«VEÍA MUCHO A MANOLETE POR EL BARRIO, PERO EL DÍA QUE ME ACARICIÓ Y ME HABLÓ ME VOLVÍ LOCO»

Crónica de Ladislao Rodríguez Galán

A finales de año cumplirá 90 años. Su infancia transcurrió en la postguerra, una transición muy dura para la gente llana del pueblo. Hablamos con Rafael Flores Garceran «El Pesca»  un entusiasta aficionado a los toros que quiso ser torero con los únicos medios que tenía: la ilusión y el valor. Nació en, 1930, en el barrio de Santa Marina, justamente en la calle Morales nº 7. Hoy está postrado en un sillón pero disfruta viendo todos los espectáculos taurinos que emiten por la tele acompañado de su hija Chari, única de sus cuatro hijos que comparte con su padre esta pasión por la Fiesta.

– Rafael viviendo en Santa Marina, donde vivía «Manolete», le habría visto mucha veces?.

 – Muchísimas. Los niños del barrio íbamos a La Lagunilla a la puerta de su casa a verlo salir vestido de torero. Siempre nos saludaba con la mano. Un día me lo tropecé en la calle Mayor de Santa Marina y me cogió del hombro y me dijo» Como estás chiquillo?» Ese día me iba a volver loco. Fui corriendo a mi casa a contarle a mi madre que «Manolete» me había tocado. Todos estábamos muy contentos de que estuviera triunfando. Cuando se fue del barrio, al chalet que le compró a su madre, el barrio quedó triste. Cuando el murió yo tenía 17 años y a todos nos dio mucha pena. Estuvimos un grupo de amigos en su entierro. Había mucha gente porque todo el mundo lo quería. Era un señor.

– Y por él quiso Vd. ser torero?.

– Como es natural todos queríamos imitarle. Pero todo el mundo no está llamado a ser lo que son los demás. A mí me entró la afición muy chico. Mi tío Francisco Garceron era un humilde novillero que me llevaba de la mano a los toros y a las capeas. Yo veía a los toreros y pensaba que yo también sería capaz de hacerlo. Y esa idea no se me iba de la cabeza.

Mire, yo me quedé huérfano en la guerra y, siendo aún un niño, para ayudar en casa vendía pescado por la calle en una carretilla. Me iba al centro de Córdoba que es donde estaba la gente con dinero y les ofrecía boquerones, bacaladillas y calamares y ganaba lo justo  para comer. Pero yo seguía con el toro en la cabeza. Y por vender pescado me apodaron «El Pesca» y así me anunciaban en los carteles.

– ¿Y cómo se las apañó en una época tan dura para poder torear?.

– Nosotros teníamos familia en Guadalcázar y el 16 de Agosto de 1946 (cuando todavía no había cumplido los 16 años) me dijeron si quería torear en el pueblo. Montaron una capea y debuté cortando una oreja. Al día siguiente me repitieron y volví a cortar otra oreja. No crea que eran novillos. Eran vacas viejas que sabían latín, porque todavía no estaba la ley que prohibía matar a las hembras en las plazas. Esas dos orejas me envenenaron hasta el punto que me iba a las capeas en cuanto me enteraba y podía.

En Córdoba, en «Los Tejares», toreé tres veces. La primera fue el 10 de agosto de 1947 y corté una oreja, la segunda cinco días después y di la vuelta al ruedo y la tercera al año siguiente, 1948, cosechando silencio a mi labor.

Le ayudaba alguien?

– Que va, yo toreaba por mis relaciones y amistades. Yo frecuentaba muchas tertulias y reuniones taurinas y había hecho contactos. Toreando no se ganaba dinero pero yo disfrutaba. Los vestíos los alquilaba y los devolvía tres o cuatro días más tarde para tenerlos en casa y verlos.

– En total cuantos años estuvo toreando?.

– De 1946 hasta 1952. Era muy complicado torear. Había que tener padrino y yo solo tenía ilusión y valor. El toro no me asustaba. En total toreé 14 tardes y corté doce orejas. En el Viso, Villafranca y Pozoblanco corté las dos a la vaca que me tocó en suerte.

Rafael y percances ¿Tiene alguno?.

– Dos, uno fue en Aldea del Fresno (Madrid), la vaca me cogió por el tobillo y me sacó el cuerno casi por la rodilla (me enseña la cicatriz) y el otro fue en La Campana (Sevilla) con un puntazo y conmoción cerebral.

Porqué deja de torear?.

– Yo me di cuenta que este no era mi camino. Que no iba a vivir del toreo, y me fui. También influyó lo que me pasó con una rejoneadora. Como yo me defendía bien con el capote y con la muleta, me coloque con ella como subalterno. Estábamos en un pueblo de la Mancha y la chica no podía con el toro. Lo echaron a los corrales y al no haber mansos lo llevé toreándolo y a punta de capote hasta la puerta de toriles.. Lo hice con tanta torería y arte que el público me jaleaba y me piden que no lo entre, que lo toree. El presidente me autoriza y le formo un taco con la muleta y como lo mato de un estoconazo sin puntilla el publico me dedica una gran ovación que me obliga a saludar. Entonces el apoderado de la rejoneadora se viene hacia mí y me dice que estoy despedido. Me da cien pts. para comer, pagar la fonda y volverme a Córdoba. Y aquí se acabó mi historia.

Rafael me quedo asombrado con las historias curiosas que hay en el mundo del toro. Dígame ¿Cuál fue su torero?.

–  Mire, aunque me fui nunca dejé el toro. Me hice mozo de espadas para estar cerca y fui ayuda de mozo de espadas de Manuel Cano «El Pireo», el torero más elegante que he visto. También me gustaba «El Cordobés», pero en otro estilo, al que conocí en 1967 en un tentadero. Me dejó la muleta y di algunos pases. Tenía yo 37 años.

Rafael guarda pocas fotografías de su época «Son pocas fotos porque en aquella época no había dinero para comprarlas, me dice». Pero lo que guarda con enorme cariño es su capote, su muleta y la castañeta.

La vida le golpeó duro pero Rafael le ganó el pulso. Trabajó en mil oficios. Sacó su familia adelante y hoy, a su edad, sigue disfrutando desde la comodidad de su sillón, de su pasión favorita: los toros.