La sorprendente y singular plaza de toros de esta localidad aragonesa tiene un curioso origen. A finales del siglo XVIII los turiasonenses ambicionaban tener su propio coso, algo de gran prestigio en aquella época en que el arte del toreo vivió un gran auge. Ocho vecinos acomodados de la ciudad propusieron al consistorio un novedoso plan: construirían una plaza compuesta por ocho edificios de viviendas (que siempre han estado habitadas) en forma de octógono, a condición de que se les cediera gratuitamente el terreno necesario.

La plaza de toros del Prado, que así se llamó oficialmente, es única en el mundo por ser octogonal y estar compuesta por viviendas. Cada lado consta de planta baja y tres pisos. De ellos, los dos primeros tenían grandes palcos abiertos, como los de un teatro, y que los propietarios alquilaban en los días de corrida. De ese modo recuperaron su inversión. Además se aumentaba la afluencia de público con unas gradas de madera apoyadas en la pared de la planta baja y que llegaban hasta el límite del ruedo (hoy marcado por unos pilones de piedra). De los ocho lados, cuatro presentan túneles de acceso. El del este era usado por el público, el del sur por las cuadrillas, el del norte conducía al desolladero y el del oeste a los toriles.

La plaza estuvo en uso taurino hasta 1870, y en ella torearon grandes figuras como Francisco Arjona, el célebre Cúchares. Después dejó de albergar festejos y hoy es una acogedora plaza urbana peatonal. Está encajonada entre estrechas calles y el mejor lugar para tener una perspectiva total de ella es el mirador ubicado junto al palacio episcopal, en el barrio del Cinto.

La plaza, que sirvió como coso taurino, es octogonal y en la actualidad la conforman 32 viviendas dispuestas alrededor de ella.

Al fondo se divisa la torre mudéjar de una de las iglesias más ilustres de la localidad aragonesa, tanto que fue catedral.