Informa desde México. José Antonio Luna Alarcón. Profesor Cultura y Arte Taurino. UPAEP

Se llama Emily Silva, es escritora, vive en California, su último libro publicado se titula Moonligth gratitude y esa fue la primera vez que iba a los toros. Para asistir a su primera corrida había leído Death in the afternoon (Muerte en la tarde), lo dijo con la mirada expectante y fija en el albero de la Real Maestranza de Caballería, es decir que al mundo del toreo estaba entrando por una puerta que te deja adentro para siempre: con la memoria repleta de los renglones de Muerte en la tarde y el recuerdo de que a la primera corrida que asistía, quedaba en la plaza de Sevilla. -I love Hemingway, agregó, a lo que contesté entusiasmado que yo también. En espera del paseíllo, por el cauce de la literatura siguió la conversación y rendimos los honores a The old man and the sea (El viejo y el mar), y teminamos, por supuesto, con The sun also rises (Fiesta) y The dangerous summer (El verano sangriento). Hicimos la referencia a que el venerado Hemingway entendió la filosofía del toreo y amó la tauromaquia como ningún otro sajón.

El verano sangriento fue un reportaje que la revista Life encargó al escritor nacido en Oak Park, Ilinois. Por su afición escribió tanto, que en la revista lo recortaron y publicaron sólo una parte junto con unas fotografías que Hemingway siempre les reprochó, alegando que con fotos como esas, los periodistas deshonestos extorsionan a los toreros. Fue hasta1985 que se publicó el libro con el texto completo.

El reportaje narra la temporada española de 1959, en la que Luis Miguel Dominguín y Antonio Ordoñez se disputaron el cetro del toreo, pero aquel verano, en realidad, no fue sangriento. Algunos aficionados imaginativos cuentan que Hemingway les pidió que se dejaran enganchar por un bóvido furibundo para justificar lo sangriento.  Sesenta años después, llegó, no el verano, pero sí la primavera sangrienta, fue en la feria de San Isidro. Doce cornadas en treinta cuatro corridas es un número muy alto. Una de ellas, la de Román Collado, de mucha gravedad, en otro tiempo no muy lejano, le hubiera costado la vida. La de Escribano también fue muy seria, otras seis graves y cinco menos complicadas, pero que sí encarnaron hondo.

¿Por qué esta primavera fue tan sangrienta? Porque los toros fueron cinqueños y a esa edad, los moritos han conseguido gran destreza en el manejo de sus armas. Además, las encornaduras fueron de las que sirven para adornar cantinas, o sea, con mucha leña y astifinas.

Ernest Hemingway dice en Muerte en la tarde, su espléndido tratado de tauromaquia, que: “Puede ocurrir que un toro de tres años sepa valerse de sus cuernos, pero el caso es excepcional. A esa edad un toro no cuenta con la suficiente experiencia. Los toros de más de cinco años saben servirse bien de su cornamenta y tienen tal experiencia y habilidad, que en el afán de triunfar y defenderse al mismo tiempo impide al torero hacer nada brillante. Esos toros proporcionan una lidia interesante, pero es necesario un conocimiento muy profundo de la lidia para apreciar el trabajo del espada.”

Un aspecto que yo añadiría, es que son tantos los afanes de triunfo y la valentía de algunos toreros que salen a jugársela bajo la consigna de “las orejas en la mano o los pies por delante”, que se van al hule de la camilla. Un triunfo en Madrid significa la firma de muchos contratos. Allá, una puerta grande todavía puede traer consigo las llaves del cortijo, el Mercedes Benz y la cuenta gorda, además de muchos párrafos en la Historia del Toreo. Vale la pena regar con la propia sangre la arena venteña.

La novillada andaluza se acabó, se fueron los toreros, nos quedaba Hemingway. Emily, Nathaniel, Marcela y yo nos despedimos. Habíamos cruzado un océano para coincidir aquella vez en Sevilla. Las banderas inertes eran testimonio de la serenidad de la noche tibia; dejamos la plaza vacía, un cuerno de plata lo iluminaba, nos marchamos, la vida era una fiesta, en el corazón guardamos nuestra gratitud a la luz de la luna.