creo que la primera vez no se olvida.

 

Tenía un amigo que era sobrino de otro ganadero de reses bravas, a quien yo le enseñaba a torear, pero no tenía estilo y tampoco físico torero.  Un mes después de mi bautizo taurino me invita al tentadero de su tio, así tanto él como yo podríamos torear.  Fue lo más importante que me pasó.  Recuerdo que estaban presente  Gabriel Alonso (de Fuentelapeña); Florentino Diaz Flores; los banderilleros  Luis  González “Faroles”y José González “Carabina”, entre muchos otros.  El ganadero Juan Antonio Fraile le dice a su sobrino que baje a torear la brava vaquillona (estábamos sentados en  la tapia los dos juntos).  No alcanzó a darle dos “mantazos” cuando lo cogió  (ya dije que era muy torpe para aprender).  No esperé nada, me arrojé y le hice un quite abanicando a la res hasta llevarla al lado opuesto.  Eso fue suficiente para que el ganadero me dijese que torease yo a la vaca. 

 

Fue inenarrable,  la pasé de pié, tan cerca que me destrozó el pantalón (pantalón corto, de niño) , lo pasé de rodillas y me rompió con el pitón la camisa, dándome un  pequeño puntazo en el pecho.  En ese momento Florentino Diaz “Flores” se tiró y “picado por lo que estaba haciendo este niño”, citó a la vaca sentado en el suelo, cosa que había hecho Victoriano de la Serna hacía poco.  Yo me “piqué”más  y tirando la muleta, me saqué de la cabeza la gorra bisera y le pequé un pase de pecho solo con la gorra.  ¡Fue el delirio!.

 

Cuento lo que antecede porque de ahí surgió lo mejor para mis aspiraciones. 

 

 Una vez en la capital salmantina fui al café Novelty, en cuyo primer piso había un salón de billares y ahí se reunían casi todos los taurinos.  Cuando estoy subiendo las escaleras, se me acerca uno de los mozos del café y me indica  que unos señores requerían mi presencia.  Me acerqué y se trataba del ganadero Miguel Zeballos y otro ganadero promotor de espectáculos taurinos.  Me dijeron que habian estado esa tarde en el tentadero y me felicitaron, al tiempo que me comprometieron para que dos dias después a la mañana temprano estuviese preparado porque me iban  a llevar a otro tentadero muy importante, pero no debía decir nada a nadie.  Cuando llegué arriba todos me felicitaban y me dijeron “chaval te vas para arriba”.  Ya se habían enterado de quienes me habían llamado.

 

Efectivamente dos días después fui a tentar reses de don Ernesto Blanco Cobaleda y solo estábamos, nada menos que Fermín Espinosa “Armillita”,  Paco Bernal y yo.

 

También me llevaron en otra oportunidad en la que solo estábamos  Pepe Gallardo, Gitanillo de Salamanca y yo.  Siempre así, tratando que no se enterasen los demás.  Estas personas me hablaban de presentarme pero existía la prohibición de no poder actuar los menores de 16 años y yo tenía aún solo 14. Mi nombre artístico era César Gómez  “Argentinito”.

 

Y…  surgió la guerra civil española y con ello las secuelas en todo sentido.  En mi caso personal me dejó separado de mi padre, que quedó en Madrid, zona  republicana y de mi madre, que había regresado a la Argentina  con motivo del fallecimiento de mi abuelo.