Hemos tenido motivos para recordar con el fallecimiento estas últimas fechas de banderilleros como Manolo Carmona y Almensilla y matadores de
Majestuoso ese vuelo sobre las montañas de Venezuela. Casi siempre estaba por medio la imaginación de Gonzalo Carvajal, buen aficionado, buen escritor y mejor lector que se consagró con el apelativo de “Niño Sabio de Camas” para Paco Camino frente al “Faraón” del mismo lugar que era, y es y que lo sea por muchos años, Curro Romero, pese a sus actuales circunstancias de esposo de la Tello, la amiga inseparable de la Duquesa de Alba. El que no admitió mote alguno fue Antonio Ordóñez Araujo. Ni el de” Niño de la Palma” de su padre, hijo del propietario de la zapatería “La Palma”, de Ronda como su tercer hijo Antonio. “Es de Ronda y se llama Cayetano”. Su hijo mayor sí llevó el famoso apelativo, otro hijo, Juan de la Palma, y los otros dos, como Antonio, Pepe y Alfonso. Juan y Alfonso dos excepcionales banderilleros. Antonio, la cumbre de la familia de toreros, de cuya muerte se han cumplido trece años el día 19 del presente mes de diciembre en su casa sevillana de
De Antonio Ordóñez tengo magníficos recuerdos y algún sinsabor muy particular.
Un día de no sé cuantos años hace, fui a Sevilla a hacerle una entrevista acompañado de un fotógrafo. Nos encontramos cerca de
Antonio Ordóñez tenía una corte selecta e incondicional. Un grupo de aficionados de más arriba del Ebro que le seguían por toda España a la manera de los seguidores de un equipo de fútbol. Furibundos, como los béticos antes de Lopera. Recuerdo un día, en Linares, en el que toreaba Ordóñez con Diego Puerta y Santiago Martín “El Viti” y en el que sucedió algo que retrata el fuerte carácter del torero. Antonio Galisteo, buen torero, lidiaba al primero de la tarde y, en un capotazo, el toro metió el pitón en la arena y se lo rompió, lo que no fue óbice para que luego el diestro le cortara una oreja. Pero, al iniciar la vuelta al ruedo, se volvió hacia Galisteo, le ordenó que se retirara al callejón y que no le acompañara en su paseo triunfal. En el cuarto toro estuvo colosal y entonces vino el gesto insólito de sus partidarios, la mayoría bilbaínos. Se levantaron a la vez y abandonaron la plaza porque, decían, “ya no querían ver nada más”. Entre los seguidores yo conocía en especial al aragonés Justo Rocafort y su esposa Amparo y al Conde de la Unión, en cuya casa de Buñuel, en Navarra, tuve el placer de charlar con un señor de la talla de Serrano Suñer. Pero Antonio Ordóñez fue un torero universal, del Norte al Sur, del Este al Oeste, Francia y América. Llegó a torear hasta en Estados Unidos, en un festejo en el que en la pantalla aparecía la voz de “olé” para que los espectadores acompañaran la labor del torero. “Papa Ernesto” había mediado en la disputa, se había puesto del lado del hijo de “El Niño de la Palma” y Luis Miguel se atrevía a decir que Hemingway no sabía escribir y menos de toros. El verano sangriento se hacía eterno. Y Antonio Ordóñez, al margen de su gran categoría, sufrió lo indecible en lo físico y en lo humano. Su apolínea silueta estaba marcada por las cicatrices y los huesos quebrados y fueron muchas las lágrimas derramadas por las anomalías familiares: su padre, su hermano Juan, su yerno Paquirri, su hija Carmina… Tuvo la gran suerte de casarse con Carmina González Lucas, la hija de don Domingo, el de Quismondo, y hermana de los tres Dominguines, un prodigio de mujer, inteligente, discreta, conciliadora, mano derecha o izquierda, siempre en el quite y en la atención a sus amigos, allá por Valcargado en Medina Sidonia o junto a los Nuevos Ministerios de la prolongación de la Castellana de Madrid, cuatro años mayor que Antonio, con el que se casó el 19 de octubre de 1953 en Villa Paz, la finca de Luis Miguel, camino de Cuenca. Murió a finales de agosto de 1984, creo que el 29, aniversario de la muerte de “Manolete”. Antonio contrajo segundas nupcias con otra gran mujer, Pilar Lezcano. En esto, al menos, Antonio Ordóñez fue un hombre de suerte. Con los nietos también, pero con sus misterios.
Primero, Francisco Rivera. Un comienzo ilusionado y luego la sigilosa huída. Con Cayetano, ni intentarlo. Un hombre nunca sencillo, del gótico flamígero al barroco florido sobre la base de un románico de piedra berroqueña, nazareno de
Alguna duda más: en un portal de la moderna comunicación que se titula Wikipedia se pone en duda el que Antonio naciera en Ronda, en la finca de El Recreo de San Cayetano, donde se esparcieron las cenizas de Orson Welles. Se apunta entre interrogantes a Majadahonda. De Rafael el Gallo decían que había nacido en Pozuelo de Alarcón y cuando le enseñaron el pueblo, alargo el brazo derecho y sentenció: “Pozuelo, que grande eres”.Otra duda