¡Él que todavía no se entera

quién es César Girón

es usted, don Fernando!

La feria de Sevilla de 1954 estaba señalada como la fecha para la reaparición en los ruedos del maestro castellano Domingo Ortega. Volvía el torero de Borox con el pelo blanco, tan blanco como refulgente fue la Edad de Plata en la que brilló con su poderosa muleta y competencia con la sevillanía pepeluisista que con un trazo, un breve acento, borraba el barroco discurso del castellano. Había interés por verle a Ortega, como también por ver al otro Ortega, Rafael Ortega, el de la Isla de San Fernando, que se encumbraba con los triunfos de su certera espada.

César Girón cruzaba el camino de lo que para muchos es el año más difícil para un torero, el segundo después de su alternativa. No había pisado Madrid, como matador de toros, en México no le habían entendido y se fue de Venezuela sintiéndose incomprendido. Dura temporada aquella de 1953 cuando en Caracas un sevillano muy importante en los toros Pepín Martín Vázquez se había retirado como torero en el Nuevo Circo de Caracas. César, con Jumillano, tuvieron el honor de compartir cartel con el hijo de Curro Martín Vázquez, famoso por la película “Currito de la Cruz y porque como torero fue un torero para toreros. Una de esas figuras de la fiesta que crecen en el tiempo, y cada día son referencia de los toreros de arte y de técnica pura y que siendo un hombre parco en sus entrevistas, evitaba la prensa, fue lapidario cuando afirmó que “el toreo sevillano es pellizco y alegría”. Y consideraba que “en el toreo, que tiene su punto de locura, y que es algo tan difícil de lograr, lo importante es torear para uno, sentirse”.

De aquel día en Caracas, cuando Pepín se despidió, dijo que el motivo de su adiós había sido por que “Me marché el mismo día en que perdí la afición, un día en el que miré el traje de luces y no me emocioné al ponerme la taleguilla”.

Referencia que hacemos de Pepín porque el rasero con el que el de La Macarena medía el toreo servirá para realizar la dimensión de lo que vamos a referir hizo César Girón en la Maestranza de Sevilla aquella feria de 1954.

Además de Domingo y de Rafael Ortega Sevilla anunció aquel año toreros como Juanito Silveti, que logró su triunfo más preciado en España, como él mismo lo confesaría a Filiberto Mira la tarde de la Corrida del Corpus cuando le cortó las dos orejas a un toro. La novedad de la temporada era el albaceteño Pedro Martínez “Pedrés”, y estuvieron en la convocatoria Niño de la Palma, Juanito Posada, Manolo Carmona, el mexicano Alfredo Leal que tomó la alternativa. Manolo Vázquez, hermano de Pepe Luis y consagrada figura del toreo de gran cartel y consagrado en Madrid fue a cuatro tardes, sin que le acompañara la suerte. Manolo, casado con una hija de Andrés Gago, Remedios, fue buen amigo de César y de Curro Girón, lo unía a Venezuela la amistad con muchos buenos aficionados, como Juan Vicente y Carlos Ladera y el recordado Julio García Vallenilla, que fue representante en Caracas de los hermanos Girón.

El debut de César preocupaba mucho a Fernando Gago, su apoderado, quien entendía en toda su dimensión lo que significaba Sevilla.

 

 

El 27 de abril estaba marcado como la fecha del cartel de la temporada, con toros de Juan Cobaleda y de Salvador Guardiola, en el que reaparecía Manolo Vázquez en su tierra, con el aroma que traían sus éxitos en Madrid y luego en las ferias del Norte de España y en México y Lima en América. El tercer hombre del cartel era Pedro Martínez, “Pedrés”. La novedad ante la que se santiguaba la afición de España, rendida por el valor del torero de Albacete al que llamaban “torero de las cercanías” por lo cerca que se pasaba los pitones de los toros. Era Pedrés la tauromaquia hecha realidad a dos centímetros de los pitones, del valor seco y desgarrado, valores como el de Pedrés, que marcan las agrestes tierras albaceteñas.

Todas estas circunstancias que rodeaban al rival de César las consideraba Fernando Gago, quien en la habitación del Hotel Colón iba de un lado a otro de la habitación y encendía un cigarrillo detrás de otro. Se asomaba a la ventana, preguntaba por el aire, si hacía viento, si estaba el cielo despejado…Hasta que César Girón enojado le dijo “cálmese usted don Fernando, que me tiene nervioso”.

-Nervioso me tienes tú con tanta tranquilidad, ¿Cómo que no te has enterado lo que tenemos por delante?

-¡Él que todavía no se entera quién es César Girón es usted, don Fernando!

Manolo Vázquez y Pedro Martínez se fueron “de vacío”, como se reseña en el periodismo taurino moderno, cuando no se cortan las orejas. César Girón le cortó las dos orejas y un rabo a un toro. Los despachos de las agencias se desbordaron para con Girón, en de la United Press dijo textualmente:

-El encierro de Cobaleda, – remendado en el apartado con dos mansos de Guardiola- traía en su lote dos toros bravos de muy distintas características. Uno de ellos era por su brío y codicia un animal peligroso, con mucho que torear antes de rendirse a las exigencias del espada encargado de pasaportarlo. Entonces vimos lo que es capaz ese gran torero de Venezuela, que se llama César Girón, cuando tras endilgarle media docena de muletazos de verdadero asombro, se hizo con él, lo desengañó y se lo llevó con valor y arte de muchísimos quilates por el camino de una verdadera apoteosis triunfal. Todo fue perfecto de principio a fin en la labor de César Girón. Desde las verónicas de salida, echando las manos abajo y cargando la suerte con estilo de capotista maravilloso, hasta la estocada en la yema , pasando por los tres pares de banderillas de antología – uno de ellos de adentro hacia afuera que no lo mejora nadie- y la faena, la extraordinaria faena, en la que todo fue tan bello, tan artístico – los naturales se recordarán siempre en Sevilla por su suavidad de seda, su temple y su mando- que desde ahora ya se puede calificar como la mejor faena de la feria y de muchas ferias. Cómo sería la cosa que, aparte de las dos orejas, se le concedió a Girón el rabo, trofeo que no se otorga en la Maestranza desde hacía muchos años.