Así, con una solemnidad religiosa toreaba en Aguascalientes. El arrebato colectivo estaba dando principio. Su muleta embrujaba a un toro cárdeno que ya le había hecho dos extraños. El tercero fue el vencido. Un solo derrote certero, apuntado, implacable y José Tomás es zarandeado en un baile lóbrego. Es el muletazo negro concluido en el oscuro y estremecedor misterio de la cornada. ¿Un cambiado que iba a terminar en el pase del desprecio?, ya no lo supimos. Llega la cornada y se instituye en demonio, caos y desconcierto, la circunferencia roja de las tablas enmarca la tragedia. Desde el callejón, toda la torería mira horrorizada y sorprendida, no en balde merced a su experiencia conocen y presienten la magnitud de la desgracia. En segundos dilucidan que el hombre enganchado en el pitón está girando en el lindero mismo de la muerte. Luego, viene lo de la lección de entereza. Aunque la vida se le escapaba a borbotones por la herida en el muslo, el adusto genio castellano, con la gravedad y la bravura de su casta, permanece sereno derrumbado en la arena.

Con extrema urgencia, a José Tomás lo llevan en volandas y en el callejón, literal, queda un rastro carmesí, por los altoparlantes se solicitan voluntarios del tipo “A” negativo. La plaza se ha convertido en una gran enfermería, la cornada en un chorro sobrecogedor, la sangre coagulada en serpientes negras arrastrándose sobre la arena y el estupor termina en dolorosa consecuencia irrevocable. Han de pasar unas horas antes del parte médico: Lesión por asta de toro en el tercio medio del muslo izquierdo, de dos trayectorias, rompe arteria y vena femoral por las que poco faltó para se que vaciara, pero por las que no escapa la virtud mágica, ni el valor hierático de este enorme ser. Estado muy grave, pero su espíritu inmenso lo favorece en recuperación. Herida de las que tardan en cerrar toda la vida.  

Tarde aciaga, dolorosa, interminable. Después del cambio de mano, el ángel de la guarda se ha distraído un par de segundos y las musas quedaron a merced de un perverso violador. El toro se desvió de su órbita y ha intersecado la del torero. Un pase se trastocó y el sombrío pájaro de la tragedia voló en círculos sobre la arena.  Cuesta mucho aceptar al héroe desmadejado y roto, tendido sobre el ruedo, pero los dioses también caen. José Tomás es un sabio griego del toreo que busca en los pitones la cicuta de Sócrates. Al derramar su arte sin detenerse a pensar en la cornada se está dejando el corazón de mármol. Siempre ha soñado con el Monstruo de Córdoba, es su estandarte. El andar severo, la cara seria, los mismos colores del vestido en tardes de referencia, el natural enhiesto, la manoletina como firma de la obra. Pero morir como Manolete, José Tomás, has estado a un pelo de lograrlo.