Rafael Gil era uno de los directores más prolíficos en relación con el cine taurino.  Tras haber filmado el documental La corrida de la victoria (1939), que fue la primera producción de género taurino después de la Guerra Civil, Gil volvió a tocar el tema en España con El Litri y Su Sombra (1959)  [película de la cual hablamos en el número anterior], seguida por Chantaje a un torero, con Manuel Benítez El Cordobés (1963), Currito de la Cruz (1965), con Manuel Cano El Pireo, Sangre en el ruedo (1968), con el torero Ángel Teruel y los actores Alberto Closas, Paco Rabal y Cristina Galbó, y finalmente cerró su cinematografía taurina con El Relicario (1970), con Miguel Mateo Miguelín, Arturo Fernández, Carmen Sevilla, y Manolo Gómez Bur. 

 

Cinco películas de toros en las cuales Rafael Gil confió el papel principal, el papel protagonista, a un torero, que era figura en cada momento.  El éxito de estas películas residía tal vez no solamente en la gran habilidad del director que supo guiar los pasos de sus “figuras” respectivas en el celuloide, pero también rodearles de un elenco de actores de primera orden y de extensas tablas, como eran Francisco Rabal, Alberto Closas, Arturo Fernández, Manuel Aleixandre, Ismael Merlo, Pepe Isbert, Rafael Bardem, Manuel Morán… formando unas excelentes y brillantes cuadrillas cinematográficas

 

Se podría decir que las películas de Gil marcaría la pauta para revelar el cine como un excelente vehículo para la promoción o lanzamiento de un torero.  Hay una larga lista de toreros que han aparecido en la gran pantalla y debemos reconocer que por regla general eran muy buenos actores, debido al hecho de que estaban acostumbrados a actuar en directo ante un público bastante difícil y implacable.  Por otra parte, les debía parece bastante más fácil fingir ante una cámara cinematográfica que intentar dominar a un toro bravo ante el público tan exigente de una plaza de toros.

 

Hoy en día los derechos de imagen representan un asunto polémico, pero anteriormente toreros y mentores consideraban al cine y a la televisión como excelentes vías para dar a conocer a los toreros y aumentar su popularidad, de la misma manera que se empleaba el cine para popularizar a infinidad de artistas, cantantes o deportistas.