Rudos, valientes, técnicos o arrojados han sido casi todos y solo a uno, el desafortunado Florentino Ballesteros, cabría incluirlo en ese grupo de privilegiados que casi siempre localizan su cuna en Sevilla y sus alrededores. Florentino vino al mundo en Zaragoza y tuvo su primer refugio en el hospicio zaragozano, contó con el beneplácito del poderoso “Joselito” y murió en Madrid cuando iniciaba su segunda temporada como matador de toros. Sin embargo, en el arte plástico que eterniza el momento etéreo de la lidia, fue un aragonés – el más universal, tal vez – el que descubrió la belleza inmóvil del toro y el torero, de la fiesta en la plaza de toros o la más popular de la vaquilla encerrada en el anillo de carros y hombres. Ese aragonés, cuyo nombre apenas es necesario apuntar, puso la primera piedra del arte taurino e hizo posible que surgieran, con el paso del tiempo y la labor maestra de artistas como Fortuny y Unceta, también aragonés, los impresionistas del color y el movimiento  que fueron Roberto Domingo, Antonio Casero, Santos Saavedra, González Marcos, Ricardo Marín, Martínez de León y nuestro contemporáneo García Campos, que vive en el húmedo Bilbao, pero que madura sus colores al frío viento salmantino.

 

Pero don Francisco de Goya y Lucientes había dado el primer aldabonazo genial y había pintado en los toros todo lo que se podía pintar. Había pintado el dramatismo de la fiesta rural y la gloria de los fenómenos de su tiempo: Pedro Romero, “Costillares”, “Pepe-Hillo” y “Martincho”. A estos les daba la categoría de invitados a una galería de retratos que envidiaba la alta sociedad. Y como además era un cronista se le ocurrió aquello de la “Tauromaquia” y “Los  toros de Burdeos”, grabados en  los se puede entender mejor todo lo que los tratadistas escribieron sobre lo que era la fiesta de los toros en su tiempo, aunque haya que aclarar que la auténtica primera “Tauromaquia” la dibujó Antonio Carnicero y que la auténtica de Goya fue la serie de ocho hojalatas al óleo conocida por la colección de Ceán Bermúdez, pintor, historiador y crítico de arte (Gijón 1749 – Madrid 1829), mientras que los famosos grabados son reflejo del relato de mínimo rigor histórico de Nicolás Fernández Moratín y los recuerdos del artista, las crónicas dibujadas. No son ese otro relato técnico que empieza con la salida del toro y termina con su arrastre compuesto de doce estampas grabadas por el señor Carnicero (Salamanca 1748 – Madrid 1814).

 

Al margen de estas puntualizaciones hay que reconocer el legado taurino goyesco que tanto nos ayuda para argumentar culturalmente a favor de la fiesta de los toros. Hace pocos días rejuvenecí más de 30 años al ver en la televisión un programa que dirigía Victoriano Fernández Asís y que se llamaba “Sí y No”. En esta ocasión se trataba del sí o el no a los toros y los invitados a favor eran Luis Miguel Dominguín y el ganadero Sánchez Fabrés y en contra la señora Garbayo, de la Sociedad Protectora de Animales, y el novillero pánico Diego Bardón, al que Arrabal había operado de fimosis en el escenario de un teatro parisino y se había dejado vivo un novillo porque se había encariñado de él. Yo estaba allí de moderador partidista puesto que estaba clara mi heredada inclinación taurina. Alguna intervención a favor de la señora Garbayo porque la supremacía del número 1 se mostraba también ante las cámaras. Intervine en alguna ocasión más, pero no tuve que acudir a la cita de don  Francisco el de los toros porque los argumentos de Luis Miguel eran demoledores. Ni siquiera acudir a Pablo Ruiz Picasso, con el que el torero madrileño tenía amistad y con el que había colaborado con los textos de un libro en el que se reproducían muchas escenas de la “Tauromaquia” picasiana. No hizo falta. Pero ahí está otra de las herencias goyescas.

 

En Aragón tardamos unos cuantos años hasta que se empezaron a anunciar las corridas con los grandes carteles que reproducía Portabella, el litógrafo zaragozano que reproducía las estupendas obras de don Marcelino Unceta (Zaragoza 1835 – Madrid 1905). Unceta era un gran pintor de masas, de batallas, de caballos en plena refriega o de paseo, la escena de la salida de los toros en Madrid, la cogida del burro del lechero y este trepando por un poste de telégrafos, mayoral y picador a caballo, la salida del toro y otros carteles más abigarrados con mezcla de diferentes escenas de las fiestas de Zaragoza. Hizo también un “Album de Toros “ que litografío Portabella en 1883 y algunos lienzos que demuestran la categoría artística de don Marcelino, que también se lucio en la bóveda central del templo del Pilar, en el telón del Teatro Principal o en el Salón del Trono del Palacio de Sástago. Contemporáneo suyo fue Mariano Cerezo que era el único que podía competir en la elaboración de los carteles festivos de Zaragoza junto a otros que se alternaban en estos menesteres: Victoriano Balasanz, Cándido López, Elías García, Félix Lafuente, Ricardo Pieltain y Julio Vila Prades. Mariano Cerezo tiene también un cuadro al óleo famoso, el de la despedida aciaga de “Lagartijo” en la plaza de Zaragoza”, sin olvidar a otro ilustre aragonés, Francisco Pradilla que tiene un cuadro, “Picador”, en el Museo d’Art Moderno de Barcelona, Juan José Garate, autor de un retrato del novillero también aragonés Manolo Gracia, Hermenegildo Estevan, Juan García Martínez, Mariano Oliver y Aznar, Félix Pescador y Germán Valdecara. En el campo de la cartelería hay que añadir los nombres de Angel Lalinde, Beltrán y Guillermo Pérez Baylo “Guillermo”. Como curiosidad histórica tenemos el cartel de la primera corrida goyesca que se celebró en Zaragoza el 12 de mayo de 1927 para conmemorar el centenario de la muerte de Goya y en la que actuaron el rejoneador portugués Simao da Veiga y los diestros Rafael “el Gallo”, Pablo Lalanda y Nicanor Villalta. El asesor artístico fue Ignacio Zuloaga y el joven pintor Félix Gazo Borruel el que firmó el cartel anunciador, autor de otro cartel de fiestas de Zaragoza en 1931 y que murio en 1933, a los treinta y tres años de edad, cuando ya era profesor de la Academia de Bellas Artes de San Fernando.

 

Después de la guerra civil, en 1945,hubo una exposición en la Feria de Muestras en la que los pintores Jesús Fernández Barrio, Lorenzo Pérez Obis, y el citado Germán Valdecara presentaron obras taurinas, como ocurrió años después en el Salón del Toro en Soria con María Pilar Burges, Miguel García, Teresa Jassa de Casa, María Pilar Marco Tello, Pilar More Almenara y Maite Uribe. Hacia los años 80, la Diputación de Zaragoza organizó exposiciones anuales y concursos de carteles con la participación de artistas foráneos y la de los aragoneses José Morellón, Martín Ruizanglada, en pintura, y Luis Moreno Cutando en escultura. Entre los cartelistas premiados estuvieron Angel Lalinde, Juan Tudela, Ángel Blasco, Ignacio Rodríguez “Iñaki”, Julio Lahuerta y José Luis Lomillos. En 1992 se hizo encargo directo a Ruizanglada, un pintor extraordinario que trata el tema taurino con mucha personalidad y luminosas y amplias pinceladas. Exposiciones suyas con el tema taurino en exclusiva tuvieron  un gran éxito como la realizada en el Gran Hotel zaragozano y las generales de La Lonja y el Palacio de Sástago. Su hijo, Miguel Angel Ruiz Cortés, también es pintor, toca el tema taurino con el gusto y la profundidad que le dan el ser buen aficionado. Y se completa esta ya larga lista con los nombres de Baqué Ximénez, Alberto Duce, Saura y su “Sauromaquias”, Julián Grau Santos y los caricaturistas Paco Ugalde, Nilo Pascual y Carmelo Calvo, que en nuestros días publica sus dibujos en el semanario “Aplausos”. Y para rematar  y ya que hablé del escultor bilbilitano Luis Martínez Cutando, habrá que reconocer como gloriosos antecesores en este arte a Honorio García Condoy, Pablo Gargallo y Pablo Serrano y añadir el nombre de José Luis Cerezo, nieto de Mariano Cerezo, en su jubilosa afición escultórica. Salvo error u omisión, aquí están todos los aragoneses que siguieron la estela de su paisano don Francisco el de los toros.    

 

 

 

 

Benjamín Bentura Remacha

Fundador Revista Fiesta Española