Se trata de una tesis que sostiene el apoderado Luis Álvarez, un buen conocedor de las interioridades del toreo. Viene a decir, con estas o parecidas palabras, que una de las características del actual momento de la Fiesta radica en que hoy en día los novilleros que comienzan tienen que rodarse directamente en las plazas de mayor compromiso, a diferencia de lo que ocurría en tiempos no tan lejanos, cuando ese aspirante primero se placeaba y cogía oficio por plazas de orden menor, para luego, ya taurinamente más hechos, dar la cara en los sitios de compromiso.

Si la carrera del muchacho que comienza esta ya plagada de por sí de numerosos obstáculos e incertidumbres, cuando además tales incógnitas hay que resolverlas en las “plazas que dan y quitan”, no es que el camino se haga más cuesta arriba, es que se convierten en una auténtica subida al Everest.

Sin embargo, la realidad nos dice que si no se asumen estos riesgos, las más de las veces desproporcionados para los aspirantes, el torero se queda en el paro, a la espera que en su pueblo natal monten un festejo y alcalde pida que le den cabida. La otra alternativa no es otra que pasar por el aro del 33%, una práctica que debería estar vetada, pero que sigue en vigor.

Cualquier aficionado podría poner ejemplos claros de todo esto. Sin ir más lejos, después de triunfar como becerrista en Sevilla, Puerta del Príncipe incluida, Lama de Góngora no ha tenido más camino que pasar directamente a las plazas de mayor compromiso, sin ese antiguo paso preparatorio por los pueblos. Y el año pasado, para abrirse paso en el escalafón el madrileño Gonzalo Caballero se fue a debutar con caballos a la feria de abril de Sevilla, para a continuación presentarse en Madrid.

Al primero, al que aún se le notan las carencias del poco oficio, el taurinismo le ha dado un compás de espera, porque apunta una clase especial y porque va arropado por una casa con fuerza en el apoderamiento. El segundo tuvo que resolverlo todo a base de un esfuerzo encomiable, pero excesivo para su grado de preparación. Por ese camino, abrirse paso en el toreo, con lo necesitado que estamos de nuevas gentes, no deja de ser una carrera de obstáculos, que en la mayoría de los casos abocan a la nada.

Es más que probable que estas nuevas formas que hoy caracterizan a la novillería vengan impuestas por la dichosa crisis. Como los festejos menores, y nada digamos si además no están en los abonos, resultan espectáculo escasos en número y deficitarios en lo económico, por la poca acogida que tienen entre los aficionados, cada vez se organizan menos y una gran mayoría de los que se celebran lo son porque vienen impuestos por las condiciones de los pliegos de adjudicación de las plazas. Y ante la imposibilidad de acudir a foros menos comprometidos, sólo queda dar la cara, aunque te la partan.

Pero con lo descrito el cuadro no está completo. Tengamos en cuenta, además, que con la actual forma de organizar las ferias, el torero nuevo tiene un escaso espacio de supervivencia. Si los que están en la baraja de los elegidos –protegidos por las empresas, también– siguen monótonamente copando todos los puestos tarde tras tarde, no queda espacio ni para los que, por ejemplo, han sido triunfadores en las pasadas ferias de Sevilla y Madrid. Mucho menos cabe ese chico nuevo, que acaba de tomar la alternativa.

De hecho, sobran dedos en una mano para contar los neomatadores que en los últimos cinco años han conseguido abrirse camino. En plan figura, ninguno; pero que funcionen en el circuito superior, poquísimo. Desde luego, algo pasa y no puede ser bueno cuando esos toreros que hoy están en una segunda fila, pero algunos de los cuales tienen posibles para recuperar terreno, en plena temporada española tienen que hacer el circuito de los pueblos por América. Con lo cual nos encontramos ante un panorama profundamente contradictorio: en el escalafón de la novillería no se puede casi sobrevivir, pero probar suerte pasándose al escalafón superior –como tantas veces se hace con alternativas precipitadas– aún es peor.

Y para matizar este cuadro, pongamos por delante que en este mundo se acabó la paciencia, el esperar a un torero con capacidad de futuro. En el toreo siempre mandó el más fuerte, el que más triunfos acumulaba; en cuanto, decaía en su esfuerzo, pasaba al banquillo de las suplencias, porque había ocho o diez aspirantes con razones para ocupar a su puesto. Sin embargo, ahora es que literalmente mandan al paro al que se duerme una siesta. Por ejemplo, echemos un vistazo a lo que está siendo la temporada de ”El Cid”, que es un caso paradigmático; cierto que entró en un bache del que le está costando demasiado salir, pero de ahí a aparecer en los carteles en los que hoy se tiene que anunciar va un abismo. Ya ni Pamplona, ni Málaga le han tenido en cuenta y en Bilbao se ha tenido que reenganchar a la corrida de Victorino para poder estar en sus Corridas Generales. A este paso, ya veremos donde se anuncia la próxima temporada.

No quiere esto decir que en el toreo haya que vivir de las glorias pasadas. Ni ocurrió nunca, ni va a pasar ahora. Pero nos olvidamos muy pronto que si generaciones anteriores no hubieran tenido, cuando el caso lo merecía, ese mínimo de paciencia, se habrían truncado carreras de toreros que han sido verdaderamente importantes, con rango de primeras figuras. Hoy, si no estaban directamente enlazados con las grandes empresas, los habrían mandado directamente a los pueblos, si es que allí no se anunciaban también las figuras.

La organización de los espectáculos taurinos no forman precisamente parte de las actividades de las ONGs. Ni tienen por qué hacerlo. Aquí históricamente ha regido la pura y dura ley de la oferta y la demanda. Así lo fue siempre y así lo debiera seguir siendo. Por más que habría que matizar muchas circunstancias –los efectos del oligopolio, por ejemplo–, en el toreo como en cualquier actividad, resulta de toda lógica que los contratos sean para los que se los trabajan.

Pero eso es una cosa y otra bien distinta lo que ocurre en la actualidad. Lo socorrido es justificarlo todo en nombre de la crisis, pero a estas alturas de la película esa en una razón muy manida, por no decir inservible, para explicar lo que está ocurriendo.

Por ejemplo, en base a que clase de crisis tendríamos que explicarle a un aficionado antiguo, de aquellos que en el mismo 1920 le gritaban a “Gallito”, que hoy en día un torero que, nada menos que en Madrid, ha sido la viva estampa de la incapacidad profesional ante una corrida seria, luego por un triunfo ocasional se permite el lujo de subir sus honorarios una barbaridad. Lo seguro es que habría pensando que tratábamos de engañarle, que le estábamos trasladando un cuento. No le podría entrar en la cabeza otra razón. Sin embargo, hoy ocurre con absoluta normalidad.

En una actividad que teóricamente es todo un ejemplo de profesión liberal: trabajo si me contratan, caben pocas regulaciones desde fuera. Lo malo no es eso; lo peor es que entre todos los están involucrados en este planeta de los toros comprobado está que aún cabe menos la autorregulación. Esa autorregulación que debiera llevar a todos, en un ejercicio de responsabilidad, a facilitar de forma natural los relevos generacionales, de forma que la Fiesta siempre tenga garantizado el futuro. Y dar facilidades no supone anular la competencia, ni rebajar las exigencias; por el contrario, a ambas las reaviva.