“Te va a encantar…”, advertía el espacio que señala el asunto en el correo electrónico. Me manda un amigo la liga a Internet de un video precioso y de valor incalculable si se tiene entrañas y sentimiento. O sea, lo que quiero decir, es que no será gran cosa para aquellos que con la sensibilidad de un rinoceronte,  alguna vez han declarado que la cultura y el arte no dejan dinero, o para esos otros, que son capaces de suprimir de dos mantazos y media estocada toda una Secretaría de Cultura. Entonces, la cosa no pasará de ser una pérdida de tiempo.

 

El video muestra una tarde luminosa en alguna plaza de toros olvidada por el mundo, creo que en alguna parte estaba escrito Zafra. En los medios, Miguel Ángel Perera, Prepósito General de la Orden Pererana, vestido de celeste y oro cita a un toro colorado. Hasta ahí, uno pensaría que el tema va a ser el desarrollo de una faena extraordinaria. Y así es, pero con un complemento. El que firma este artículo ya se disponía a disfrutar del quehacer enorme del diestro extremeño, cuando empezó la parte que eleva el video a lo sublime. Un hombre puesto en pie, desde el tendido, se arranca por fandangos y acompaña la obra lidiadora con una voz potente y muy bella, desgranando la letra y el cante en ponderaciones al torero. Es Miguel de Tena, al que flamenco cabal se le escapa por la boca como un arroyo que, entre las peñas y bajo la fronda, corre monte abajo. Mientras tanto, el maestro pasa las cuentas a un rosario de derechazos y remata con glorias de pases de pecho. En las pausas se mezclan los olés, a veces, para el coleta, a veces, para el cantaor. Un beso en los labios de los que da la vida cuando está de buenas, para los que tuvieron la fortuna inmensa de coincidir aquella tarde con los dos artistas y con un buen toro de Garcigrande.

 

Es que el arte es intertextual y una disciplina lleva a otra. Inevitable recordar la ocasión en la Plaza México, cuando Enrique Ponce brindó a la cantaora Estrella Morente y ella, compensatoria, pagó con moneda igual de conmovedora, acompañando la faena del matador con su cante. Esta intertextualidad es la que lleva a una novela a convertirse en una película.

 

Al caso, el relato de Vicente Blasco Ibáñez, Sangre y arena, que sirvió para el guión de un film del mismo nombre que ha sido realizado en tres ocasiones. La primera por Rodolfo Valentino y Nita Naldi, en aquellos tiempos lejanos de la segunda década del siglo veinte, cuando las historias de amor, mudas y en blanco y negro, se resolvían con suspiros y parpadeos ostensibles por parte de los protagonistas. Luego, en 1941, para la misma historia, Tyrone Power interpretando a Juan Gallardo, personaje de la novela en cuestión, en un patio de Sevilla embistió al capote que le presentaba su amante, Rita Hayworth, en tanto, Linda Darnell, en el papel de la esposa resignada, desde la sala contempla la escena. Por su parte, Sharon Stone, también se animó, tocada con peineta y mantilla, a abordar el mismo tema. Por las traiciones de esa amante novelesca y frívola que representó la rubia actriz, le pegaron un cate más al coscolino de Juan Gallardo.

 

Lo intertextual del arte es lo que, a su vez, ha llevado a que en estos tiempos convulsionados en que el toreo se ataca por copiar modas extranjeras, la sección Luxury Hall del centro comercial Angelópolis, de esta ciudad de Puebla –en México se cree que hablar como cara pálida aumenta la elegancia- valientemente dé cabida al patrocinio de la empresa taurina Protauro y ofrezcan una exposición de sesenta fotografías que rinden un homenaje al torero Uriel Moreno El Zapata. La obra está firmada por fotógrafos como Ángel Sainos y Marco Moreno. Lances, pases, desplantes, espadazos, estampas de actuaciones zapatistas impresas en papel, detienen el tiempo y emocionan de otro modo, como si la memoria se cargara de sol. Tal vez, porque una obra que remite a otra, casi siempre, va aumentando los caudales de la emoción y la nostalgia. Purificadas las exaltaciones, el asombro y la pasión se te anudan a la par en la garganta, y así,  entre uno y otra, te enchinan la piel dos veces.

 

 

 

José Antonio Luna Alarcón

Profesor Cultura y Arte Taurino

UPAEP

Puebla, México