Los que conocíamos a José Cubero Yiyo personalmente y seguimos de cerca su trayectoria desde que fuera un crío asistiendo a la Escuela de Tauromaquia de Madrid hasta su ascenso a figura del toreo precoz, no podemos olvidar la trágica fecha del 30 de agosto de 1985 cuando su brillante y prometedora carrera fue truncada por la mortal cornada que recibió de Burlero, el sexto de la tarde de la ganadería de Marcos Núñez.  Me alegro que no estuviera en la plaza aquel día pero aún así hay imágenes y recuerdos que nos resultan a todos imborrables.

Para mí primer libro, La mujer en el mundo del toro, publiqué una sentida entrevista con la madre de Yiyo, Marta Sánchez de Cubero, que recordé en el homenaje rendido a la memoria de Yiyo en el 25 aniversario de su muerte, organizado en Las Ventas, por el entonces director del Centro de Asuntos Taurinos, Carlos Abella. Ese día, después de proyectar un video con algunas de las mejores faenas del diestro, el redactor jefe de la revista 6 toros 6, también torero, José Luis Ramón y el matador y ganadero José Miguel Arroyo Joselito, ambos compañeros e íntimos amigos de Yiyo en la Escuela de Madrid, contaron anécdotas sobre su añorado amigo.  Fue el vicepresidente de la CAM, Ignacio González, quien se encargó de cerrar el acto.

En primera fila estaban el padre de Yiyo, Juan Cubero, con sus dos hijos, Juan y Miguel.  Marta, era la gran ausente en este homenaje pero se entiende.  Su marido me dijo que ella no podía asistir a estos actos y además a ellos, los hombres de la casa, y todos toreros, también les costaba muchísimo.

Nacido en Bordeaux Francia el 16 de abril de 1964, pero criado en el barrio madrileño de Canillejas, Yiyo, tras su brillante paso por la Escuela de Madrid,  hizo su debut con picadores en San Sebastián de los Reyes en marzo de 1980 y terminó encabezando el escalafón novilleril ese año y consiguiendo además el valioso Zapato de Oro, de Arnedo.  Tras tomar la alternativa el 30 de junio de 1981 en Burgos con Ángel Teruel y José María Manzanares, ambos seniors, lo confirmó el año siguiente el 27 de mayo de 1982 en plena feria de San Isidro con José María Manzanares de padrino y Emilio Muñoz de testigo. Consiguió salir dos veces por la Puerta Grande de las Ventas el año siguiente, el 1 y el 9 de junio, pero luego llegaría el día 30 de agosto de 1985 en Colmenar Viejo cuando fue avisado de urgencia para sustituir a Curro Romero, compartiendo cartel con Antonio Chenel Antoñete y José Luis Palomar. Tenía sólo 21 años.

Marta me contó lo siguiente en aquella entrevista: “Yo sé que mi hijo iba contento ese día a torear en Colmenar.  Iba a sustituir a Curro Romero y, como siempre, me preguntó: Mama, ¿qué quieres que te traigo? Y yo siempre contestaba lo mismo: Las orejas.”  Y seguía ella diciendo: “Lo que me duele más aún es que Dios no le ha dejado más tiempo en la tierra para que pudiera haberse consagrado totalmente como figura del torero.  Mi único consuelo es que sé que él habría preferido morir en la plaza en vez de en la M-30, como le ocurrió a un amigo suyo.

No creo en carteles “malditos” como Pozoblanco, sino en el destino de cada uno, aunque el 26 de septiembre de 1984, fue rodeado de tragedias, después de que “Avispado” de la ganadería de Sayalero y Bandrés infirió la cornada mortal a Francisco Rivera Paquirri, que compartía cartel ese día con Vicente Ruiz El Soro  y José Cubero Yiyo. El periodista Ángel Parra Guzmán hizo una curiosa observación en su crónica de la tarde de la muerte de Yiyo:  “El destino le había deparado [a Yiyo] a ser el único torero de la historia que había dado muerte a dos toros homicidas: Avispado que mató a Paquirri en Pozoblanco y Burlero que terminó con la vida del más joven de los toreros.”

Hoy en día le recordamos a Yiyo con el bello monumento erigido delante de Las Ventas, obra de Luis Sanguino, y otro en el cementerio de la Almudena donde recibieron sepultura sus restos mortales. Como reza un letrero en la Escuela de Madrid, donde fue uno de sus más queridos y destacados alumnos: “Ser torero es difícil; llegar a ser figura del torero es un milagro.” Y se añade debajo:  “El toro te puede quitar la vida, pero jamás la Gloria.” Burlero le quitó la vida a José Cubero Yiyo pero su nombre estará siempre escrito con letras de oro en la historia del toreo.