A las tres y media de la tarde, cuando el ruedo se encontraba atestado de público  deseoso de participar en el festejo, los ganaderos, símbolo del bienestar económico de la época, desde sus palcos arrojaban billetes a la arena para estimular el espectáculo de los mozuelos huyendo de los puntiagudos cuernos.

 

Cuando llegaba la hora de comenzar el espectáculo de fondo, miembros del ejército luchaban por retirar de la arena a los curiosos, a fin de que un grupo de jóvenes disfrazados con frac, calzón corto de percal, medias blancas y gorro frigio, mostraran sus habilidades frente a la selecta concurrencia femenina. Siendo imposible la desocupación total del ruedo, las faenas de los «diestros» eran interrumpidas por los capotazos de los espontáneos armados de una ruana. Más de una vez un novel banderillero clavó el primer par en su propia pierna.

 

La francachela terminaba en la noche con juegos pirotécnicos y el cruel espectáculo del «toro encandelillado». A un ejemplar bien armado le envolvían en sus astas trapos empapados en grasa y luego las encendían. En un principio, el fulgor despertaba su bravura, pero en la medida que el fuego penetraba, el torturado bovino corría detrás de los alicorados espectadores, más en actitud de pedir clemencia que de tratar de embestirlos.

 

En 1890 llegó a Bogotá la primera compañía de toreros españoles compuesta por el torero Ramón González (clown), los banderilleros Rafael Parra (Cara de Piedra) y Vicente González (Chamuparro) y los capeadores Julián González (Regaterín) y Julio Ramírez (Fortuna). Sólo entonces supieron los bogotanos cómo eran las verdaderas corridas de toros, en las cuales la primera norma era que el público tenía que limitarse a disfrutar el espectáculo desde las tribunas.

 

Las estrictas normas de la fiesta brava cautivaron no sólo a los espectadores, sino principalmente a los mozos que antes jugaban a escaparse de las cornadas. Desde entonces buscaron la manera de procurarse un traje y un capote adecuados y comenzaron a practicar elegantes faenas aprendidas de sus maestros españoles. En el siglo siguiente la historia de los toros en Colombia progresó hasta producir nombres como Pepe Cáceres, El Puno y César Rincón y sus gloriosas salidas por la Puerta Grande.