No vayan a creer ustedes que las declaraciones vertidas son camelos oportunistas, ni que el hombre está poniendo más pretextos que una hija soltera embarazada. No, para nada. La cosa es seria y las complicaciones están a la vista. Perdón por el desatino, frase desafortunada. Lo reconozco, no tengo la más mínima delicadeza, mira que escribir “a la vista” cuando ese es precisamente el problema. Tras la traca en la plaza de Las Ventas, Octavio García El Payo ha afirmado: “No lo he visto claro”. Ah, bueno.

 

La gesta acometida nos obliga a recibirlo con dianas, flores y mariachi. No cualquiera se pone frente a esos torazos a lo Steve Wonder. Tras esa apariencia frívola, esas noviecitas del ambiente, el desinhibido gesto de bajarse los pantalones al aire en el finísimo programa de Yolanda Andrade y Montserrat Olivier, el arremeter a los cates a lo Manny Pacquiao en contra de José Mauricio, anunciar agua de colonia corriente y esas lánguidas poses de agotada figura del toreo, tras todo eso, había algo más profundo y dramático: el síndrome de las cataratas madridistas.

 

Por su parte, el mal ha aquejado también a Eulalio López Zotoluco. Miren ustedes el nefasto diagnóstico: celulitis en la niña de los ojos, por lo que el matador ha tenido que armarse de paciencia hasta ocasión más benigna y se ha hecho de la vista gorda, dejando inédito a un bravo toro con el que pudo haber cambiado el discurso de la tarde y de su vida. Una actuación discreta con el capote, infame con la muleta y fatal con el estoque han hecho que el diestro de la mirada obesa, una vez más, se marchara de la plaza más importante del mundo con las orejas gachas y no en la mano, a pesar de que las plumas comprometidas con el espada de Azcapotzalco hayan publicado frases como “desastre ganadero”, o “la mansada de Bañuelos”.

 

El que sí tenía los ojos bien abiertos y, sobre todo, los cojones en su sitio fue el picador Ignacio Meléndez que ha pegado un puyazo inolvidable, en todo lo alto y sin deshacer la reunión. Toreando pasmosamente a caballo, citó con bizarría en las tres reuniones de rigor y eso que, en la primera, el barbas le ha pegado un tumbo de espérame tantito. Pero, la magnificencia de su actuación lleva a la pregunta obligada ¿por qué los picadores nacionales no torean así en México?.

 

Algo tendrá Madrid que a lo largo de la historia ha afectado de la vista a algunos toreros mexicanos. En su tiempo, Silverio Pérez con contrato firmado se negó a actuar en Las Ventas, asegurando que veía doble. Incluso, en Lisboa –ciudad donde se encontraba- consiguió el certificado de un médico amigo. La empresa de Madrid no le creyó y fueron a por él. El viaje duró más de doce horas en las que El Compadre no dejó de repetir que no podía torear, que cómo le iba a hacer viendo dos toros. Después, ya en su casa habló de igualdades, de ventajas y de que él era figura en México y que otros buscaran la aceptación española. 

 

Sin embargo, la cortedad de visión afecta más a sus administraciones que a los propios toreros. ¿Para qué sumirlos en el corazón de las tinieblas y evidenciarlos en el escaparate taurino más importante del mundo?. Por lo demás, ya se sabe, no todos son devotos de Santa Lucía, Santa Clara y Santa Odilia. Ahora, vienen los de mirada de águila: Juan Pablo, Silveti, Saldívar y Sergio Flores. Los otros, adalides permanentes de lo facilote, que regresen a sus pequeñas aureolas. Aquí, los esperan sus toritos, sus feriecitas, su publiquito y sus enormes triunfos con hermosas fotos mostrando las orejas, sonrisas extendidas, claveles reventones y, por supuesto, los grandes titulares “tarde redonda” o “triunfo apoteósico” en plazas de cuarta desde luego. Estos son sus alcances, además, es innegable, los aires de la región más transparente –gloria a Carlos Fuentes-  les desempañan la mirada y les sanan de las cataratas.

 

 

 

 

 

José Antonio Luna Alarcón

Profesor Cultura y Arte Taurino

UPAEP

Puebla, México