Feria de San Fermín de 1947. Cuatro grandes corridas de toros. Manolete torea la tarde del 10 de julio. En el cartel: Gitanillo de Triana, verde y oro; Manolete, de blanco y oro y Julián Marín de cobalto y oro. Toros de don Antonio Urquijo  con trapío suficiente como de costumbre en Pamplona. El triunfo del cordobés es aplastante: cuatro orejas y dos rabos.

 

Como es tradicional por la mañana se corrió el encierro de los toros que se iban a lidiar por la tarde. El toro número 21 de nombre “Semillero” mata a tres mozos. Este toro le corresponde a Manolete en el sorteo y corrió el rumor de que Julián Marín pidió estoquearlo para vengar la muerte de sus paisanos, por lo que el diestro de Córdoba mató a “Sanluqueño”, número 30 y a “Jaminito”, número 63.

 

Destacó una media a su primer toro con verticalidad absoluta, el mentón hundido, la mano derecha muy baja y la izquierda más alta trayéndose el capote a la cintura como remate. Media de cartel de toros, parando los tiempos de su ejecución, como a “cámara lenta”.

 

En la faena de muleta derechazos con el compás ligeramente abierto y llevando muy toreado al toro. Naturales bajando mucho la mano.  La muleta planchada. Toreo de cante grande.

 

 Veamos cómo vio la crítica, Antonio Bellón, en “Pueblo”, la actuación de Manolete:

 

“La verticalidad de Manolete se quiebra al girar la cintura en naturales y de pecho. Cada pase es una explosión de entusiasmo. Centrado, majestuoso, facilísimo, el cordobés manda, dueño y señor de la res, en series de naturales y redondos, trabados con pases al costado para dejar al toro a centímetros del muslo y pasarlo sin esfuerzo, sin una enmienda…”

 

Don Severo -Decano de los revisteros franceses- escribió al ver, por primera vez, a Manolete:

 

“¡¡¡Manolete!!!

 

… los pamplonicas y el innumerable gentío acudido de toda España y hasta de Portugal y Francia (especialmente para la 4ª corrida) “esperaron” a Manolete, para el cual los precios habían sido considerablemente aumentados, barreras a 300 pesetas; tendidos de sol a 33… Todo inmediatamente arrebatado de las taquillas al abrirse éstas y “revendido” a precios inauditos: tendidos de sol a 180 y barreras hasta 1600.

 

La plaza rebosaba de público y la corrida se desarrolló con una temperatura de maravilla, sin una nube en el cielo y en el ambiente cuya evocación va a intentar nuestro íntimo amigo “don Sincero” testigo de esta corrida, tan íntimo amigo nuestro que pedimos a nuestros lectores se sirvan considerarle aquí como a nosotros mismos y aceptar su opinión como aceptaría la nuestra propia (Don Sincero no existe, es él mismo, que no firma como de costumbre por haber una decena o más de revisteros franceses sin permiso  de las autoridades francesas para pasar la frontera).

 

El abajo firmante, sano de cuerpo y de espíritu, por lo menos así lo cree en lo que a esto último se refiere, a pesar del “shock moral sufrido el 10 de julio desde las seis y diez de la tarde, certifica, bajo juramento, haber tenido en las fechas y hora antes citadas, la revelación de lo que jura poder certificar de GENIO DEL TOREO, tras más de medio siglo de afición, muy “militante”, y más de dos mil seiscientas corridas o novilladas presenciadas por él, a uno u otro lado del Pirineo, con todos los gigantes de la lidia, aplaudidos durante once lustros en maravillosas e inolvidables actuaciones. El responsable de este shock moral y de esta revelación así como del completo estado, de asombro primero y luego, de locura general que en este 10 de julio, embargó a la muchedumbre que llenaba la plaza de Pamplona desde el principio mismo de la lidia del segundo soberbio ejemplar de don Antonio Urquijo (Murube) fue el diestro Manuel Rodríguez Sánchez, Manolete; el autor de estas líneas está ya casi a punto hora de poner en duda la realidad del prodigio o de sus gestas y hazañas llevadas a cabo, sin embargo, en plena luz, con la lentitud más inconcebible, la soltura más asombrosa y la más milagrosa sencillez.

 

Digámoslo enseguida: Como hemos visto torear a Manolete, y en el curso de toda su labor y en sus dos toros, JAMÁS HABÍAMOS VISTO TOREAR A NADIE ni pensábamos que FUERA POSIBLE HACERLO DURANTE MÁS DE BREVÍSIMOS INSTANTES ESPORÁDICOS.

 

Y, más aún, cuando vimos al cordobés realizar su primer archicolosal faenón de muleta, iniciado con cinco altos impresionantes de inmovilidad y basado, seguidamente, en fabulosos e ideales series de sobrehumanos pases naturales con la izquierda, maravillosamente ligados, prodigio de temple, de ritmo, sin un movimiento forzado, sin la menor impresión de riesgo y sin embargo –al igual que sus derechazos- de una quietud sin precedentes, y las puntas de las astas pespunteando con líneas oscuras el raso del magnífico terno blanco y oro del diestro, cuando aún todavía tiraba cinco incomprensibles manoletinas, de ejecución inverosímil y de garbo único vimos a Manolete entrar, derecho, despacísimo, a fondo, magistralmente, para clavar un formidable volapié, hasta la mano y en lo más alto del morrillo, entonces pensamos haber tenido la suerte  de asistir a la plasmación de una proeza extraordinaria y excepcional del famoso diestro y nos dimos por totalmente satisfechos y dispuestos a aceptar; sin murmurar; una labor facilona y sin gran esfuerzo por parte del artista en su segundo adversario ya que lo propio del MILAGRO, es, evidentemente el no poder repetirlo cada cuarto de hora…

 

Manolete es superior a todos los toreros que hasta hoy pudimos admirar. Ortega impuso, quizás una maestría, más ruda, a los toros mansos; Chicuelo fue más “saleroso”, Joselito más enciclopédico; Belmonte más trágico. Pero Manolete torea clásicamente, IDEALMENTE, sin la menor búsqueda de efectismos, sin ninguna “concesión” y con la máxima sinceridad, como ningún otro torero ha conseguido aún torear”.

 

Don Severo quedó impresionado por el toreo de Manolete ante toros con trapío. Estaba seguro de haber visto algo grande, diferente y que se hablaría del diestro de Córdoba como timón de una época del toreo.

 

Este impresionante triunfo se producía cuando le quedaba poco tiempo de vida y la feria de Linares, en agosto, le esperaba.

 

Se ha escrito que Manolete estaba cansado, que ya no tenía la ilusión de antaño, que no debía de haber ido a Linares etc. Pero cortar cuatro orejas y dos rabos en Pamplona no era fácil antes ni ahora. Un torero cansado y sin ilusión no torea como nos han reseñado causando una gran impresión entre quienes lo vieron. Motivos para no ir a Linares, según vemos, no existían y por eso fue.  Su apoderado, Don José Flores, nos lo dice cuando Tico Medina le  preguntó después de la muerte del torero:

 

Don José, ¿notó usted algo raro a la hora de vestirse el torero?

No, nada.

 

¿No había ningún presentimiento?

 

No, que yo notara nada. Estaba tan tranquilo como siempre.

 

Por muy temprano que uno se levante, el destino lo hace antes.